Las escuelas y su comunidad son nuestro nodo social. Lo hemos estado viviendo ya por once meses, lo supimos desde antes. A las niñas, niños y adolescentes les debemos más que un año de escuela perdido. La deuda consta de entornos de cuidado, juego y aprendizaje armónicos y seguros, de ejercer su derecho a una vida digna. ¿A qué escuela queremos que regresen?
Por Anaid Reyes Hernández* / MUxED
En poco más de un mes se cumplirá un año del anuncio del cierre temporal de escuelas en México por causa de la pandemia por covid-19. Todas las y los estudiantes en México han vivido momentos excepcionales. Entre las niñas, niños y adolescentes (NNA) algunos han disfrutado la estancia en casa, la cercanía con sus familias y cuidadores, otros las han padecido. Todo depende de las condiciones en las que les haya pescado el cierre. Aun cuando ya se hablaba de la crisis de la escuela, la pandemia ha mostrado que, sin ellas, las disparidades entre quienes tienen un espacio propio y recursos materiales, e incluso ambientales, para estudiar en casa y quienes no se extrapolaron aún más. El escenario de regreso a la escuela es complejo, sin embargo, la alternativa necesaria, y las innovaciones educativas posibles.
La imposibilidad de acompañarlos en el estudio, la pérdida de aprendizajes, la reactivación económica, incluso la falta de paciencia, son parte de las razones que se escuchan para urgir la vuelta a la escuela. Sin embargo, la limitación de las actividades en el exterior nos ha dejado entrar y ver con más detalle la magnitud de problemas que viven millones de hogares, una que la escuela y su estructura, atenuaban.
En los hogares, a las carencias de espacio digno, acceso tecnológico y materiales para el estudio, se le sumaron los ruidos ambientales, la música prendida, las conversaciones, los vecinos, las peticiones de los mandados que continuaron, las labores del hogar, etc. Luego, vivir en el hacinamiento nunca tuvo un rostro tan doloroso. Al incremento de la violencia doméstica se le sumó el terror de los contagios familiares. La sociedad urge volver a la escuela. Pero en México aún o queda claro ni cómo será posible. Mientras tanto, muchas familias pagan clases particulares, y optado por participar de “escuelitas” informales por algunas horas al día. A pasos lentos, pero cada día que las escuelas están cerradas, se va fortaleciendo un sistema creciendo a la sombra que solo va ampliando las desigualdades. En este sentido, la discusión de si reabrir o no reabrir las escuelas pone sobre la mesa argumentos muy válidos, sin embargo, el regreso seguro no solo depende de la escuela, así como no hemos hablado de la escuela a la que regresaremos.
Con la pandemia, en México hemos sido testigos de la explosión de una crisis de los derechos de las NNA que sin embargo le antecede. La condición material de las escuelas es solo una de sus caras. Con el aumento de la urbanización y la violencia en México, a las NNA les habíamos limitado ya el disfrute de la naturaleza, las calles, el espacio público. Los permisos para ir a parques y a dar la vuelta con los amigos –solos casi inimaginable– se había limitado. El entorno inmediato de la escuela había comenzado a tambalearse como espacio seguro. Poco a poco, las escuelas comenzaron a transformarse también: con alambres de púas, cámaras de seguridad, proyectores y computadoras enrejados y bajo llave; todas ellas señales de esa crisis. Así, la pandemia fue el acabose. Para algunos estudiantes la educación ha tomado nueva forma, para otros, su espacio seguro que era la escuela, no solo cerró sino ha desaparecido.
