En el mundo quienes domesticaron las plantas, las semillas, fueron las mujeres. Aunque se creyera que eran “débiles” y sólo se quedaban en casa a cuidar a los hijos, empezaron a tener habilidades con la tierra y las semillas. «Sembradoras» es una serie que intenta devolver a las mujeres su lugar en el campo (Primera de cuatro partes)
Texto: Beatriz García y Margena de la O / Amapola Periodismo
Fotos: José Luis de la Cruz, Salvador Cisneros y Angie García
CHILPANCINGO.- Dentro de la cosmogonía indígena, la tierra es femenina, es una mujer. La tierra y las mujeres tienen una gran similitud, son fértiles, dan vida, son nutricia, reflexiona la antropóloga y académica de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), Maribel Nicasio Flores, al hablar de la relación de las mujeres con el campo.
En términos simbólicos hay similitudes entre la tierra y las mujeres, y la académica cree que es un tema del que debe hablarse.
Recordó que para el antropólogo francés Claude Meillassoux, en el mundo quienes domesticaron las plantas, las semillas, fueron las mujeres. Aunque se creyera que eran “débiles” y sólo se quedaban en casa a cuidar a los hijos, empezaron a tener habilidades con la tierra y las semillas.
La idea de que los hombres son los responsables del cultivo simplemente las contradice Meillassoux. Entonces, el origen de la agricultura está en las mujeres.
En la documentación histórica también así está plasmado: en la época prehispánica, las mujeres se dedicaban a la recolección de los frutos, plantas y semillas.
La antropóloga manifestó que por la relaciones de poder, los hombres fueron los que se quedaron con el conocimiento de la producción agrícola y las mujeres fueron relegadas a las actividades domésticas.
Esta invisibilización continúa. Se hizo una búsqueda avanzada en Internet con el propósito de buscar cifras que reflejen la participación de las mujeres en el campo, pero hubo pocos resultados.
Las cifras oficiales también reflejan ese despojo del que habla la antropóloga de las mujeres a la agricultura. La última Encuesta Nacional Agropecuaria (ENA) 2019 del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) arrojó que en el país, sólo 17 de cada 100 personas que laboran en las actividades agropecuarias son mujeres, es decir 16.7 por ciento.
Entre las cinco entidades federativas con mayor participación de las mujeres en el campo está Guerrero. El orden es el siguiente: Estado de México con 27 por ciento, Puebla con 14.4 por ciento, Veracruz con 7.7 por ciento, Guerrero con 6.8 por ciento, y Chiapas con 6.2 por ciento.
Nicasio Flores resaltó que aun con ese panorama, la aportación de las mujeres en el campo es sustancial en alguna parte del proceso. Entonces, prefirió tratar la agricultura desde la complementariedad entre hombres y mujeres.
Por ejemplo, explicó, en los pueblos indígenas todo lo que tiene que ver con la fertilidad de la tierra, con las lluvias, implica una dualidad en términos cosmogónicos, porque involucra al hombre y a la mujer como pareja.
“Un hombre solo no es insuficiente para el trabajo de siembra. Estas dinámicas económicas se desarrollan y las mujeres forman parte de estas prácticas; si las mujeres no participaran en estas etapas de la producción agrícola no sabrían cómo se cultiva, cómo se cosecha, no sabrían muchos detalles que se van adquiriendo con la producción de la tierra y de las distintas semillas. Las mujeres conocen y por qué, porque también se involucran en esas tareas”, comentó.
En la vida contemporánea hay hábitos desde la tradición mesoamericana, de acuerdo con la académica. Lo aclaró con los ritos agrícolas de los pueblos originarios de Guerrero, nahua, me’phaa, na savi y ñomndaa, donde destacan tres momentos: la bendición de semilla, la petición de lluvias y el agradecimiento, y la bienvenida de la cosecha. Tanto hombres como mujeres son conocedores y organizadores de estas celebraciones.
