Wendy Galarza sobrevivió a la represión del 9N en Cancún. Ese día participó en la protesta por el feminicidio de Alexis y recibió dos balazos a quemarropa por quienes, en teoría, tienen la responsabilidad de cuidarla. Cuatro semanas después, y aún con miedo, decidió romper el silencio
Texto: Ricardo Hernández Ruiz
Fotos: Mar Andrea Aldana / IG: @maraalmar
CANCÚN, QUINTANA ROO.- Se acercaba el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y las feministas se organizaban para salir a tomar las calles. En el chat que usaban para coordinarse quedó una lista de tareas. Wendy Galarza debía investigar los nombres de las mujeres asesinadas en lo que va del año, pues el 25 de noviembre, harían un performance, “un pase de lista de las compañeras que ya no están con nosotros”. Wendy gastó todo el domingo en ello. Terminó con un nudo en el estómago; con miedo, enojo, frustración.
“23.- Trania. Playa del Carmen. 21 de agosto”, apuntó en su cuaderno a rayas al final de la lista. Era la noche del 8 de noviembre y Wendy se disponía a descansar. En algún momento de la noche revisó Facebook, donde ya circulaba la noticia, que luego se confirmó en aquel chat que no paraba de sonar: Bianca Alejandrina, conocida por sus amigas como «Alexis», desaparecida desde un día antes, había sido encontrada sin vida. Se trataba de una de ellas, una joven feminista de 20 años, parte también de un coro juvenil y trabajadora de una tienda de cigarros electrónicos, de donde salió para vender uno de los productos… y no regresó jamás.
“Tuve que hacerlo, agregarla a la lista. Entonces fue como un ‘¡Aaah!’ Te llenas tanto de coraje. Es que decíamos ‘sí la van a encontrar, sí la van a encontrar’… pero llegó la noticia. Y todo ese domingo era pensar en que estás haciendo una lista de todas las asesinadas del año y ahora tienes que agregar una más. Es como: ‘¿Neta no entienden? ¿Neta nos dicen exageradas?’ Está ahí, lo están viendo y lo ignoran”, cuenta Wendy en entrevista.
La encontraron “así”, menciona, para no decir que un recolector de basura la encontró descuartizada en dos bolsas negras de basura tiradas en una calle de la periferia de Cancún. Esta vez Wendy, de 29 años, se sintió particularmente afectada, porque no era un caso lejano; tenía conocidos en común con la víctima: “Es que siento como si siguiera yo porque cada vez lo veo más cerca”.
Las colectivas contactaron a la familia, que aprobó realizar una manifestación el lunes.
“Ese día fue horrible por estar pensando todo el tiempo en eso en el trabajo, (porque) siempre es como pensar que cuando vas a salir, va a pasarte algo, ¿no? Y si no lo digo, si no hago nada, voy a seguir yo”, dice Wendy.
Ese 9 de noviembre, el “9N”, Wendy terminó su jornada como niñera particular y se dirigió hacia la entrada a la zona hotelera de Cancún, donde ya se formaba el contingente que marcharía hacia la Vicefiscalía General del Estado y luego al Ayuntamiento de Cancún, a donde ya iría acompañada de su novio Abel, de 32 años.
Condolidas, entre lágrimas y caras desencajadas, más de 300 mujeres salieron a exigir un alto a la violencia feminicida y a clamar justicia para Alexis y las demás asesinadas en el estado, pero ocurrió algo que nunca esperaron: fueron recibidas a balazos por la Policía Municipal de Cancún –operativamente a cargo del Mando Único estatal–.
Esa noche, los elementos de seguridad que disolvieron la protesta retuvieron a siete mujeres, a quienes empujaron, les jalaron el cabello, robaron sus pertenencias, propinaron macanazos, golpes con escudos, arrodillaron, tocaron e intentaron violar en el interior del Palacio Municipal, según consta en la queja por violación a los derechos humanos. El uso desmedido de la fuerza pública también dejó como saldo otros tantos lesionados y tres heridos de bala: dos reporteros de la fuente policíaca y la propia Wendy Galarza.
