9 junio, 2021

Unos 844 millones de personas no tienen agua para beber, pero en 2020 el agua llegó a Wall Street y pasó a cotizar. En este especial de Bocado nos sumergimos en las aguas profundas de Colombia, Argentina, Guatemala, Paraguay, México y Chile contra la normalización de esta realidad atroz, deshidratados y sin derechos

Texto: Soledad Barruti / Bocado Lat

Foto: Unsplash

ARGENTINA.- En febrero de 2015 fui a San Pablo por segunda vez. No era la ciudad seca que había conocido, era peor: el aire parecía cargado de arena. Tomar agua no aplacaba la aspereza en la garganta, menos en los ojos. A pocas horas de aterrizar empecé a sentir un dolor de cabeza que me acompañaría una semana entera. 

En el lobby del hotel, un turista que venía de la Ciudad de México comentó que sentía lo mismo y que México, con su smog fatal, no era asemejable a esto. Estábamos en una de las capitales más pobladas del mundo en medio de una crisis hídrica feroz. 

La información estaba en todos los medios locales: había hogares sin agua por 12 horas todos los días, el acopio de bidones ya había armado un suculento negocio paralelo, los restaurantes habían interrumpido el servicio de café y como no podían ni lavar platos habían empezado a servir en vajilla de plástico.

 «Si no llueve habrá que abandonar la ciudad”, dijo en la televisión uno de los tantos afectados por los cortes de suministro. 

“Sin agua no se puede vivir”. 

¿A qué se debía la catástrofe? San Pablo asfixió en su historia los tres ríos sobre los que se asienta la ciudad. Tiene mala infraestructura y la falta de lluvias es cada vez peor. En dos años se habían agotado los embalses de Cantareira, Alto Tietê y Guarapiranga, que abastecen a esa y a otras 62 ciudades cercanas. 

Pero no era solo el mal manejo, la falta de agua de San Pablo podía relacionarse también con la destrucción de Amazonas y la disrupción que la deforestación y los incendios estaban provocando en la fluidez de sus ríos voladores. Así se conoce a esas masas de agua aérea formadas por humedad y polvo, con nutrientes que vienen directo del desierto del Sahara y son batidos por los árboles que transpiran en la selva. Esos ríos de los que dependen las lluvias de Brasil y de Paraguay y de Argentina estaban desnutridos. 

El futuro había llegado a Brasil y sin embargo se podía estar en medio del colapso casi sin notarlo. Porque en el hotel la piscina estaba llena, y se podía nadar. El baño se podía usar como siempre. Y más agua descansaba en botellitas de cortesía sobre la cama. Un humificador hacía la noche llevadera. 

Fin.

Volví a Argentina. Eventualmente el agua volvió a San Pablo. La asfixia de esos días quedaría para quien quisiera recordarla como una anécdota: un par de meses incómodos.

No se puede vivir sin agua, es cierto. Pero, al igual que ocurre con el resto de los alimentos, se puede administrar su escasez, y sortear su falta. Al menos todavía. 

La fatalidad no crea un acontecimiento y tal vez sea esa la principal tragedia.

Hay una cantidad similar de sedientos que hambrientos en el mundo: 844 millones de personas no tienen agua para beber según los últimos informes de Unesco. Además 2.100 millones de personas no tienen acceso seguro al agua potable. Y esto implica sólo agua para sobrevivir. El número de personas con carencia de agua se duplica si consideramos la posibilidad de bañarse o usar un inodoro.

También al igual que con la comida que falte agua a tantas personas no pareciera una orden colectiva para construir una mejor humanidad. Todo lo contrario. Una muestra, las palabras de Peter Brabeck-Letmathe, CEO de Nestlé en el año 2006: “Es un tema pensar si deberíamos privatizar el suministro normal de agua para la población. Y hay dos opiniones diferentes al respecto. La única que yo creo que es extrema está representada por las ONG, que insisten en declarar el agua como un derecho público. Eso significa que, como ser humano, debe tener derecho al agua. Esa es una solución extrema. El agua es un alimento como cualquier otro y, como cualquier otro alimento, debería tener un valor de mercado. Personalmente, creo que es mejor darle un valor a un alimento para que todos sepamos que tiene su precio, y luego tomar medidas específicas para la parte de la población que no tiene acceso”. 

En 2020 el agua llegó a Wall Street y pasó a cotizar alto entre los especuladores más importantes del mundo. 

Y hubo quien se horrorizó con lo que dijo Brabeck-Letmathe y con el valor en bolsa pero lo cierto es que entubada, cercada, embotellada, el agua se vende y se compra hace un montón.

El agua tiene dueños. 

Son millonarios, son Estados, son empresas que piensan y hacen cosas atroces. 

Tenemos con el agua una relación romántica, más que con la tierra. Fue nuestro medio, cuando invisibles y anfibios: contenedor, generoso, amniótico. Es lo que nos conforma en un 70 por ciento y la materia que lloramos con la alegría, la tristeza, la belleza y la rabia. 

El agua es el primer amor, el que envuelve nuestra subjetividad como un aura, y tal vez por eso creemos que siempre estará ahí y que todo lo aguanta: toneladas de mugre y tóxicos, microplásticos, pesqueros insaciables, perforaciones de petróleo, sangre de mataderos, miles de cadáveres que se riegan en estos territorios de violencia. 

Hay quienes compran ríos -y quienes lo permiten-. Quienes ahogan ríos bajo ciudades inmensas y quienes aún sueñan con bañarse en ellos. Hay acuíferos enteros entregados para la explotación empresaria. Permitimos que haya pobres sin agua y ricos con jacuzzi. Nos parece normal en las ciudades temer al agua que sale de la canilla y ya no beberla. Nos dejamos guiar por góndolas con mil marcas que ofrecen como invento suyo lo que nos es propio, constitutivo, vital.

Le damos la espalda al agua en América Latina como hacemos con tanto de nuestro origen e identidad. 

Pero también hay una parte de la sociedad que hace todo lo contrario. Que mira de frente al agua y la defiende. Que por ejemplo abraza a un río y consigue darle derechos. 

Entonces esto ocurre: en esta región del mundo hay ríos que se secan y hay ríos que son persona, sujeto de derechos.

En este especial de Bocado nos sumergimos en las aguas profundas de Colombia, Argentina, Guatemala, Paraguay, México y Chile con el propósito de crear un acontecimiento. Uno que irrumpa y atente contra la normalización de esta realidad atroz que si no cambiamos nos seguirá teniendo así: a su merced, deshidratados y sin derechos.

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