26 diciembre, 2020
Desde 2016 la Red de Enlaces Nacionales organiza las brigadas nacionales de búsqueda, que se han convertido en escuelas donde familiares de personas desaparecidas de todo México aprenden a buscar y comparten sus conocimientos. Quinta y última entrega de la serie Camino a Encontrarles
Texto Aranzazú Ayala Martínez
Ilustraciones por La Lechuga ilustradora
Es sábado por la tarde del 8 de febrero de 2020, justo a la hora en la que el sol es más brillante y deslumbra cuando choca contra la pared de ladrillo de la Casa de la Iglesia de Papantla, Veracruz, y dificulta leer las proyecciones de la peculiar clase de hoy: Cómo registrar los hallazgos en una fosa clandestina.
Las alumnas son mayoría mujeres que revisan con cuidado las hojas que les entregan. Son cuestionarios donde deberán registrar si lo encontrado es un esqueleto o un resto humano, el tipo de terreno donde lo hallaron, las características de la pieza, la fecha del hallazgo y el nombre de la persona que lo encontró.
Ellas no son antropólogas forenses. Varias de ellas eran amas de casa hasta que tuvieron que salir a buscar a uno o varios parientes desaparecidos, como ya es costumbre en México donde hay más de 75 mil personas perdidas. Terminada la clase pasarán de la teoría al trabajo de campo y buscarán fosas clandestinas reales. Ellas, y los hombres aquí presentes, forman parte de la Brigada Nacional de Búsqueda.
“He aprendido muchas cosas, de las cosas sobre búsqueda por ejemplo desde leer la tierra. En un terreno lleno de maleza de repente ver el tipo de vegetación, eso se va aprendiendo, y compartir también, porque de repente, como saben algunas, se va sabiendo, quién ha participado en búsquedas, quién se ha quedado en los procesos para vigilar la exhumación”.
Esto lo cuenta Fabiola Pensado, una de las alumnas que ha tomado varias veces esta clase y que se inscribió para buscar a su hijo Argenis Yosimar Pensado Barrera, desaparecido en Xalapa en 2014.
El temario tampoco sorprende a Tranquilina Hernández, quien busca a su hija Mireya Montiel, desaparecida en Cuernavaca, Morelos, desde 2014, y Yadira González, que está aquí por su hermano Juan, a quien busca desde 2006, ambas veteranas en este tipo de búsquedas. Saben bien posesionarse del terreno, usar varillas, palas y picos y enterrarlos a cierta profundidad para no destrozar osamentas, identifican las partes de un esqueleto y conocen los procedimientos para resguardar cada hallazgo.
Para Tranquilina Hernández, gracias a estas capacitaciones han podido encontrar restos de personas.
“En Amatlán hicimos varios hallazgos, hicimos que el ministerio público, el Fiscal, dijera, ‘sí, son huesos humanos’”, lo dice con orgullo porque recuerda que en las primeras búsquedas, cuando anunciaban algún hallazgo las autoridades de inmediato decían que lo encontrado eran trozos de madera, no huesos. “Es como frustrante -dice la mujer- porque aparte de que tú les haces la chamba todavía se atreven a decir que no sabemos, cuando nosotros hemos tomado talleres, precisamente por eso nos preparamos antes de ir”.
Es fácil descubrir quiénes son novatas porque se les nota en el rostro. Hablar de entierros clandestinos les resulta insólito, aunque saben que es necesario porque el gobierno no busca a las personas desaparecidas. Una de ellas es Victoria Rosales, quien desde 2017 busca a su hija Nadia Guadalupe, desaparecida en Puebla.
Terminado el curso se dará por inaugurada la Quinta Brigada Nacional de Búsqueda que este 2020 congregó en esta punta del Golfo de México a 300 personas de 71 colectivos de buscadores del país, de 21 estados de la República y de organizaciones solidarias. La mayoría viene del sur o del norte del estado, pero hay también personas provenientes de Guerrero, Puebla, Coahuila, Baja California, Estado de México, Morelos, Querétaro, Michoacán o Jalisco.
La idea de crear esta escuela teórica y práctica para personas buscadoras surge a partir de la tragedia de una madre: María Herrera Magdaleno.
Doña Mary, o mamá Mary, como le dicen sus compañeras, era un ama de casa y comerciante que vivía en Pajacuarán, Michoacán. El 28 de agosto de 2008 esperaba a dos de sus ocho hijos para poner su puesto en el tianguis, pero no llegaron. Jesús Salvador y Raúl Trujillo Herrera debían de haber regresado de Guerrero, a donde viajaron con cinco compañeros de trabajo, pero nunca aparecieron.