Cancún es la capital turística de México, “la niña de los ojos turquesa” del secretario de Turismo federal, Miguel Torruco, cuya imagen y marca son cuidadas hasta la saciedad por los gobiernos locales y empresarios hoteleros.
Pero era tanta la rabia por la muerte de Alexis que, de manera insólita, la protesta se tornó álgida, violenta.
A las pintas en la Vicefiscalía se sumó la destrucción del escudo que colgaba en la pared de la institución; el incendio de una carpa instalada en la entrada, alimentado con cualquier desecho que encontraban a su paso; el intento de derrumbe de la puerta de la dependencia, y gritos a voz en cuello de parte de amigos de la víctima, de desconocidos y también de algunos pocos infiltrados.
Como la furia colectiva no cesaba, el contingente se movilizó hacia el Ayuntamiento para reclamar justicia, ahora al gobierno local, que ya habían tapiado la entrada del edificio.
Las manifestantes pintaron más consignas en las paredes, rompieron los vidrios, quitaron las maderas que tapaban la entrada, ingresaron al recinto y extrajeron cajas con varios documentos a los que prendieron fuego. Fue en ese momento, a las 19:55 horas, cuando más de 40 policías irrumpieron desde un costado del Ayuntamiento con detonaciones de armas cortas y largas, al aire y en contra de la multitud, que salió en estampida. Los inmovilizados por el terror y los más desprevenidos fueron aporreados por los agentes.
“Yo quise empezar a correr y me dijo Abel: ‘tranquila, conserva la calma’. Llegamos a la moto en la que íbamos, hicimos la maniobra para salir, y en eso nos alcanzaron por el otro pasillo. No alcanzamos a salir por completo y uno (de los policías) pateó la moto”, recuerda Wendy, sentada, sin dejar de mover las manos y dedos, rascando la barbilla, el hombro, el pecho.
“Cuando caemos al pasto es cuando empiezan todos. Nos dieron con todo, patadas, con las macanas, con unas como varillas, con los escudos nos daban. Fue horrible, horrible, horrible, horrible. Yo nunca diferencié entre las balas y los golpes. Como teníamos el casco, daban directo los golpes al casco. Retumbaba todo”.
El instinto de Wendy no fue protegerse, ni siquiera gritar; lo único que hizo fue aferrarse a Abel. El momento quedaría captado por la lente de la fotorreportera de AFP, Elizabeth Ruiz, y circularía profusamente por redes sociales.
“En mi cabeza decía: ‘si se lo llevan, ya valió’. Lo abracé muy, muy fuerte y nunca lograron zafarnos. Nos daban en los brazos para separarnos, fueron muchos, muchos golpes. Yo empecé a gritar, ahora sí, por ayuda”, explica.
Ni bien habían parado los golpes cuando los policías los amenazaron con que tenían tres minutos para largarse antes de que volvieran a agredirlos.
Del momento, Abel conserva un recuerdo: “Nos dijeron que esos no son los modos de protestar. O sea, ¡después de que nos acaban de madrear nos dicen que esos no son los modos de protestar!”.
Y lo dice en tiempo presente, sentado en un banco de plástico, arrobado, con los brazos como abrazándose a sí mismo y la mirada perdida.
Wendy cree que fue la conmoción, aunque aún no se lo explica del todo, pues fue hasta que llegaron a casa y luego de mirar su pantalón con sangre que sintió una herida.
“Abro la reja, veo que traigo el pantalón lleno de sangre, entro y le digo a Abel ‘amor, está lleno de sangre’. Ya cuando me desvisto veo toda la herida y el músculo como salido. Me puse una playera como torniquete, un short y nos fuimos a la Cruz Roja en un taxi. Y ahí ya me estaba doliendo horrible”.
