Los científicos nos lo han advertido: 6 de cada 10 enfermedades infecciosas que nos afectan pueden ser propagadas por animales y 3 de cada 4 nuevas enfermedades infecciosas en humanos provienen de animales. Transformar nuestra relación abusiva con los animales y la naturaleza es la solución de la que poco se habla y más se necesita
Por Ana Soto*
“No es cuestión de si habrá una pandemia, sino de cuándo habrá una pandemia”, le dijeron los científicos al actor Jude Law en el 2010 mientras se preparaba para filmar la cinta Contagio.
Diez años después esta fue una de las películas más vistas al inicio del confinamiento en marzo de 2020. Quizá la gente buscaba en ella las respuestas que no encontraba en los noticieros ni en las conferencias matutinas del gobierno de México, conocidas como “mañaneras”.
Y sí, la respuesta estuvo siempre ahí, justo en el desenlace de la cinta: los humanos destruyen el bosque tropical dejando a los murciélagos sin su hábitat natural, orillándolos a acercarse al sitio donde viven los animales que han sido obligados a nacer para convertirse en alimento. Y así comienza la cadena de contagios: murciélago – cerdo – humano.
Tuvo que pasar casi un año para que los científicos nos confirmaran la realidad que tan bien retrató la ficción. El martes 9 de febrero de 2021 la misión de la OMS que viajó a Wuhan para investigar el origen del virus corroboró que la hipótesis más probable es que éste pasó de un animal, quizá un murciélago, a un humano a través de una tercera especie aún sin identificar, tal vez un pangolín, acaso una rata de bambú.
Pero arrojaron una hipótesis más: la posibilidad de que la transmisión se produjera a través de “productos congelados”, es decir, animales congelados que estaban infectados, incluyendo animales salvajes atrapados y vendidos como “viandas exóticas”.
Así que regresando a Jude Law, en aquel 2010 los científicos bien le pudieron decir “No es cuestión de si habrá una pandemia ni cuándo habrá una pandemia, sino por qué habrá una pandemia: por la abusiva relación que tenenos con los animales y con su entorno”. Lo sabían entonces y lo sabemos ahora. No es la primera pandemia que pasa de animales a humanos. Sin embargo, de la imperante necesidad de dejar de comer animales poco o nada se dice.
Lo que nos han dicho y lo que no
Múltiples celebridades y funcionarios nos han dicho hasta el cansancio “Quédate en casa”, “Lávate las manos”, “Mantén la sana distancia”, “Cúbrete la boca”. No obstante, apenas oímos unas cuantas voces aisladas diciéndonos qué hacer para prevenir futuras pandemias.
La más reciente es la de etóloga Jane Goodall que el 3 de febrero, durante la presentación del informe «Impactos del Sistema Alimentario en la Pérdida de Biodiversidad” de Chatham House, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y Compassion in World Farming, señaló: “Las inhumanas condiciones de hacinamiento no solo causan un intenso sufrimiento a seres sintientes, sino que también permiten la transferencia de patógenos de animales a humanos, con el riesgo de nuevas enfermedades zoonóticas. Por motivos éticos deberían eliminarse lo antes posible”.
Esta es la realidad que tenemos que comprender, aceptar y poner en marcha: replantear nuestra relación con los animales en particular y el planeta en general.
No es tan difícil entenderlo, covid-19 es una enfermedad zoonótica, es decir, que pasa de los animales a los humanos. Y las enfermedades zoonóticas matan a millones de personas cada año. Tan solo en los últimos 30 años surgieron 200 enfermedades infecciosas zoonóticas.
En nuestro país ya lo habíamos vivido. En el 2009 un virus saltó de un cerdo a un humano para convertirse en la Gripe A H1N1 que luego se disparó de México a por lo menos 200 países. Y es que ahora el mundo está tan conectado que un virus tiene la oportunidad de cruzar medio planeta en un avión en apenas 20 horas. Eso sucedió con el SARS-CoV-2: en una ciudad de China se produjo una zoonosis y la globalización volvió ese brote casi incontrolable.
El pangolín, mucho más que una especie intermedia
Este simpático animalito cubierto de escamas es el animal más vendido ilegalmente en el mundo: al menos un millón han sido cazados furtivamente en los últimos 10 años.
A diferencia de la película Contagion no se trata de un animal que casualmente tuvo contacto con un murciélago portador de un virus. Su captura y tráfico les ha forzado a tener una peligrosa cercanía con humanos y otros animales, y eventualmente a compartir virus a través de secreciones respiratorias, heces, orina o sangre con especies con las que nunca estaría en contacto en su hábitat natural.
