El día que Andrés Manuel López Obrador tomó protesta como presidente se destapó uno de los cotos de poder más representativos del presidencialismo mexicano: la Residencia Oficial de Los Pinos. El lugar, que será convertido en un centro cultural, pudo ser visitado por gente de todo el país y el azoro ante la opulencia no cupo en palabras. El sentimiento popular de que estar allí era una especie de conquista hizo llorar a varios
Texto y foto de portada: José Ignacio De Alba.
Fotos: Duilio Rodríguez y Roberto Hernández
CIUDAD DE MÉXICO.- Un niño descalzo caminaba sobre el mármol blanco de la casa presidencial; otro chamaco se escondía bajo la mesa para 28 comensales del segundo comedor de la casa que ocupó los últimos seis años Enrique Peña Nieto. La sala de cine ubicada en el sótano del palacete resultó ser la máxima excentricidad.
La gente que este 1 de diciembre pudo conocer la casa donde habitaban los presidentes de México enmudecía por momentos ante la impresión. “Ni en la mejor telenovela hay casas tan grandes”, dijo una mujer después de hacer un recorrido por las habitaciones.
Desde las 9 de la mañana los primeros vistantes esperaban la oportunidad de entrar a Los Pinos. Los guardias presidenciales convertidos en guías de turistas, explicaban los horarios, daban la orientación de los baños y ubicaban a los perdidos.
Apenas 12 horas antes de que se abriera el portón al público, en este recinto Enrique Peña Nieto despachó al rey de España, Felipe VI, en la última visita oficial del sexenio.
Unas horas después de la recepción real el lugar era una romería. La Banda de Música Tepozteca tocó la Marcha Triunfal de Aida, mientra la gente se recostó en el pasto a disfrutar del concierto.
Gente de todo el país llegó para conocer Los Pinos que será convertido en un centro cultural, como lo ha dicho Andrés Manuel López Obrador. Entre ellos estaba la familia Reyes, que se desplazó desde Acapulco, Guerrero.
Los visitantes parecían más un contingente de manifestantes: la gente llevaba pancartas, banderas y máscaras en apoyo a al presidente que decidió no usar ese espacio para vivir. “Así nos tienen que devolver lo que siempre nos ha pertenecido” dice Ramiro Montes que lleva puesta una máscara del Peje. También hubo quien, emocionado, se echó el Grito de Dolores en pleno jardin “¡Viva Miguel Hidalgo!”.
La gente recorrió comedores, salas, despachos, recámaras lobbies, closets, libreros y baños. A pesar de que se conservan algunos muebles, la mayoría de la mansión que ocupó Enrique Peña Nieto y su familia está vacía.
Homero Fernández, integrante del nuevo gobierno dice que no se explican “por qué se llevaron todo”.
Carlos Juárez, un oaxaqueño que visita Los Pinos con su familia asegura: “son tan rateros que se llevan hasta lo que no necesitan”.
Hace 80 años, el expresidente Lázaro Cárdenas creyó que los presidentes no debían vivir en castillos. Así que cambió la casa presidencial del Castillo de Chapultepec a Los Pinos. Pero tras los muros se construyó, de a poco, una serie de palacetes emperifollados. Cada nuevo mandatario que ocupó el recinto agregó un poco de su cosecha, Felipe Calderón llegó al extremo de hacer un cine en el sótano. Al final el lugar fue 14 veces más grande que la Casa Blanca.
La megalomanía logró que cada habitante de Los Pinos se construyera una estatua a su semejanza. Lázaro Cárdenas ecuánime sujeta un sobrero de paja; José López Portillo, bien erecto, resguarda un montoncito de libros; Carlos Salinas de Gortari sujeta el Tratado de Libre Comercio; Fox, hace la v de la victoria con los dedos; Enrique Peña Nieto es retratado con la bandera de México mientras se toca el pecho, del lado del corazón.
Los Pinos fue la sede del máximo poder en México, pero a partir de este 1 de diciembre quedó en manos del público.
Carmen Mari no ha parado de llorar mientras ve en una de las pantallas la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador, ella explica “entrar aquí nos costó muchos años”, luego asegura que llegar a este espacio, hace apenas unos días, hubiera sido imposible.
Una familia mira con asombro las pinturas y el mobiliario de las residencias, “po´s páste ija” le dice a regañadientes la madre a su hija. El padre, tantea la madera de las puertas dándoles golpecitos con los nudillos. Lucia Reyes, dice que ella no podría vivir cómoda en un lugar como este “es demasiado grande, no se siente como una casa”, dice mientra mira un centellante candelabro en el techo.
La gente que entra llega con sombreros, botas y en sandalias. También hay quien llega descalzo. Según el gobierno de López Obrador unas 30 mil personas vistaron Los Pinos.
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