Al principio pensaron que había sido una lesión provocada por los múltiples golpes, pero luego, cuando los paramédicos gritaron “¡Pásenla, tiene un impacto; es impacto!”, el cuerpo de Wendy se llenó de hormigas.
“Yo le decía al señor: ‘No, no es un impacto, es un golpe’ y él solo me decía ‘tranquila, tranquila’. Yo todavía pensé: ‘tal vez es para que me pasen rápido’. Cuando el enfermero me dio los primeros auxilios me dijo: ‘tienes un impacto de bala. No pasa nada, eres afortunada, entró y salió. Aquí te vamos a dar primeros auxilios’”.
Wendy tenía que ser trasladada a un hospital para una intervención, pero no podían movilizarse hasta conseguir una patrulla que los escoltara.
“No nos movíamos porque estaban esperando una patrulla para escoltarnos. ¡O sea, eran los que me acababan de disparar! Hasta le preguntaba al de la Cruz Roja ‘¿no nos van a matar, no nos van a matar?’ Y el decía: ‘tranquila, es protocolo’”.
Con todo y la herida de bala, con paramédicos y el novio a su lado, Wendy mandó su ubicación en tiempo real a sus amigos. Temía lo peor.
“Después de eso, ya en el hospital, llegó una policía a tomarme los datos y, pues igual, yo no le quería dar nada, no me sentía nada segura. Y llegó otra vez el de la Cruz Roja y le pregunté: ‘¿por qué me está tomando mis datos? No entiendo’. Él me decía: ‘Eso sí no sé, pero tranquila, vas a estar bien’. Y yo: ‘nooo, no estoy tranquila, me está tomando mis datos esta gente’”, cuenta.
Los doctores del hospital general de Cancún le informaron a Wendy que la bala había entrado y salido del muslo, sin “mayores afectaciones que la herida». Y añadieron otro detalle cruel: “me dijeron que el disparo fue a quemarropa porque ahí estaba negro, que es el tatuaje de pólvora”.
La atención en el hospital fue ambulatoria. Después de dos horas llegaron a casa para hacer un recuento de los daños: “La moto toda destrozada, manchas de sangre, la ropa tirada. Fue duro ver todo eso”, cuenta.
Esa noche no concilió el sueño. Por la mañana del 10 de noviembre Wendy tuvo que avisar a sus padres, residentes de San Luis Potosí, de donde es originaria. A coro, padre y madre, le reprocharon haber acudido a la marcha. Y eso solo la hizo sentir vulnerable, aún más sola.
La mitad de la población de Cancún proviene de otros estados de la República y del extranjero. A esta ciudad, una de las más jóvenes de México, creada hace 50 años con el único objetivo de aportar divisas al erario por la vía del turismo, sin identidad propia, con escasos vínculos comunitarios, las personas se mudan solas, sin familia ni redes de apoyo, para emplearse mayormente en cadenas hoteleras o empresas de la construcción, donde las jornadas extenuantes de seis días a la semana son la norma. Para estos trabajadores, el mar solo es para mirarlo por los ventanales de los hoteles, desde donde pueden ver a los turistas regodearse.
En este contexto, de violencia contra las mujeres y de explotación laboral, algunas han encontrado un lugar seguro en las colectivas feministas, un espacio para crear comunidad y sororidad.
En los últimos meses, el movimiento feminista en el estado había tomado fuerza. En lo que va del año consiguieron la aprobación de la “Ley Olimpia”; crearon mesas de trabajo con diversas dependencias para trazar una estrategia que ponga un freno al incremento de violencia contra las mujeres durante la pandemia de covid-19, y aún pugnan por eliminar el “pin parental” en la reforma educativa en ciernes y por la legalización del aborto voluntario.
Wendy participa en una de las colectivas, llamado Conversatorio Feminista, donde cada semana se reúnen para leer y discutir teorías feministas, pero, sobre todo, para hablar y ser escuchadas, así como para organizar actos públicos.
Sobre esto último, los padres de Wendy también la habían reprendido.