Profundizó más en la correlación entre hombres y mujeres en la siembra: En la Montaña alta de Guerrero se habla que existen cerros hombres y cerros mujeres. En la cosmovisión indígena, lo femenino y masculino son indispensables, simplemente no podría haber lluvia si una de estas dos partes falta.
Cuando llueve, la gente dice que se junta el cerro hombre y el cerro mujer y esa lluvia permite que crezca el maíz.
“Hace falta dar más cuenta de cómo las mujeres están participando, de cómo el trabajo femenino permite que haya un trabajo y participación masculina. En este trabajo femenino no habría ese tiempo para que los hombres pudieran irse, por ejemplo, a trabajar al campo, porque si no ¿quién cocina?, ¿quién cuida a los niños?”, reflexionó la antropóloga.
Entonces cuando se habla de la relación de la mujer con la tierra, no sólo habla del trabajo directo en la parcela, se refiere a una relación simbólica.
En Amapola. Periodismo transgresor queremos dar cuenta del papel fundamental de las mujeres en el campo, para eso programó la serie Sembradoras, que concentra la historia de tres mujeres dedicadas a la siembra y cosecha de diferentes cultivos. Su labor es sustancial en la producción agrícola de sus regiones y, sobre todo, para la manutención de sus familias.
La serie la inaugura Enriqueta García Arcos, sembradora de hauzontle, epazote, hierbabuena, cebolla, cilantro, rábano, col, calabazas, tomate y una variedad de flores en parte de las parcelas del barrio de El santuario en Tixtla. Lleva 28 años dedicados a la tierra, herencia de su suegra Gonzala López Jiménez.
La historia de Enriqueta representa el trabajo de muchas mujeres del municipio que además de dedicarse a producir la tierra, se encargan de vender la cosecha en el mercado a intermediarios (acaparadores), algunas desde las dos de la mañana, y después regresan a casa a hacer actividades domésticas.
La pregunta que se contesta sola es: ¿qué tan importante es el papel de las mujeres de Tixtla en la producción agrícola?
En la segunda historia la protagonista es Escolástica Luna. Vive en Rincón de Chautla, una comunidad del municipio de Chilapa, en la zona Centro de Guerrero.
Ella sembró maíz y cosechó dignidad. Sembró chile y cosechó coraje. Sembró frijol y marcó una guía. Sembró jitomate y le alcanzó para comer, para sacar a sus hijos de la cárcel y para defender su territorio.
El 10 de mayo del 2006, policías ministeriales detuvieron a sus hijos mayores, David y Bernardino Sánchez Luna. Los acusaron del asesinato de dos vecinos de la comunidad de Zacapexco.
Al día siguiente, los hombres de la comunidad salieron de Rincón de Chautla a Chilapa para tener razones de David y Bernardino. Llegaron al Ministerio Público. En vez de explicaciones, todos los hombres de Rincón de Chautla fueron detenidos. La comunidad se quedó sin hombres adultos y las mujeres se hicieron cargo de todo.
La última historia es la de Felícitas Alejo Teyuco, una maestra de preescolar de 54 años, originaria de Ayotzinapa, municipio de Zitlala, donde sigue sembrando maíz, frijol, calabaza, garbanzo y cilantro.
Desde que ella tenía cinco años, sus padres comenzaron a llevarla al campo para que aprendiera la agricultura, pero principalmente para que conociera la misticidad de la tierra y para inculcarle el respeto por ella. En eso estriba la cosmovisión de este pueblo nahua.
Las seis hijas de la maestra– cinco profesionistas y una estudiante de bachillerato –saben labrar y sembrar la tierra, ella misma les enseñó. Ahora le enseña la agricultura a sus dos nietos.
Para ella y su familia estar en el campo en realidad no es trabajo, se trata de algo más íntimo y emocional, es convivir con la tierra.
Sembradoras significa, entonces, devolver a las mujeres su lugar en el campo.
Este trabajo fue realizada por AMAPOLA, que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie, y forma parte de la serie Sembradoras. Aquí puedes leer la publicación original.
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