Durante dos años ella con sus hijos restantes se dedicaron a buscarlos. Denunciaron las ausencias ante las autoridades, gastaron sus ahorros para investigar por su cuenta, llegaron a contratar detectives privados, pero nada dio resultado. Dos años después vino otra nueva pesadilla: el 22 de septiembre de 2010 Gustavo y Luis Armando, otros dos hijos de doña Mary, desaparecieron en una carretera en la zona norte de Veracruz.
“Me pasó lo mismo que había pasado anteriormente, esta vez como la primera me derrumbé totalmente, no sabía qué hacer, a quién acudir, las autoridades no me ayudaron”, cuenta doña Mary sobre esos meses. En marzo de 2011 se enteró del nacimiento del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), encabezado por el poeta Javier Sicilia, quien comenzó a caminar el país para exigr justicia por el asesinato de su hijo y su protesta se convirtió en un movimiento nacional de víctimas de la violencia de la guerra contra el narcotráfico, que atravesaron el país con él.
Hacían mítines en plazas públicas, se reunían con autoridades, hablaban con la gente en plazas mientras se sumaban por todo el camino más personas atravesadas por la violencia que estallaba sin control en México.
“Cuando me enteré de este movimiento corrí a presentarme frente a él y le pedí a todo su equipo que me ayudaran”, dice la madre que buscaba cuatro hijos se convirtió en un emblema del movimiento.
María Herrera recorrió con cientos de dolientes la caravana que hicieron por el sur de México, la segunda hacia la frontera norte y una tercera por Estados Unidos. Convenció a sus hijos JuanCarlos y Miguel de unirse con ella al movimiento.
Dos años después, la familia Trujillo Herrera decidió abandonar al movimiento que había logrado victorias como la aprobación de la ley de víctimas, porque sentían que faltaba una organización creada por las propias familias, cuyas necesidades de encontrar a sus familiares guiara sus acciones y que funcionara desde distintos lugares del país.
Juan Carlos se había mudado a la ciudad de México para dedicarse con su madre de tiempo completo a buscar, y tuvo la idea de formar una red de colectivos: “Nosotros pensamos ‘esto no puede estar así’, los enlaces nacionales necesitamos generar un proceso de escuela y que las familias sean los actores principales”.
Empezaron poniendo en práctica lo que habían aprendido con Sicilia: hicieron viajes estilo caravanas a distintos estados en los que invitarían a familias con su misma tragedia a crear una organización nacional.
Al regreso de la visita a Guerrero, Jalisco, Coahuila y Michoacán, cuando Mary y sus hijos pensaron que habían vendido en balde sus automóviles para financiar esos viajes de los que no habían obtenido respuesta comenzaron a recibir mensajes por celular con palabras similares: ¿Cuándo empezamos? Estamos listos.
En 2013 formaron la organización Familiares en Búsqueda María Herrera y, de manera casi paralela, la Red de Enlaces Nacionales. Sus primeros pasos los dieron por pasillos de instituciones públicas donde hacían cabildeo para la creación de leyes o exigían estrategias de búsqueda en las fiscalías. Pero siempre se topaban con la inacción de las autoridades y quedaban con una tremenda insatisfacción.
En octubre de 2014, un día que Juan Carlos Trujillo vio noticias sobre la búsqueda de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala, Guerrero, se sintió impactado al ver que muchas otras familias de personas desaparecidas en la zona se unieron para subir a los cerros a rastrear restos humanos.
Entre ellos descubrió la existencia de Mario Vergara, un hombre de Huitzuco que buscaba a su hermano Tomás, secuestrado desde el 5 de julio de 2012, y quien -a partir de las salidas a campo junto al colectivo que bautizaron como Los Otros Desaparecidos- comenzó a hacerse famoso por desenterrar decenas de cuerpos.
Pronto Vergara y Trujillo se conocieron. Uno tenía experiencia en búsqueda, el otro en visibilización política. De inmediato supieron que eran complementarios.
El famoso buscador de Huitzuco recuerda el momento en que, a través de redes sociales, se contactaron: “Fue así cómo nacieron muchos sueños e ilusiones por parte de ellos (los Trujillo): nosotros éramos nuevos en la lucha y estábamos encontrando cuerpos, ellos eran muy viejos en la lucha y habían aprendido a dominar todo esta parte mesas de trabajo, reuniones, conocer autoridades, pero no encontraban cuerpos. Ustedes están de aquel lado del puente y nosotros de este lado, hay un abismo, pero ustedes están llegando a lo que nosotros queremos llegar”.
De ese encuentro de saberes nació la idea de convocar a personas buscadoras de todo el país y organizar una búsqueda de fosas clandestinas, donde pudieran compartir conocimientos, técnicas y herramientas desarrolladas ante la desesperación de que la persona amada no aparece.
El 8 de abril de 2016 surgió la primera escuela de personas buscadoras, bautizada como Primera Brigada Nacional de Búsqueda, inaugurada en el auditorio del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (PRODH) en la Ciudad de México y de donde partieron cerca de 50 personas recién capacitadas en técnicas forenses a Amatlán, Veracruz, el primer lugar elegido para el entrenamiento.