Está claro que el culpable no es el pangolín ni el murciélago, sino la acción humana hacia esos animales. Y lo mismo pasa con los animales domesticados que se han convertido la principal fuente de virus transmitidos a humanos.
Recordemos unas cifras que deberían aterrarnos: de todos los mamíferos que habitan el planeta solo el 4% son animales salvajes. Eso significa que el 96% de los mamíferos del planeta son humanos o su comida. Específicamente, solo 36% son humanos y 60% son animales obligados a nacer y morir por y para los humanos.
“Antes la naturaleza determinaba cómo sobrevivíamos, ahora nosotros determinamos cómo sobrevive la naturaleza”, dijo consternado el divulgador inglés David Attenborough al dar a conocer dichas cifras.
Al inicio de cada año un grupo de científicos presenta el reloj que indica qué tan cerca está la humanidad de una catástrofe mundial. Este 2021 han dicho que estamos a 100 segundos de la medianoche de la humanidad, el momento más oscuro y temido.
La realidad es que cada vez que destruimos los hábitats de los animales y cada vez que se les enjaula, se les hacina, se les mutila, se les deforma, se les electrocuta y se les asesina, ese reloj avanza sin retorno.
Los millones de animales que la humanidad decide reproducir cada día para mantenerlos hacinados, respirando uno junto al otro, evacuando uno sobre el otro, están tan asustados, tan estresados, tan muertos en vida, que hacen falta muchos antibióticos y antivirales para mantenerlos vivos durantes sus cortas existencias.
De lo contrario, bastaría con que un solo animal se contagie para poner en riesgo a todos los demás. Y entonces se debe matar a miles y miles de ellos como medida sanitaria. En Asia mataron 200 millones de aves de corral en los últimos años para que no se propagaran sus virus a otros animales domésticos y para evitar que dichos virus mutaran hacia versiones de sí mismos que pudieran hospedarse en humanos, enfermarnos y colapsar los sistemas de salud. Lo mismo sucedió en México en el 2012 cuando debido a la gripe aviar se mataron 22 millones de gallinas.
Aun sin existir una enfermedad contagiosa las granjas industriales representan un grave riesgo para la población. En las megagranjas porcinas de Yucatán, donde está la reserva de agua dulce más importante de México, los desechos de miles y miles de cerdos contaminan el agua y el suelo, afectando a la gente de la zona.
Y el excesivo uso de antibióticos en los animales también impacta a los humanos, ya que están perdiendo su efectividad. Actualmente, la capacidad de las bacterias, parásitos, virus y hongos para resistir estos medicamentos provoca 700 mil muertes por año, de seguir así se espera que el número se eleve a 10 millones para 2050. La OMS señala que la resistencia a los antimicrobianos amenaza con devolvernos a épocas en que no se podían tratar fácilmente infecciones como la neumonía, la tuberculosis, la gonorrea y la salmonelosis.
Pero regresemos a las pandemias. Si los científicos calculan que al menos 6 de cada 10 enfermedades infecciosas que afectan a los humanos pueden ser propagadas por los animales, y 3 de cada 4 nuevas enfermedades infecciosas en humanos provienen de animales, ¿no debería ya ser hora de atacar la raíz del problema y dejar de tener bombas de tiempo escondidas tras las paredes de las granjas industriales?
Dejar de comer animales es dejar de financiar esos centros de hacinamiento e insalubridad. Sacar a los animales de nuestros platos, y de cualquier otra forma de explotación, es la forma más sencilla en que cada uno podemos contribuir a reducir la velocidad en que nuevas enfermedades zoonóticas puedan surgir.
Si queremos evitar futuros brotes que se transformen en pandemias debemos modificar radicalmente nuestros patrones de consumo para reducir nuestra interferencia y destrucción del mundo natural. Encontremos en la pandemia una oportunidad: la de cambiar nuestra relación con la naturaleza y todos sus habitantes por una de respeto y justicia.
Para saber más sobre este tema, no te pierdas el Foro por el Reconocimiento de los Derechos de los Demás Animales este miércoles 17 de febrero, de la 1 p.m. a las 3 p.m. (tiempo de México), por las redes sociales del Senado Mexicano.
*La autora es integrante de la Red Veganas Antiespecistas. Es autora del libro “Go Vegan, tu guía para llevar una vida libre de sufrimiento animal”, que se ha convertido en un práctico manual para quienes se inician como veganos. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM y también ha sido publicada en las antologías “Creaturas del abismo” y “Escritos identitarios Tijuana-Nueva York”
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