La pandemia ha colocado a la civilización occidental frente a un parteaguas: o cambiamos nuestra forma de ser en el mundo, o nos espera mucho más sufrimiento
Tw: @lydicar
Esta columna llegará tarde, cuando ya haya pasado la Nochebuena y Navidad. Pero más tarde aún para el solsticio de Invierno. Ése, junto al espectacular fenómeno de Saturno y Júpiter cerca el uno del otro, resplandeciendo cual estrella de Belén, también ya pasó. Pero es para mí cuando el conteo vuelve a cero. Cuando todo reinicia. El verdadero Año Nuevo, y no la imposición de un calendario. El solsticio. La noche más larga del año. El silencio y la oscuridad; como todo los inicios, tan parecido a la muerte, apenas una promesa. Y a partir de ahí las noches vuelven a acortarse, un poco más cada jornada, hasta llegar al esplendor del Verano.
El solsticio nos trae el Invierno. Los antiguos mexicanos describían a su dios, el sol y señor de la guerra, Huitzilopochtli, como disminuido, pálido y pequeño durante el invierno. Un pequeño colibrí, huitzilin, volando por el firmamento. El invierno son semillas bajo la tierra. Son promesas en la penumbra. La esperanza de que Huiztilin crezca de nuevo, traiga de nuevo el calor, y vuelva a ser temible.
En los países al norte, es todavía más profundo y temible este momento: este inicio que viene. Son meses de frío, oscuridad y resistir. La gente lo hace por la promesa de que vendrá la primavera. De ahí que los pueblos adornaran un árbol con frutos y luces, para invocar (toda magia parte de la recreación simbólica de nuestro anhelo) ese despertar de la naturaleza y la tierra. Ya con los años y las imposiciones ideológicas, vino también el nacimiento de un niño dios. Un niño dios que convenientemente llega al mundo apenas días después del solsticio. Ese niño dios es el sol.
Es por esto que me gusta el Solsticio y la Navidad. Me gusta que las fechas y algunos ritos me permitan detenerme y sentir el ritmo de la tierra bajo mis pies: sentir el dormitar del invierno, esa hibernación, cual oso agotado. Y su promesa: volverá la primavera, los árboles volverán a florecer.
Este año ha sido terrible, copado de pérdidas económicas, muertes, incertidumbre abismada. La pandemia ha colocado a la civilización occidental frente a un parteaguas: o cambiamos nuestra forma de ser en el mundo, o nos espera mucho más sufrimiento. Por eso no quería dejar de escribir sobre el valor del Solsticio, sobre los ritmos de la vida y sobre la promesa del renacimiento.
Felices fiestas y año nuevo. Otro mundo es posible y urgentemente necesario.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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