La extrañamos, pero la escuela ya no es la que necesitamos. Solo por poner un ejemplo, según análisis del extinto INEE con datos de 2013, “de un total de 145,70413 escuelas diagnosticadas por el INIFED, aproximadamente una quinta parte (22.6%) no se encontraba conectada a una red de abastecimiento de agua y casi nueve de cada diez no cuenta con bebederos (88.5%) y/o comedor (87.5%)” y en 3,844 escuelas no se contaba con energía eléctrica. Los preescolares presentaban una tasa promedio mayor a la media nacional y todas estas carencias se presentaban en mayor medida en la generalidad de escuelas ubicadas en zonas de alto rezago. Por el tamaño de la deuda y con los daños derivados del sismo de 2017, el alcance del programa Escuelas al CIEN fue limitado. La inequidad en la distribución de los recursos aún se mantiene, las escuelas con mayores deficiencias están también en zonas de rezago medio y alto. La alta deserción escolar en los niveles secundario y de bachillerato parecían ser el termómetro de un fenómeno cuyo origen no quedaba claro si tenía lugar dentro o fuera de las aulas. Además, con las tecnologías, si ya se puede aprender en cualquier lugar, ¿la escuela como espacio es aún necesaria?
Desde mi punto de vista, la educación, sus alumnos, maestros y aprendizajes, son parte de los héroes de este difícil periodo de pandemia. Porque aún en medio de la crisis social y material que les comenzaba a invadir, y contra toda corriente durante el cierre, la escuela –en un amplio sentido espacial y material– se mantiene. Y por ellos, vale todo el esfuerzo para mejorar las escuelas, repensarlas, y hacer todas las adaptaciones necesarias para que sigan vigentes para los nuevos tiempos. Las escuelas han sido espacios de aprendizaje, socialización y juego; espacios comunitarios y culturales, módulos de votación, centros de acopio y refugios temporales, generadores de memorias de la infancia, incluso desde este lunes, espacios de esperanza para miles de adultos mayores que ahí fueron citados para las primeras aplicaciones de las vacunas.
Regresar a la escuela, también implica repensarla. Supone más que asegurar el acceso a la electricidad y el alcance tecnológico. Tras un año de ausencias, el aprendizaje también requerirá de los encuentros, del escalar los juegos en el recreo, de los paseos escolares, de los huertos escolares, de ciudades que sean parques, museos cotidianos, lugares donde se viva y aprenda, porque nos falta la presencia. Necesitamos apostar por los espacios igualadores, flexibles, agradables, seguros y libres de violencia, los que miran por quienes los habitan, sus gustos y necesidades, sus escalas, por los recursos naturales de su entorno. Es urgente planear con y para las niñas, los niños, las y los adolescentes.
Las tendencias en el trabajo interdisciplinario entre pedagogía y diseño y arquitectura de escuelas y espacios públicos en el mundo, con procesos participativos nos pueden mostrar el camino. Necesitamos incorporar modificaciones accesibles en las escuelas y los espacios pensando en los gustos, usos y necesidades de las personas que los habitan y que den lugar a las diversas formas en que aprenden. Las escuelas y su comunidad son nuestro nodo social. Lo hemos estado viviendo ya por once meses, lo supimos desde antes. A las niñas, niños y adolescentes les debemos más que un año de escuela perdido. La deuda consta de entornos de cuidado, juego y aprendizaje armónicos y seguros, de ejercer su derecho a una vida digna.
Los recuerdos de mis días en la escuela pública son unos de mis tesoros. Y ustedes ¿qué espacios de sus escuelas recuerdan? ¿A qué escuela queremos que regresen nuestros hijos en México?
La autora es integrante de MUxED. Politóloga e internacionalista por el CIDE, se ha especializado en el análisis, diseño, implementación y evaluación de políticas educativas con un enfoque de equidad. Actualmente es consultora de proyectos vinculados con la educación inicial, la educación y formación técnica y profesional, las escuelas y el espacio público. Fue asesora y coordinadora de análisis de proyectos y programas prioritarios de la SEP.
Contacto: anaid.reyesh@gmail.com
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/anaid-r-24817022
Bibliografía
INEE (2019). Informe de evaluación a la política de infraestructura física educativa de la educación obligatoria en México. Informe final. Ciudad de México: INEE. (Documento en revisión editorial).
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