“Pero no queda de otra, porque es como saber lo que pasa y quedarte sin hacer nada. Es la diferencia: sabes que está pasando, pero tú decides si lo vives con miedo o sales y lo gritas. Tienes de dos. Entonces, yo prefiero salir y decir qué está pasando. Además, la verdad es que jamás en la vida te imaginas que te van a recibir así (a balazos), se supone que nuestro derecho es manifestarnos”, dice.
De acuerdo con el más reciente reporte del Observatorio de Seguridad y Género de Quintana Roo, la incidencia delictiva de cinco de 13 delitos analizados aumentó en el primer semestre de 2020 con respecto al mismo periodo de 2019.
En la comparación entre estos periodos Quintana Roo registró un aumento de 36.4 por ciento en feminicidio. Pasó de ocupar la posición número 17 a la 13 en cuanto a los estados de la República con mayor incidencia de carpetas abiertas por cada 100 mil habitantes por este delito.
Por violación, la entidad pasó de la posición 21 en el primer semestre de 2019 a la primera a nivel nacional durante el primer semestre de 2020, con un aumento en la incidencia del 294.2 por ciento, mientras que por trata de personas pasó del lugar 8 a también el primer lugar, con un aumento de 240.9 por ciento.
Horas después de la represión, a presidente municipal, Mara Lezama, del partido oficialista Morena, difundió un video en sus redes sociales para eludir cualquier responsabilidad; enfatizó que es el gobierno estatal quien tiene el control de los policías municipales, puesto que habían aprobado la adhesión al Mando Único el junio de 2019. A la mañana siguiente, el gobernador panista Carlos Joaquín González reviró: fue el director de la Policía Municipal de Cancún, Eduardo Santamaría, quien ordenó disparar.
Joaquín González “recomendó” separar a Santamaría del cargo en lo que se desahogan las averiguaciones previas, lo cual sucedió momentos después. A cambio, el gobernador hizo lo propio con Alberto Capella Ibarra, quien fuera el titular de la Secretaría de Seguridad Pública, quien insistentemente menospreció las exigencias feministas y se negó a dialogar con ellas en meses previos. Durante su mando, incrementó la violencia contra las mujeres, de acuerdo con académicas, representantes de diversas organizaciones civiles y datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Hay cerca de 44 policías investigados, algunos ya procesados, según la versión de la reportera Cecilia Solís, otra de las baleadas, aunque las autoridades se han mostrado herméticas y no han compartido avances de la investigación. O dicho de otro modo: aún no hay responsables de la represión en el “9N”.
La tarde posterior al día de la marcha, Wendy tomó un baño y aprovechó para revisar el resto de su cuerpo macerado. Dos lesiones le extrañaron.
“Esto no me gusta nada”, pensó y lo comentó con Abel y el asesor jurídico que una conocida les había horas antes. Tomó el medicamento, se untó aceititos y durmió el resto del día, sin prever que las malas noticias no cesarían.
El miércoles 11 acudieron a la Vicefiscalía a interponer una denuncia contra quien resultara responsable.
“Pasamos con una médico legista y cuando estaba tomando nota de las lesiones le dije: ‘tengo una marca acá y otra en la entrepierna’. Cuando le enseñé el glúteo me dijo: ‘hija, esto es de una bala. Voy a tener que revisarte la entrepierna’. Me revisó y me dijo: ‘sí, esta es la entrada y esta es la salida’. Ahí fue cuando llamé al asesor jurídico y le dije ’los otros golpes que le mencioné fueron provocados por otra bala’. Me comentó que eso daría totalmente la vuelta a todo lo que ellos tenían contemplado”, pues el caso sería tratado como tentativa de feminicidio.
La mujer que había ido a protestar por el asesinato de una joven recibió dos balazos, ambos a quemarropa, que pudieron quitarle la vida y terminar en un feminicidio más, a manos de quienes, en teoría, deberían cuidarla.
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