Desde Morelos, Tranquilina Hernández llegó a esa capacitación decidida a sólo escuchar las clases, pero sin participar en las exhumaciones: “(Juan Carlos) Me dijo que tendríamos un taller dije ‘bueno, nada más voy a ir al taller, pero no voy a ir a la búsqueda’. Cuando tomé el taller, el taller se trata de cómo ver la tierra, cómo se ve la tierra cuando está removida, entonces me interesa más, y dije ‘mejor sí me voy, porque yo quiero ver esto ya en vivo, quiero aprender bien, quiero llevarlo a la práctica, no nada más así’.”
Aún recuerda cómo en ese viaje aprendió a distinguir huesos humanos de animales, a saber cómo se veía la tierra cuando había sido removida, a analizar el terreno. De regreso a casa comenzó a enseñar a otras compañeras también sobre los derechos de las familias de las víctimas.
En las primeras generaciones de esta escuela improvisada pasaron por sus clases personas con técnicas variadas, como los coahuilenses del Grupo VIDA que empleaban drones para buscar en zonas prohibidas; paisanos de Estados Unidos que habían aprendido a recorrer desiertos en busca de migrantes perdidos; campesinos que habían desarrollado varillas en forma de T para atravesar la tierra sin lastimarse las manos; gente citadina que ideó técnicas para buscar personas retenidas en cárceles, redes de trata o centros de rehabilitación, y rancheros que se se presentaron como expertos en sacar información a cuidadores de ganado de la ubicación de campamentos de criminales.
La quinta brigada, en Papantla, este febrero de 2020 parecía una feria de saberes desde rastreo de fosas, cabildeo con autoridades, acompañamiento psicológico y emocional a familias de víctimas, capacitación a niños y niñas sobre el problema, obtención de información y creación de protocolos de seguridad para zonas riesgosas. En cada brigada surgen nuevos conocimientos.
El domingo 9 de febrero las y los buscadores se despiertan temprano para llegar a las ocho de la mañana a la misa en la Parroquia de Papantla. La iglesia, con una amplia escalinata de piedra y un tradicional palo de Voladores en el atrio, está llena. Los feligreses no caben en las bancas y aunque está nublado el calor se siente más.
Este no es un servicio religioso como cualquiera: los forasteros cargan lonas con fotografías de sus familiares desaparecidos y tapizan con sus rostros la escalinata del altar. Las palabras del sacerdote son cortadas por el grito ¿dónde están, dónde están, nuestros hijos dónde están? que retumba en la parroquia.
“¿Qué es la quinta brigada? Somos todos. Somos un mundo de familias de familiares desaparecidos, cuando no tuviera por qué ser así”, explica alguien desde el púlpito.
Le siguen testimonios. La voz más potente es la de doña Mary que suplica a la gente información: “Hoy deposito un poco de esta confianza esperando de ustedes un gesto de misericordia para que nos digan, nos apoyen, y hagan realidad este sueño que llevamos tantas madres, familiares, que tenemos a nuestros hijos desaparecidos. De ustedes depende que nosotros nos vayamos con estos tesoros que son para nosotros nuestros hijos. Sabemos que vamos a encontrarlos quizás en restos. Ayúdennos para darles una cristiana sepultura”.
Terminada la misa, las personas que integran la brigada marchan por el centro de la ciudad, empapada en un calor húmedo, cobijada en el horizonte por espesos cerros.
De regreso a la parroquia dos sacerdotes bendecirán los picos, las palas, los machetes, las cuerdas, los arneses y las varillas con las que limpiarán el terreno húmedo lleno de maleza, removerán la tierra blanca, picarán piedras, perforarán superficies, deseando encontrar al familiar amado.
Al día siguiente, el lunes, comenzará la jornada de 15 días días en la estas personas buscarán entierros y cadáveres en terrenos baldíos, ranchos, lagos y cerros indicado por algún informante. Como los lugares que explorarán han sido sitios de campamentos de criminales, lugares de exterminio, espacios de tortura, no los visitarán sin que una comitiva haga un trabajo previo de reconocimiento del lugar para asegurar que existan condiciones adecuadas para un rastreo sin arriesgar a las personas de la brigada.
Cuando se anuncia que el terreno ya es explorable los y las brigadistas se encomendarán a sus dioses, deidades y santos. Pedirán protección en la búsqueda, un día fructífero de hallazgo, y que su familiar desaparecido pueda regresar a casa. Que los cuerpos de personas que les esperan en un lugar oscuro, debajo de la tierra, puedan ser hallados.
