Trabajadores de centros comerciales ven cómo su única esperanza la apertura de tiendas y restaurantes para conservar su trabajo. Aunque esto implique semanas sin goce de sueldo, disminución del salario, una dura jornada laboral y un mayor riesgo de contagiarse de covid
Texto y Fotos: Duilio Rodríguez
CIUDAD DE MÉXICO.- Las plazas departamentales, como muchos otros comercios de la capital del país, estuvieron cerrados al público desde el 18 de diciembre del año pasado. Apenas reabrieron el lunes 8 de febrero y la gente se volcó a comprar, principalmente ropa y zapatos.
La ciudad de México y Estado de México, en conjunto, suman 50 mil 909 defunciones por covid-19, según el sistema de seguimiento y monitoreo del gobierno de México. Un tercio de la mortalidad de la pandemia en todo el el país, y apenas están saliendo de la segunda ola, que fue mucho más mortal que primera.
Los contagios y hospitalizaciones descienden lentamente, y el semáforo sanitario seguirá en rojo hasta el lunes; pero la apertura restringida de los centros comerciales, restaurantes y tiendas departamentales ha permitido que miles de trabajadores recuperen su trabajo.
Para abrir los comercios, las autoridades impusieron una serie de medidas sanitarias y crearon un programa que prevé proteger más a los clientes que a los empleados, al cual llamaron “Reactivar sin arriesgar”.
En la entrada del centro comercial Plaza Delta, un sujeto vestido con bata blanca monitorea un termómetro donde verifica que todos las personas que ingresan al centro comercial entren sin fiebre. También está atento a que utilicen cubrebocas y se apliquen gel en las manos.
—¿Es usted personal médico?
—Soy de seguridad de la plaza y estoy aquí checando que nadie traiga calentura.
El señor de seguridad sigue atento a la revisión y cada vez que descubre a alguna persona que trae el cubrebocas por debajo de la nariz le pide que se lo coloque bien; no sin antes recordarle que se ponga alcohol en gel.
Hay tanta gente queriendo entrar a la plaza que se forma una larga fila de hombres y mujeres que se mantienen a una distancia de 2 metros entre ellos.
Adentro, en los pasillos del centro comercial, la gente entra y sale de las tiendas con las bolsas de su última adquisición, casi todos los comercios muestran descuentos del 30, 40 y hasta el 50 por ciento.
El aforo permitido por las autoridades de la CDMX en las tiendas departamentales es del 20% de su capacidad total. Julio trabaja como auxiliar de prevención en C&A y piensa que es mejor darles una ficha a las personas que quieren entrar cuando llegan al tope del aforo permitido.
“Ahorita tenemos al rededor de 56 personas adentro, que es nuestro máximo permitido; en cuanto salga alguna, dejamos entrar a otra, además les damos una ficha para no tener aglomeraciones o largas filas afuera”
—¿Sí respetan que solo entre una persona por familia?
—Nosotros sí, verificamos y pedimos que sea una sola (persona). Pero a la plaza entran separados y después se juntan adentro, ya sabes cómo somos.
Entre las decenas de personas que van a comprar, aparece en uno de los pasillos un señor con traje blanco, cubrebocas y un tanque enorme en la espalda, el Sr. Héctor, es el encargado de “sanitizar” toda la plaza. Desde las 7 de la mañana y hasta las 3 de la tarde recorre oficinas, elevadores, el comedor, escaleras eléctricas y todos los pasillos del centro comercial. “Yo vivo en Tecámac, hago dos horas para llegar aquí y de regreso a mi casa hago tres, ¿se imagina?”.
Para llegar desde Tecámac –en el Estado de México– a la Colonia Roma –donde se ubica el centro comercial donde trabaja Héctor–, tiene que tomar un camión y transbordar dos veces en metro para bajarse en la estación Centro Médico. El total de tiempo que invierte en su jornada laboral es de 13 horas.
Héctor aceptó el trabajo porque en su empresa de limpieza estaban haciendo guardias y cuando empezó la pandemia le ofrecieron desinfectar la plaza. El tanque que carga en su espalda es de 20 litros y asegura que lo llena cuatro veces para poder cumplir con su tarea diaria.
