28 octubre, 2020
Las decisiones y comportamientos de Donald Trump han afectado a las bases del sistema político y el modo mismo de interpretar las elecciones. Otros líderes políticos imitan su estilo: estás conmigo o eres enemigo de la patria. Cuatro rasgos explican la complejidad del fenómeno Trump que determinarán estos comicios
Por Juan Luis Manfredi* / IPS
Donald Trump, el presidente número 45 de los Estados Unidos, es un fenómeno en sí mismo. No cabe duda de que su legado intelectual será enorme, ya que sus decisiones y comportamientos han afectado a las bases del sistema político y el modo mismo de interpretar las elecciones. Otros líderes políticos siguen su estela e imitan su estilo que persigue el referendo completo de su actividad en una lógica binaria: conmigo o enemigo de la patria. Menudo peligro.
Ahora que finaliza su mandato, y ante el proceso electoral del 3 de noviembre, es el momento para pensar por qué estas elecciones de 2020 están entre las más raras de la historia política de Estados Unidos.
Encuentro cuatro rasgos que explican la complejidad del fenómeno Trump.
El mero hecho de plantearnos si el presidente Trump se infectó de covid-19 es un indicativo del estado de la opinión pública. Tenemos algunas dudas razonables, porque tanto Boris Johnson como Jair Bolsonaro estuvieron fuera de la escena pública durante tres o cuatro semanas, mientras que Trump ha vuelto a la actividad al cabo de 72 horas.
Pero hay más: se arrojan dudas sobre la validez o la fiabilidad del voto por correo. Se hace un guiño a los “proud boys” para que estén atentos a cualquier irregularidad. Se fantasea con QAnon y los delirios de conspiración global. Se identifican archi-enemigos (Rusia, China, Irán) sin aportar datos sobre su injerencia.
Este estado mental de duda corroe el carácter y erosiona el sistema de libertades. La pandemia, ahora social, se manifiesta en la pérdida de reputación de instituciones clave en democracia, tales como las universidades, los medios de comunicación o los parlamentos.
Los candidatos tienen 74 y 77 años. No es poca broma para un puesto sometido a tanto estrés. De hecho, uno de cada tres presidentes entre 1841 y 1975 murió o dimitió y el cargo recayó en la vicepresidencia. Por eso, por primera vez, los vicepresidentes ejercen un papel tan importante en el ticket presidencial y en las encuestas.
Mike Pence garantiza la continuidad del trumpismo, mientras que Kamala Harris es una voz nueva en Washington que podría ser la primera mujer presidenta. Su capacidad de movilización del electorado demócrata será fundamental en los estados en disputa.
Sin embargo, en el debate televisado del 7 de octubre, Harris no deslumbró. Si lo consigue en estas dos semanas escasas, tendremos ticket para 8 o 12 años, lo que ya es una apuesta arriesgada ante el acortamiento de los ciclos políticos.
Cada campaña presidencial ofrece nuevas posibilidades de comunicación, participación e innovación. Este año hemos aprendido que las convenciones políticas pueden desarrollarse en horas de producción audiovisual a lo largo del territorio estadounidense y su posterior emisión por televisión con más de 25 millones de espectadores cada noche.
En el lado republicano, Trump ha doblado la apuesta con el uso de la Casa Blanca y otras instalaciones del gobierno con fines electorales. El vídeo de la llegada de Trump en helicóptero tras su ingreso por covid supera la ficción más ochentera de presidentes convertidos en héroes accidentales.
El control de la agenda mediática que consigue con su cuenta de Twitter merece una revisión profunda del tipo de periodismo que tenemos en la actualidad.
En el lado demócrata, interesan los efectos de la desmovilización. Sin una gran convención, como la prevista para julio en Milwaukee, el verano ha sido irrelevante. Esos meses de actividad, reclutamiento y ánimos pueden lastrar el resultado en los estados decisivos.
Porque, en este juego del hiperliderazgo, Trump gana sin sorpresa con alrededor de 40% de sentimiento positivo entre sus votantes. Estos no van a dudar a quién votar. ¿Y los fieles demócratas?
Obama fue el primer presidente que comprendió la dinámica y el alcance de las redes sociales para movilizar su electorado. Trump ha dado un paso más con el manejo personal de las cuentas y la desinstitucionalización de la comunicación presidencial. Uno debe seguirle a él y no a @WhiteHouse para conocer nombramientos, ceses o bien hostilidades.
El carisma lo es todo y actúa como una estrella pop para la audiencia global, como bien explica Adriana Amado.
El manejo de memes y emojis da carta de naturaleza a un lenguaje deliberadamente antiprofesional o denigrante. Así se explican sus ataques a la ciencia, el periodismo, los diplomáticos o cualquier que asemeje ser miembro del establishment.
Los votantes adoran esta actitud que les confiere el rango de fans y no solo electores. El complot emocional con el presidente es la estrategia fundamental en el tramo final de la campaña.
El aviso a navegantes europeos es claro: estas rarezas de las elecciones estadounidenses acaban llegando a nuestros procesos electorales. La polarización, la provocación y la protesta resonarán en el ciclo electoral europeo que se abre en 2021. Caveat emptor!
*El autor es profesor titular de Periodismo y Estudios Internacionales de la Universidad de Castilla-La Mancha, en España, y especializado en relaciones internacionales y diplomacia, comunicación y tecnología, así como riesgo político y orden liberal
Este artículo fue publicado en IPS. Lo reproducimos con su autorización.
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