“Vamos ahora sí directo a fosas, a lugares a donde nos dicen que que vieron algo extraño, que vieron subir camionetas con determinadas características. Vamos algunas veces al azar, nada más porque nuestro sentir y nuestro pensamiento nos lleva ahí, en otras ocasiones porque ya vamos con un indicio.”, explica María Herrera.
Estas semanas de febrero rastrearán y peinarán principalmente un predio conocido como La Gallera, donde -según saben- los criminales calcinaban los restos humanos de sus víctimas para no dejar rastro. Donde será más probable encontrar fragmentos que esqueletos. Doña Mary describe el horror cometido en ese lugar.
“Revolvían los restos de los animales, es decir, los huesos de los animales con los de las personas. Para nosotros todos los talleres que hemos estado tomando con los antropólogos han sido una bendición porque nos han enseñado a reconocer los huesos, pero ahí encontramos todo revuelto. Fue por eso que nos dimos cuenta de que ahí masacraban nuestros hijos, porque encontramos restos, lo otro fue porque encontramos muestras evidentes de que los sacrificaban, porque había una pared de manos ensangrentadas que quedaron ahí plasmadas y que pese que se ve que las han estado lavando y han estado queriéndolas borrar, no han podido”, explica.
La búsqueda en centros de exterminio como La Gallera, dice ella, “es más cruel, más rudo, más fuerte”.
El primer día de búsqueda, las familias se organizan por grupos. Las acompañantes solidarias, entre ellas antropólogas forenses, junto con buscadoras más expertas como la queretana Yadira González, o el guerrerense Mario Vergara, quienes explican cómo dividirse el terreno para recorrerlo. Y repasan; primero tienen que limpiarlo, después inspeccionarlo, marcar puntos donde encuentren algo sospechoso: tierra removida o bultos de tierra, vegetación de otro color, fauna o insectos que se alimentan de la descomposición. Una vez confirmado un hallazgo llamarán a los perros especializados.
Terminarán la faena poco antes del atardecer; cuando el sol y el calor tropical llegan a su máximo punto. Entonces se subirán a los autobuses que los llevarán de vuelta a la Casa de la Iglesia. Después de cenar, antes de dormir, compartirán sus hallazgos en el campo o la ciudad. Las clases no han acabado: algunas personas sacarán sus cuadernos para anotar los aprendizajes del día.
Desde el inicio de la Red, en 2013, se sumaron organizaciones que se definen como “acompañantes solidarias” como Reverdeser Colectivo, Brigada de Paz Marabunta e Iglesias por la Paz, que en Papantla han ayudado con la logística, apoyado en las búsquedas en campo y desarrollado otra gama de actividades como difundir la cultura de paz, que busca la sensibilización sobre el problema y la recuperación del tejido social para evitar que más gente siga desapareciendo.
Estos años las brigadas han ido aumentando sus ejes de trabajo: ya no sólo buscan fosas, ahora también buscan en vida. Por eso, mientras un grupo excava en La Gallera otro visita, cárceles y centros de rehabilitación. Otro, se reunirá con las autoridades y con personas en iglesias y escuelas para hablarles sobre el sufrimiento que causan las desapariciones.
Es viernes. La lluvia, que amenazaba con caer desde hacía varios días, no se contuvo y cayó sobre Papantla, desalentando a varios integrantes del grupo de rastreo a subir al cerro. Fabiola Pensado y Tranquilina Hernández se suman con los jóvenes de Marabunta a las actividades en escuelas.
En el patio de una primaria cuelgan un mecate que servirá para apoyar lonas con las fotografías de personas que están siendo buscadas. Ante niños y niñas reunidos, las mujeres hablan por micrófono de las búsquedas de sus hijos. En los intermedios ven espectáculos de malabares, payasos y músicos que con arte educan sobre las desapariciones y la cultura de paz.
“Si tú tienes muchas ganas de gritar: ¡Hasta encontrarlos!”, canta un músico,
Su público infantil corea: “¡Hasta encontrarlos!”
“Si tu tienes la razón, y no hay oposición, no te quedes con las ganas de gritar: ¡Hasta encontrarlos!”, canta juguetón.
“¡Hasta encontrarlos!”, responden en coro las y los pequeños que se despiden de sus visitantes con un abrazo grupal.
El 22 de febrero la brigada finaliza y cada participante regresa a su lugar de origen, después de encontrar pocos restos y muchos fragmentos óseos, y trazar un plan para que los colectivos locales sigan buscando en La Gallera. Seguirán en contacto, pendientes de la siguiente convocatoria a una búsqueda para seguir compartiendo experiencias. Como indica el lema de la brigada: “Buscando nos encontramos”.
Este texto forma parte de la serie “Camino a encontrarles: Historias de búsquedas”. Un proyecto de podcasts y reportajes escritos y coproducidos por A dónde van los desaparecidos, IMER noticias y Quinto Elemento Lab.
Consulta la lista completa de podcast y reportajes aquí
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