“Hay que tener trabajo para poder comer y en estos tiempos tener trabajo ya es ganancia”.
Así lo asevera el señor Héctor, mientras se reacomoda la pesada carga y luego termina con un suspiro: “hasta se me fue el aire”.
Para muchos trabajadores de esta plaza comercial, el dilema es quedarse en su casa para morirse de hambre o salir a trabajar con el riesgo de contagiarse de covid. Muchos de ellos viven en la zona periférica de la Ciudad de México y su única opción es trabajar en servicios de limpieza, transporte, seguridad privada y/o cocina, aunque esto implique recibir un salario mínimo y muchas horas de traslado desde sus casas al lugar donde trabajan.
Alejandra presta sus servicios en una empresa de seguridad privada y desde hace un mes y medio que cerró la plaza comercial la mandaron a “descansar” —como ella llama a que la mandaron a su casa sin goce de sueldo—. Vive en Chalco y en promedio hace entre dos y dos horas y media para llegar a trabajar.
Cuando le pregunto qué hizo durante el tiempo que no le pagaron, con pena me confiesa que tuvo que vender sus pertenencias para pagar renta y sacar algo de dinero para comer. Su sueldo es de 123 pesos diarios, el mínimo considerado para todo el país y tan solo en su transporte se gasta 50 pesos al día.
Para la señora Guadalupe la situación es muy parecida a la del resto de los trabajadores subcontratados por empresas de seguridad o limpieza. Ella vive en la zona del Aeropuerto y desde las 4:30 de la mañana se levanta para llegar a las 7:00 a trabajar.
—¿No le da miedo contagiarse de covid?
—La situación económica para todos está muy complicada, en la casa hemos perdido familiares y amigos, pero tampoco podemos dejar de trabajar.
Guadalupe tiene 65 años de edad y no para de trapear los pisos de la tienda, solo se toma un momento mientras observa cómo cada persona que entra deja unas manchas de lodo que se producen con el contacto de los zapatos y los tapetes con cloro que colocan en el piso. Desde hace 10 años se dedica a la limpieza pero no recuerda una situación tan difícil como la que ha vivido ahora con la pandemia.
Guadalupe está subcontratada por una empresa de las conocidas como outsourcing que le da servicio a una de las grandes multinacionales de ropa.
“Cuando fue el primer cierre el año pasado, dejé de trabajar 4 meses y este último cierre me dejó sin ingresos económicos por más de un mes, mi único sustento fue mi hija, que gracias a dios no perdió su trabajo”.
Elizabeth trabaja como gerente de la tienda H&M; ella comenta que haber cerrado en diciembre, cuando se celebra navidad y año nuevo, les afectó mucho; y que esa fue la razón que trajo a tanta gente a la tienda el día de la apertura. Ella sufrió un recorte del 50% de su salario y estuvo haciendo home office durante el tiempo que la tienda permaneció cerrada. Desde su casa atendía vía “zoom” las juntas de trabajo en donde le informaban los pormenores del semáforo epidemiológico y las medidas que debían implementar el día que abrieran la tienda.
El lunes pasado que abrieron, el aforo máximo era de 226 personas dentro del local, un número considerable de clientes que se mantuvo durante todo el día.
Ahora la esperanza de mantener las ventas y reactivar con fuerza la economía está puesta el próximo fin de semana que se celebra el día del amor y la amistad.
Elizabeth, prevé que el 13 y 14 de febrero lleguen más consumidores a comprar ropa o algo para regalar.
“Aunque hemos tenido muy buena concurrencia de clientes, esperamos recibir más gente el próximo fin de semana. Para tranquilidad de los clientes cumplimos con todas las medidas sanitarias y ofrecemos promociones en ropa que van desde 130 pesos o que con la compra de dos prendas se puedan llevar tres”, comentó Elizabeth.
Editor y fotógrafo documental, retrato, multimedia y vídeo. Dos veces ganador del Premio Nacional de Fotografía Rostros de la Discriminación.
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