Isela Vega desprendió una a una las etiquetas que trataban de imponerle para ser ella misma: un espíritu libre. Con más de 60 años de trayectoria, supo transitar por espacios donde mantuvo una mirada vigente, crítica y desinhibida
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¿Qué sucede cuando el erotismo se transforma en poder personal e inteligencia? ¿Qué pasa cuando una mujer decide dejar de ser musa para transformarse en creadora?
Cada vez que la prensa o algún personaje en turno la señalaba como: “impúdica, inmoral o mala madre”, Isela Vega se salía del guacal inmediatamente. Supo oscilar del cine comercial en decadencia de los años 70 y 80, a proyectos como: Las pirañas aman en cuaresma (1969) o, La Viuda Negra (1977).
Aunque han querido encuadrarla en el cine de ficheras, Isela Vega participó en cintas que iban más allá del estereotipo de aquella época. En 1977 interpretaría el papel principal en La Viuda Negra, dirigida por Arturo Ripstein. Se trata de la adaptación al cine de la obra: Debiera haber obispas de Rafael Solana. La conmoción fue tal, que la película estuvo enlatada hasta el año 1983.
En aquel entonces la iglesia católica era intocable, impensables filmes como: El crimen del padre Amaro (2002). Tampoco eran tiempos de denuncia pública a curas pederastas como el caso de Marcial Maciel. Por eso, a Isela Vega se le consideró adelantada a su época al atreverse a contar historias donde hay abiertos desafíos a la doble moral, o, a la hipocresía de algunos personajes de la iglesia católica.
Isela elegía sus historias de la mano del director Francisco del Villar, quien tenía como colaboradores a Emilio Carballido, Josefina Vicens, Vicente Leñero y Hugo Argüelles.
En cintas como: Las Pirañas aman en cuaresma (1969), La primavera de los escorpiones (1971) o El llanto de la tortuga (1974), Del Villar y Vega exploran historias provocadoras para la sociedad mexicana de aquella época. Temas que van más allá del morbo del momento, o escenas abiertamente sexuales… Se trataba de un cine que mostraba el lado desafiante e incómodo de la sociedad mexicana.
Y por esta razón: Isela Vega se apartaba de actrices como Sasha Montenegro o Angélica Chaín. Lyn May merece un capítulo aparte en el libro de las mujeres que han desafiado estereotipos en el mundo del espectáculo.
Erótica y disidente: una combinación explosiva
Isela Vega también era conocida por cambiar los diálogos para mejorar la intención de sus personajes, no tenía miedo a participar en filmes de “ficheras”, pero tampoco aceptaba ser “etiquetada” como objeto sexual.
Alguna vez dijo en entrevista que su “moral” consistía en no hacerle daño a nadie, fuera de eso, se atrevió a experimentar en todos los ámbitos de su vida.
Antes de que en España surgiera el movimiento contracultural conocido como “la movida” de la era posfranquista, Isela nadaba cual sirena para la promoción de sus filmes o aparecía en close up con el torso desnudo para los carteles promocionales.
Decidida a envejecer con un sentido de dignidad, la llevó a no intervenir su cuerpo con cirugías estéticas y tomar papeles donde pudiera desplegar su presencia escénica, Isela Vega dio un salto con triple grado de dificultad, en un mundo en el que no se permite envejecer a las actrices.
Y fue justamente en su etapa de adulta mayor cuando comienza a figurar con mayor consistencia en iniciativas feministas o de abierto apoyo a la agenda LGBTTIQ y más.
Con una trayectoria de más de 60 años, Isela fue productora, directora de escena, guionista, modelo, actriz y diseñadora de vestuario.
Este 9 de marzo, falleció a causa de cáncer, medios nacionales dedicaron parte de su día a recordar su legado en el cine nacional. Isela supo transitar por espacios donde mantuvo una mirada vigente, crítica y desinhibida.
Isela Vega, o la historia de una mujer que desprendió una a una las etiquetas que trataban de imponerle, para ser ella misma: un espíritu libre.
Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
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