27 febrero, 2021
La polarización detona la sordera. No hay forma de salir de una discusión en llamas una vez que estás ahí. La trampa es que en la mayoría de los casos nos hacen creer que estamos peleando con el enemigo real, el sujeto o el grupo social responsable de nuestros males. Y es solo un espejismo fantasmagórico.
Lydiette Carrión
Jürgen Habermas es un pensador de la escuela de Frankfurt que, a partir de los años ochenta, empujó su investigación en torno a la comunicación para transformar la sociedad.
Él sabe de lo que habla, también tiene unos ensayos muy buenos que explican cómo el lenguaje científico y elevado son mecanismos para mantener el conocimiento entre pocos. Y es que el conocimiento da agencia a quien lo posee. Y el núcleo del poder es el secreto celosamente guardado.
Habermas entonces propone que una sociedad puede avanzar mediante la acción comunicativa.
Tiene requisitos: el principal es una verdadera intención de comunicarse con el otro, de poner en común, llegar a acuerdos.
La forma de comunicarse propuesta por Habermas poco o nada tiene que ver con discursos de cualquier tipo. De hecho el discurso aparece cuando la acción comunicativa ha fallado y cumple la función de tener la “esperanza” de poder tener acuerdos en el futuro.
Si lo llevamos a la realidad mexicana actual, podemos decir que discursos políticos, la publicidad de campañas electorales, las estrategias de comunicación y de marketing, publicidad, entre otros, son la antítesis de buscar y hallar soluciones. Están para convencer, no para comunicar. Las mentadas y discursos entre blanco y negro entre partidos políticos sirven para el encono, no para la construcción de la vida pública.
Al leer a Habermas y compararlo con lo que leo a diario en redes sociales, en los medios de comunicación; al leer las reseñas de la mañanera, y escuchar la mañanera misma, al ver las perpetuas dicotomías en tw y otras redes sociales queda claro que en México no hay condiciones para realizar una acción comunicativa a nivel nacional. Y nadie lo está intentando.
Esto no es un asunto de buena voluntad, sino de herramientas. En el asunto los medios de comunicación tienen la batuta. Desde la prensa, los medios, las redes sociales, se hace todo menos menos acción comunicativa: se hace propaganda, se reproducen discursos, en Tw y Facebook políticos y empresas interesadas desembolsan mucho dinero para generar discusiones polarizadas.
Esa palabra, polarización, tan de moda, con una carga moral, no alcanza a explicar la estrategia de comunicación que implica. La polarización detona la sordera entre grupos. No hay forma de salir de una discusión en llamas una vez que estás ahí. La trampa, sin embargo, es que en la mayoría de los casos nos hacen creer que estamos peleando con el enemigo real, el sujeto o el grupo social responsable de nuestros males. Y no. Peleamos con fantasmas. El resultado final de la polarización es que no construimos conocimiento colectivo. Y menos hallamos o creamos soluciones.
El resultado de la polarización es el desasosiego y la pérdida de la esperanza. El empobrecimiento del conocimiento, y la reproducción de los discursos maniqueos.
El problema es que la capacidad de comunicarse, discutir, buscar acuerdos, como todo en la vida, requiere de práctica; se crea la cultura de la dicsución. Y a nivel social, requiere también de ciertas estructuras que propicien el ejercicio de la comunicación y su perfeccionamiento. Como todo en la vida, la comunicación horizontal y propositiva necesita práctica. Mientras más se ejercite, mejor sale. Y en la arena pública de México, actualmente, son muy pocos los espacios en los que es posible intentarlo.
Es muy probable que esta atrofia en nuestra capacidad de comunicación y discusión pública haya sido fortalecido desde algunas políticas públicas. Finalmente, así ocurrió con el empobrecimiento y el abandono a la educación pública; el ataque al sindicalismo digno, a las cooperativas, a las formas de organización alternativas.
Sin herramientas de diálogo, peleados todos contra todos, es más fácil manipularnos, dividirnos. No es posible así construir conocimiento social.
En Twitter (red de mi elección, por cierto) el asunto se agrava. Un experto en programación me hizo ver que la misma plataforma (unos pocos caracteres) obliga a las dicotomías, a los contrastes, a la polarización, pues. Es imposible (o muy difícil) discutir en ese formato ideas complejas, con matices.
No todo está perdido, sin embargo.
Comunidades y pueblos originarios lo hacen. Lo practican. Saben que más importante que imponer una opinión es el bienestar de toda la comunidad. También en algunos colectivos y cooperativas. Y como han contado en sus testimonios: es cansado, es arduo, pero vale la pena. Sin embargo, en términos generales, los habitantes de este país tenemos poca práctica y pocas herramientas para comunicarnos con la verdad, con respeto y buscando la generación de acuerdos. Tenemos pocas o ninguna arena de práctica; se desalienta en espacios públicos.
Insisto, no se trata de una condena moral, sino de cuestionarnos, ¿cómo podemos hacernos de estas herramientas? ¿Cómo podemos destrabar la polarización? ¿cómo apagamos el ruido? Incluso en espacios universitarios, en los que se supone los estudiantes pueden hacerse de mejores herramientas de discusión y análisis, prevalece la cultura de la confrontación.
Es urgente. Mientras nosotros discutimos y peleamos en tw, o en la cena de Navidad, corporativos, empresas millonarias, políticos corruptos hacen lo que quieren de este país.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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