Ante la pandemia de covid-19, la tradición, la que es más personal, no se detiene. Al contrario. Con panteones abiertos o cerrados, la memoria de los seres queridos aflora en los hogares al sur de la ciudad
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos y Video: Duilio Rodríguez
“La tradición del Día de Muertos no va a cambiar en los interiores de las casas, al interior, todos se están preparando. A nosotros solo nos faltan las flores y la fruta”, dice Miguel García al frente de lo que va a ser su ofrenda. Aún no está lista, pero pronto será espectacular, como cada año.
Este año Miguel García es uno de los mayordomos, un cargo honorario y rotativo, que para organizar la celebración en San Andrés Mixquic, uno de los lugares más visitados año con año por sus ofrendas monumentales y la tradición alumbrada que hacen la víspera del 2 de noviembre.
“¿Cómo se va a perder por una enfermedad si ya es milenaria esta tradición? Yo de que me acuerdo, nuestros abuelos siempre nos han inculcado esta tradición, porque antes de los abuelos estaba ya esta tradición”, dice refiriéndose, no a los padres de sus padres, sino a los antepasados ancestrales. “Este año cambia en que no van a permitir entrar a los panteones a nivel república, y Mixquic no es la excepción”.
En la Ciudad de México, como en el resto de la República, se ordenó que los panteones permanecieran cerrados desde el 31 de octubre hasta el 3 de noviembre; para que la gente no los atiborre durante la celebración de muertos y mitigar la propagación de contagios de covid-19. En algunos, como en el de Mixquic, la medida se tomó tan en serio que el panteón permaneció cerrado desde semanas antes a las festividades.
“Ayer se saltó un señor de la tercera edad. ¡Así, sin cubrebocas ni nada! Nada más para meter un arreglo de flores y dejarlo en la tumba de los familiares”.
“Para algunas personas, que son más reacias, es difícil entender que el panteón puede ser un punto de contagio”, dice el panteonero. Él reconoce que para tres días antes del día de muertos, cuando se realiza esta entrevista el pueblo luce muy diferente de cómo se veía en años anteriores.
“Para estas fechas aquí ya hay templetes, ya hay puesto y toda la calle está abarrotada. El panteón está abierto y la gente entra y sale, entra y sale. Normalmente yo ando muy movido con el agua para limpiar las tumbas, trayendo piletas. La verdad es que ahora sí va a ser un poco incómodo, porque no va a haber nada”, acepta.
Tanto Mixquic como San Gregorio Atlapulco, en Xochimilco, han sido de las entidades más afectadas por el coronavirus. Sus habitantes reconocen que muchas de las cruces en los camposantos son nuevas, y que entre sus vecinos hay muchos casos. Las cifras de la pandemia en la ciudad de México confirman sus dichos. “Sí pegó bastante. Fue uno de los pueblos que estaba en foco rojo y sí hubo bastantes decesos por Covid-19 y ese es el problema de que por eso no van a permitir el acceso al panteón”.
A diferencia del panteón de Mixquic, el de San Gregorio, en Xochimilco, sí estuvo abierto días previos a los Días de muertos para que la gente pudiera engalanar las tumbas de sus seres queridos. Entre las tumbas es común ver caminos y arreglos con pétalos naranjas de cempasúchil, como si cada tumba fuera una embarcación luminosa con las que las ánimas cruzan a este mundo.
“Mucha gente previó que no iban a poder pasar a los panteones los meros días, y desde antes empezaron sus compras de cempasúchil” cuenta Marco Antonio Páez. Él es floricultor de la zona y está sorprendido por la velocidad con la que los cempasúchiles de maceta, los marigoles, como les dicen, se vendieron con celeridad este año.
“La mayor parte de las tumbas están adornadas con flores de cempasúchil [de maceta]. Lo que no sucedía hace muchos años, porque siempre era adornadas con flores de corte como gladiolas o terciopelo, las flores tradicionales de las tumbas. Pero hoy no hay arreglos majestuosos de cempasúchil de corte, y la flor de maceta es la que hoy en día, llena el panteón.
Marco Antonio tampoco cree que la pandemia afecte la celebración personal y la relación que cada familia tiene con sus fallecidos. “Es mejor estar enclaustrado que estar enterrado”, dice con cierta ironía.
“Por ejemplo, en nuestra familia nos sentimos contentos por una parte, porque nos fue bien en la producción, pero por la otra estamos tristes porque falleció alguien de la familia. Nosotros ahora sentimos eso que muchas personas nos decían, de que va a llegar el invitado especial de cada año, el ser querido que te va a venir a visitar una vez al año, aunque sea, y esperamos disfrutarlo desde la casa”.
“Nos podrán cerrar los panteones, igual y adornar la tumba cambia así como ahora, pero nadie nos va a quitar el derecho de poner nuestro altar en nuestra mesa, nuestras flores, la foto de nuestros seres queridos;adornar y poner la fruta que le gustaba; en eso no va afectar porque, como tal, esta enfermedad no nos lo arranca. Al contrario. Más se va a arraigar esta tradición; porque todos hemos tenido bajas de alguien que de alguna u otra manera era cercano”, dice pensando en su hermana fallecida a principios de año, quien era la que normalmente animaba a su familia a poner el altar de muertos año con año.
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