Maradona era extremo en todo. Un jugador explosivo y extraordinario. Un polemista brutal. Un excéntrico. Un ferviente admirador de Fidel Castro, creyente en el socialismo en pleno siglo XXI. Fiestero, delirante, incontrolable inhalador de cocaína, comelón y bebedor…
Texto: Ernesto Núñez
Fotos: Anthony Aparicio / Cuartoscuro
Tenía 14 años cuando Diego Armando Maradona metió los dos goles más importantes de la historia del futbol. Ambos contra Inglaterra. Ambos el 22 de junio de 1986; ambos en el Estadio Azteca.
El gol más polémico lo metió con la mano, en una maniobra que hoy en día no resistiría la prueba del VAR.
El otro gol, “el gol más grande” –como lo bautizó Jorge Valdano–, inició con un enganche del Pelusa cerca de la media cancha y acabó 10 segundos y cinco jugadores ingleses vencidos después, en la portería defendida por Peter Shilton.
Cuando el equipo estaba en las regaderas, al calor del festejo de esa victoria histórica sobre el enemigo histórico, Maradona volteó a ver a Valdano y le hizo una confesión.
–Quería pasarte la pelota a vos, pero no encontré el hueco –le dijo.
–¿O sea que también me viste a mí? –preguntó atónito Valdano.
–Sí, vos venías acompañando a la altura del segundo palo, pero no pude dártela –respondió el 10 de Argentina.
No fui de los afortunados que estuvo en el Azteca esa tarde de gloria.
De hecho, nuestra condición familiar no nos permitía ni siquiera imaginarnos en alguno de los partidos del Mundial México 86.
Pero, como supongo que le ocurrió a todo mexicano vivo en aquel año, el nombre de Diego Armando Maradona se quedó impreso en mi mente para siempre.
Muchos años después, mi amiga Cecilia González se fue a vivir a Argentina, y en una visita al DF me trajo una botella de vino tinto de Mendoza, etiquetada con la imagen del ídolo más grande que haya tenido Argentina.
En la parte de atrás de la botella, en la etiqueta donde viene impreso el nombre de la Bodega, la cosecha y el código de barras, una leyenda recuerda que “cada domingo vivimos un nuevo clásico, pero la pasión es siempre la misma. Diego Armando Maradona, la clásica pasión argentina”.
Y más abajo, se advierte: “Beber con moderación”.
Curiosa leyenda en un objeto de culto a una persona que hizo exactamente lo contrario a vivir con moderación.
Maradona era extremo en todo. Un jugador explosivo y extraordinario. Un polemista brutal. Un excéntrico. Un ferviente admirador de Fidel Castro, creyente en el socialismo en pleno siglo XXI. Fiestero, delirante, incontrolable inhalador de cocaína, comelón y bebedor, llegó a cargar más de 110 kilos de grasa con su esqueleto de apenas 1.65 centímetros. Hombre de excesos y polémicas, vivió más de tres vidas en apenas 60 años, y se fue tras un fulminante paro cardiorrespiratorio.
En Argentina, pese a la pandemia, se le despedirá con un funeral público en la Casa Rosada, con una asistencia estimada de un millón de personas tratando de acercarse a ver el féretro.
A su vida plagada de exageraciones, hoy periodistas de todo el mundo le han rendido homenaje con obituarios cargados de hipérboles.
“Muere un inmortal”, ha titulado su texto el formidable Enric González.
“No rechazó las expectativas sobrehumanas que se proyectaban sobre él. Era una fantasía con botas, mitad futbolista, mitad producto de la imaginación de la gente”, ha escrito el cronista español Santiago Segurola.
“Si bien Jesucristo resucitó al tercer día, cosa que no es sencilla, Maradona resucitó por lo menos tres veces, que tampoco es fácil”, escribió Valdano, en uno de los textos más esperados el día de hoy en la prensa de todo el mundo, “era tan fuerte físicamente, como grande era su genio futbolístico. De hecho, todos sus excesos fueron un atentado contra el deporte y, sin embargo, no lograron empeñar su descomunal talento, aunque en ocasiones jugara en condiciones alarmantes”.
“Humilde en la hierba, pecó de todas las soberbias lejos de ella y fue espectacular en sus caídas, mostrando un repertorio emocional digno de Puccini”, escribió Juan Villoro, “de manera simbólica, murió en un tiempo de estadios vacíos. Hoy, el futbol sin gente recuerda con mayor fuerza a quien alguna vez llenó las gradas escalonadas hacia el cielo”.
