José Joaquín Fernández de Lizardi fue uno de los intelectuales más comprometidos con la lucha de independencia, su sátira mordaz lo hizo pisar la cárcel. En algún momento el hombre ayudó para echar al gobierno virreinal. Ahora se le recuerda como el primer novelista de América.
@ignaciodealba
Para Joaquín Fernández de Lizardi la Independencia de México también fue un poderoso momento creativo. Las ideas y la afilada inteligencia abrieron paso en la construcción de una nueva identidad, donde la literatura picaresca española sirvió para contar la realidad novohispana.
El 15 de noviembre de 1776 nació José Joaquín Fernández de Lizardi en la Ciudad de México. El padre de la familia consiguió un puesto como médico en Tepotzotlán, ahí Fernández tomó sus primeras clases. Luego estudió en San Ildefonso, en la capital, donde estudió lógica, física, metafísica y artes.
Con la muerte de su padre, Fernández se fue a Taxco, Guerrero, donde fungió como funcionario menor. Ahí le tocó el llamado a la Independencia de los caudillos en 1810; aún como burócrata entregó armas y provisiones a las fuerzas revolucionarias. Al año siguiente, Fernández fue apresado y trasladado a la capital por apoyar a los insurgentes.
Luego de quedar libre Fernández, fue escribano. Ganaba dinero por escribir documentos comerciales, asuntos familiares o cartas de amores para la gente analfabeta que le dictaba sus querencias. El “obrero de las letras” como él mismo se hacía llamar, también escribió poemas y fábulas.
En 1810 la Independencia desplazó el poder colonial de España sobre México, pero por escritores como Fernández, las letras nacionales adquirieron un dominio sobre la realidad mexicana.
Fernández ayudó en la construcción de un ideario político, en la guerra por la emancipación. Las convicciones se distribuían en papeletas y volantes. La literatura, la política y el periodismo eran la misma cosa. La Independencia fue una ventolina de papeletas clandestinas en el territorio de la Nueva España.
La popularidad de Fernández le dio para abrir un pequeño periódico llamado El Pensador Mexicano (1812), una de las obras más importantes de las letras mexicanas. En el número inaugural escribió: “no es mi intención señalar en particular a ninguno; sino solo manifestar los vicios y ridiculeces de los hombres. Vete, pues, de aquí, envidia, no ladre tu malicia sin motivo”.
Por esos años se dice que Fernández frecuentaba a Josefa Ortiz de Domínguez, una de las más fervientes conspiradoras. También conoció a otros independentistas y escritores, como Carlos María Bustamante, Andrés Quintana Roo e Ignacio López Rayón.
Las autoridades virreinales cerraron decenas de imprentas y varios periodistas–poetas fueron detenidos. El lenguaje de las publicaciones era simple, en tiempos en que el 98 por ciento de la población era analfabeta, los enredos literarios eran un lujo.
Fernández se contagió de la liberalidad de los franceses. El romanticismo de las letras alemanas e inglesas. A pesar de ser católico combatió al clero, desde su pequeña fama denunció a la despótica corona y a la rancia élite económica.
Entre los periódicos que agitaron las conciencias del pueblo estaban El Despertador Americano, El Ilustrador Nacional, El Ilustrador Americano, El Correo Americano del Sur, entre muchos otros. La mayoría de las publicaciones cerró por la persecución de la corona.
Incluso, El Pensador Mexicano cerró por la censura virreinal y Fernández de Lizardi fue a dar a la cárcel por siete meses. Cuando el escritor fue liberado moderó sus críticas y cambió el formato de sus publicaciones.
En plena guerra de Independencia Fernández publicó la novela el Periquillo Sarniento (1816). Hasta ese momento los libros de ficción estaban prohibidos por considerarse “ociosos para la mente”. Incluso, una parte del escrito fue censurado.
En la Obra, Fernández retrató la decadente sociedad colonial y la corrupción. Los modismos de los personajes, descripción de los lugares, gentes y tradiciones convirtieron al escrito en un importante documento histórico.
Se cree que la novela fue hecha en el barrio de Mixcoac, donde vivía el escritor.
Una parte de su casa se encuentra anexada a la Universidad Panamericana, en la calle Augusto Rodin #498. Fernández vivía para escribir, el hombre hizo centenares de escritos y novelas.
La sátira no acabó con la Independencia. En 1823 Fernández fue a dar a la cárcel después de la caída de Iturbide. Cuando el llamado “Pensador Mexicano” escribió Si dura más el Congreso, nos quedamos sin camisa, el autor explicó:
“El mes de junio estuve preso por un papel inocente que puse titulado Si dura más el Congreso, nos quedamos sin camisa, en el que fingí un sueño y que había visto un congreso de ladrones cuchareros que discutían sobre el modo de robarnos. No fue menester más para que me denunciaran el papel sólo por el título, para que se me impusiera arresto y para hacerme trabajar en mi defensa”.
En junio de 1827, murió el escritor a causa de tuberculosis, a los 50 años. En el sitio de su muerte, entre las calles de El Salvador y Aldaco en el centro de la Ciudad de México, se conserva la casa con una placa en su memoria.
Fernández escribió en su testamento: “dejo a mi patria independiente de España y de toda testa coronada, menos de Roma. Dejo esta misma patria libre de la dominación española; aunque no muy libre de muchas de sus leyes y de las despóticas rutinas de su gobierno”. Luego, pidió: “encargo a mis amigos que sobre la blanda tierra de mi sepulcro, o más bien en sus corazones graben el siguiente sencillo epitafio: ‘Aquí yacen las cenizas del Pensador Mexicano, quien hizo lo que pudo por su patria’”.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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