30 abril, 2021
Un 1 de mayo, 31 años atrás, Tomás Pérez Francisco fue víctima de desaparición forzada. «El logró identificar a uno de sus ahijados a quien solo pudo gritar “¡Tocayo, me llevan!”, luego lo golpearon y cayó a la batea de la camioneta. Hasta ahí tenemos certeza de lo ocurrido».
Guadalupe Pérez Rodríguez
Hoy que se conmemora el movimiento obrero mundial, traigo a la memoria el momento en el cual el zarpazo de la represión o la violencia llegó a nuestros hogares y nos arrebató a un ser querido.
El 1 de mayo de 1977, hace 44 años, fue detenido y posteriormente desaparecido Jesús Cutberto Martínez Meza, en Culiacán, Sinaloa, por integrantes de la IX Zona Militar. 12 mil 54 días después, el 1 de mayo de 2010, fue desaparecido Jesús Daniel Flores García, en Torreón, Coahuila. En el inter, el 1 de mayo de 1990, detuvieron y desaparecieron, a Tomás Pérez Francisco, en Pantepec, Puebla. Si continuara con el recuento quizás nos faltaría espacio para nombrar a todas las personas con quienes aprendimos a vivir en la ausencia, en la incertidumbre, en la impotencia, en la espera permanente, en los abrazos interrumpidos, en la historia pendiente.
Me hubiera gustado contarles más de Jesús Cutberto y Jesús Daniel, pero a veces los tiempos de la memoria hacen pausas y silencios, aunque más temprano que tarde nos iremos encontrando con la humanidad, la identidad y la esencia de los dos Jesuces y de todas las personas que hacen falta en esta sociedad, esas vidas antes de lo inconmensurable de la desaparición forzada.
Sin embargo, quisiera distraerles un momento para hablarles un poco de Tomás, mi padre. Con quien almorzamos y nos despedimos la mañana soleada del martes 1 de mayo y que prometió regresar en la tarde con una sorpresa. El hijo mayor de María del Pilar Francisco Luis y Nemesio Pérez Fuentes, el hermano de Leonardo, María del Pilar, Vicente, Lucía, Catalina y Bernardo. El compañero de vida de Juana María Rodríguez Santiago. El padre que me enseñó a leer y escribir cuando estaba en el kínder. El amigo y compañero que se solidarizó con los habitantes de la comunidad La Sabana y luchó con ellos para defender su territorio del caciquismo priista y policiaco de aquellos tiempos. El campesino que sembró su milpa en el temporal de diciembre pero que ya no lo dejaron cosechar ni preparar la tierra para la siembra de junio. El indígena que aprendió a hablar español hasta que cursó dos años de primaria, que hablaba en las dos lenguas pero que su pensamiento lo hacía desde la cosmogonía totonaca. El hombre que disfrutaba de andar a caballo, nadar en el arroyo Agua Nacida o en el río Pantepec, jugar basquetbol, participar y organizar los carnavales, bailar, reír, vivir. El compañero que fue consciente de su tiempo y como decía el escritor Eduardo Galeano, no se equivocó a la hora de elegir estar entre los indignos y los indignados.
De igual manera es importante recordar que los hechos represivos en Pantepec –uno de los 217 municipios del estado de Puebla, ubicado en la parte alta y baja de la Sierra Noroccidental, que según el censo del año pasado tiene una población de 18 mil 528 habitantes en comunidades totonacas, otomíes, tepehuas y mestizas-, vienen de más antes. Desde la década de 1930 se tienen registradas las primeras luchas campesinas por la tierra, pero esto se fue agudizando en el tiempo hasta llegar a la matanza del 2 de junio de 1982, cuando “guardias blancas”, policías municipales de Pantepec y Francisco Z. Mena, así como caciques de la Asociación Ganadera local, masacraron a 26 campesinos de la comunidad de Rancho Nuevo, hoy Progreso de Allende, y que ni antes, ni entonces, ni después, se castigó a los responsables. Más aún, según el minúsculo expediente de la averiguación previa 172/990, de tan solo 20 fojas, dos de los responsables de aquella matanza participaron en la detención de mi padre, ocho años después. Pero que como el delito de “desaparición de persona” no estaba tipificado en el código penal del estado, ello mereció el cierre del expediente, así como su “ARCHIVO DEFINITIVO” por “ATIPICIDAD”. Situación similar corrió la queja presentada ante la naciente Comisión Nacional de Derechos Humanos, el 2 de mayo de 1991, solo que ahí nunca conoceremos su contenido ya que el expediente “se perdió”.
De la detención de mi padre sabemos que ocurrió alrededor de las cinco de la tarde, en las inmediaciones de las comunidades de Ameluca a Ignacio Zaragoza, frente al rancho San Juan, ahí lo esperaban hombres armados y que a bordo de una camioneta roja se lo llevaron con rumbo al rancho Las Palmas, el lugar de operación que el caciquismo priísta de la Asociación Ganadera local, sus “guardias blancas” y la policía judicial del estado, en particular la comandancia de Xicotepec de Juárez, dispusieron para reprimir a la comunidad de La Sabana, hasta hacerla desaparecer. También sabemos que cuando los empleados del horror, con mi padre detenido, pasaron por el arroyo que rodea Ignacio Zaragoza, él logró identificar a uno de sus ahijados a quien solo pudo gritar “¡Tocayo, me llevan!”, luego lo golpearon y cayó a la batea de la camioneta. Hasta ahí tenemos certeza de lo ocurrido, lo demás es un mar de incertidumbre, un camino que han borrado las huellas.
Por último, quisiera compartirles el presente continuo de estas luchas, que en los últimos tiempos tienen que ver con la denuncia por el uso de la fracturación hidráulica –fracking– en la extracción de hidrocarburos y los efectos que esta técnica está provocando en el territorio-tierra y el territorio-cuerpo, en síntesis, en la vida de las comunidades:
Así, la lucha por el territorio también tiene que ver con la recuperación de la memoria larga de quienes nos han antecedido, de quienes no están y es preciso recuperarles.
Estas palabras también las pienso, siento y nombro en la lengua materna, Tutunakú xa nak Kachikín (totonaco de pantepec), para decir que el rompimiento de la desaparición forzada en nuestros pueblos tiene que ver con la ruptura de los elementos de la red de la vida, ahí donde se sustentan los equilibrios y la armonía necesarias, para que, desde nuestra racionalidad del mundo, la vida tenga sentido. Por eso le digo a mi padre y a todas las personas desaparecidas ¡Nak putsayán hasta na kkgaksan!
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