“Maradona es un momento largo y significativo de nuestras vidas. Cuando alguien así muere, se muere un momento de tu vida”, dijo Martín Caparrós en una entrevista con la televisión argentina, transmitida con imágenes de fondo del Obelisco de Buenos Aires, atestado de gente congregada para despedir al astro.
Inmune a la auténtica o sobreactuada conmoción de sus entrevistadores, el reportero Caparrós cambió los roles e interrumpió las evocaciones con dos simples preguntas: “¿y qué va a pasar con el tema sanitario?, ¿qué se va a hacer para que esto no sea un desastre espantoso?”.
“Parece que los funerales se van a extender tal vez hasta el lunes y con distancia social, dice el gobierno, pero ahora mismo hay gente ya congregada sin distancia social”, informó uno de los conductores de TV, con más intuición que datos oficiales
La charla continuó, hasta desvanecerse en el sinfín de anécdotas -reales e imaginarias- que provocaba el 10. Pero la preocupación de Caparrós quedó ahí, suspendida en el aire.
Una preocupación que tiene bases sólidas, pues según los datos de la Johns Hopkins University, Argentina está en noveno lugar mundial en número de casos de covid-19, con más de un millón 390 mil positivos confirmados, y también es el noveno país con más muertos por el coronavirus (37 mil 714).
Pero, con todo y que “la segunda ola” ha vuelto a prender las alertas en el Cono Sur, la verdad es que la pandemia parece ser lo menos importante en este momento en Argentina, pues como dicen las mantas desplegadas en las calles de Buenos Aires, “hoy D10s ya está con DIOS”. Y no habrá enfermedad que inhiba a los peregrinos que tratarán de desfilar frente a semejante «milagro».
En México, este miércoles 25 de noviembre también ha muerto un hombre polémico: José Manuel Mireles, personaje con más sombras que luces.
Reconocido como líder de los grupos de autodefensas de Michoacán en 2013, al otrora líder rebelde la 4T lo convirtió en subdelegado estatal del ISSSTE a partir de 2018.
El 6 de noviembre dio positivo a covid y, 19 días después, falleció a causa de las secuelas que la enfermedad dejó en sus pulmones y su corazón.
Probablemente, Mireles sea uno de los 858 muertos anotados hoy por la Secretaría de Salud en su reporte técnico del día, en el que ya suman 103 mil 597 fallecimientos y en el que, por segundo día consecutivo, se registran más de 10 mil nuevos contagios en un solo día. En total, México suma hoy un millón 70 mil 487 casos confirmados de covid-19.
Las cifras no ayudan al gobierno mexicano, en un momento en el que diversos estudios internacionales comienzan a señalar al país como uno de los lugares en donde peor se ha gestionado la crisis sanitara.
Según un estudio de la agencia estadounidense Bloomberg, México es el peor país –entre las principales economías del mundo– para vivir esta pandemia.
El “Ranking de Resiliencia al covid” diseñado por Bloomberg califica a las 53 economías más grandes con base a su éxito en la contención del virus con el mínimo posible de trastornos sociales y económicos, asignando un puntaje a partir de diez indicadores: casos en un mes por cada 100 mil habitantes, tasa de letalidad, muertes totales por cada millón de habitantes, tasa de pruebas positivas, posibilidad de acceso a la vacuna según los acuerdos de suministro firmados por cada nación, severidad de las medidas de confinamiento, movilidad comunitaria, proyecciones de crecimiento del PIB para 2020, cobertura de salud universal e Índice de Desarrollo Humano.
En esta medición, México fue el país con el más bajo puntaje (37.6), mientras Nueva Zelanda obtuvo la calificación más alta (85.4). Argentina, por cierto, está en penúltimo lugar, con 41.1 puntos.
En noviembre de 2001, Ximena Monteverde y yo visitamos Buenos Aires, y en un puesto de periódicos me encontré una revista descomunal editada por Clarín, con una foto enorme de Maradona vistiendo la albiceleste y un poderoso título: “El 10, vida y magia de Diego Maradona”.
Se trataba de un especial publicado por el partido-homenaje que jugaría Maradona el sábado 10 de noviembre de aquel año, anunciando su retiro y quitándose para siempre la playera de la Selección con la que se había consagrado en México-1986.
Aún conservo aquel hermoso libro de textos y fotografías inéditas desplegadas en 194 páginas. Con grandilocuencia, los editores de Clarín escribieron en la primera hoja: “Un enorme porcentaje de las alegrías vividas por los argentinos en el último cuarto de siglo tienen que ver con la magia de Diego Armando Maradona”.
Así de grande era para esa nación; tan grande, que su muerte fue capaz de detener –aunque sea momentáneamente– el transcurso de una pandemia
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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