Al sureste de la Ciudad de México los mexicas tenían una villa satélite de la gran Tenochtitlán, donde se adoró a Mixcóatl. Con la llegada de los conquistadores se hicieron algunas de las primeras construcciones coloniales, hoy ocultas en la ciudad de asfalto
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Desde la lateral del Periférico, a unos pasos del metro San Antonio (alcaldía Benito Juárez), se encuentra la Zona Arqueológica de Mixcoac: una pequeña construcción plana, hecha con piedras y con algunos jardines; un sitio desapercibido para los enfadados conductores enredados en el tráfico de la capital y, sin duda, uno de los lugares más antiguos de la ciudad.
El sitio fue descubierto en 1916 por Francisco Fernández Castillo. El historiador cotejó el antiguo mapa de Uppsalao de Santa Cruz, hecho en 1550 para determinar que se trataba de Mixcoac.
Las primeras excavaciones se hicieron en 1920. Fueron dirigidas por el arqueólogo Eduardo Noguera, sobre unos montículos de tierra conocidos como “el Teocalli de San Pedro de los Pinos”. Después de 70 años de recortes presupuestales y de empeñadas exploraciones históricas, se logró datar el lugar.
Los arqueólogos tuvieron que lidiar, además, con los proyectos de urbanización de la ciudad que pusieron en riesgo los descubrimientos históricos; primero la construcción de Anillo Periférico -1961- y luego la línea siete del metro. En la estación San Antonio se encontraron evidencias de los antiguos teotihuacanos que habitaron la región.
Se sabe que la construcción es aún más antigua que el Templo Mayor, ubicado en el Centro Histórico. Fueron los teotihuacanos, quienes entre los años 400 y 600 d.C. hicieron las primeras obras, pero la parte visible data de la época de los mexicas.
Actualmente el sitio se puede visitar, aunque solo se logró rescatar una pirámide dedicada al dios Mixcóatl, (mixtli-nube y coátl-serpiente). El dios venerado por cazadores, creador de tempestades y benefactor de las guerras.
En la invasión europea, el conquistador Hernán Cortés dio cuenta de la existencia de Mixcoac (llamado por él como mezquizque) en sus cartas de relación: y del temperamento de sus habitantes:
“En todo este tiempo los naturales de Yztapalapa y Oichilobuzco y Mexicacingo y Culuacan y Mezquique y Cuitaguaca, que, como he fecho relación, están en la laguna dulce, nunca habían querido venir de paz ni tampoco en todo este tiempo habíamos rescebido ningúnd daño dellos”.
A pesar del brevísimo comentario, se sabe que Mixcoac, fue un poblado cruzado por barrios ríos, situado en uno de los extremos de la laguna. Sus habitantes se dedicaron a la siembra y a la fabricación del pulque. Aún después de la conquista en este señorío vivieron muchos indios que fueron desplazados por las casonas de españoles, muchos fueron esclavizados para trabajar el trigo que se cultivó en el lugar.
Durante la Colonia, Mixcoac fue rebautizada como Santo Domingo. Como si fuera hecha para permanecer incógnita a la avasallante urbanización de la ciudad, el centro de Mixcoac -ubicado entre Patriotismo, Churubusco y Paseo de los Insurgentes- es un sitio increíblemente tranquilo. La Plaza Járegui es una plazoleta de pueblo encubierta por las intrincadas calles de la colonia Insurgentes Mixcoac.
El convento llamado Santo Domingo de Guzmán fue construido en 1595. La parroquia neoclásica del lugar conserva varias pinturas coloniales. El diseño de las calles y algunas construcciones datan también de esa época. Cerca de la iglesia hay una antigua fábrica de sedas que funcionó durante la Colonia y que actualmente forma parte de las instalaciones de la Universidad Panamericana.
Las pesadas construcciones fueron utilizadas como fuerte por los estadounidenses, en la invasión a México de 1846. Durante el porfiriato algunas familias adineradas de la ciudad se construyeron casas de campo.
En pocos años el centro de Mixcoac ha quedado reducido a unas cuantas cuadras, aislada de la loca vida capitalina.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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