10 octubre, 2020
El diagnóstico del trastorno mental que este Alan padecía llegó demasiado tarde: cedió a las voces en su cabeza y se quitó la vida. Uno de cada cuatro mexicanos entre 18 y 65 años ha padecido en algún momento de su vida un trastorno mental, pero solo uno de cada cinco de los que lo padecen, recibe tratamiento
Texto: Natalia Escobar
Fotos: Especial
Alan perdía la tranquilidad cada vez que los nanorobots se apoderaban de sus pensamientos. Él los describió como pequeños dispositivos robóticos que el gobierno le había implantado en su cabeza y aseguraba que estos le decían que se suicidara. Su testimonio no es parte de una película de ficción sino un episodio de delirio de persecución y paranoia que presenta un enfermo de esquizofrenia, un padecimiento sin cura.
“Desde los once años me contaba que escuchaba voces en su cabeza, yo pensaba que tenía un amigo imaginario, me decía que se reían de él, pero no presté mayor atención a esos comentarios”, relata Raquel, la madre de Alan. A los 15 años su hijo empezó a consumir drogas, ella buscó ayuda en todos los sitios posibles: grupos de autoayuda para familiares de de alcohólicos, grupos de integración juvenil, psicólogo y un anexo.
De acuerdo con un estudio del Instituto Nacional de Psiquiatría Juan Ramón de la Fuente, retomado por la Secretaría de Salud federal, uno de cada cuatro mexicanos entre 18 y 65 años ha padecido en algún momento de su vida un trastorno mental, pero solo uno de cada cinco de los que lo padecen, recibe tratamiento.
Debido al desconocimiento y mitos en torno a este problema de salud, las personas afectadas tardan hasta 10 años en recibir atención especializada, lo que merma su calidad de vida. Alan fue uno de ellos y terminó por ceder a las voces en su cabeza: a sus 27 años, amarró unos cables a la viga de su habitación y se ahorcó.
Alan tenía una habilidad especial para dibujar, pintar y crear música. Su madre lo describe como un artista. Aún conserva algunas de sus pinturas, en todas ellas había elementos ocultos, en su mayoría eran ojos: tristes, abiertos, enojados.
También plasmaba cadenas y manos cerradas. Su explicación a estos trazos era que se sentía encarcelado: “no soy libre, algo me ata”, le decía a su madre.
La animación manual era otra de sus habilidades. Llegaba a hacer series de 50 dibujos o más con el objetivo de que al pasarlos rápidamente diera la impresión de que la imagen estaba en movimiento, al estilo de las caricaturas de antaño. Tocaba el violín, la guitarra, la batería, el bajo e incluso hacía sus propios instrumentos con material reciclado.
Raquel siempre atribuyó los cambios de humor y la conducta violenta al consumo de sustancia adictivas y tras haber buscado ayuda finalmente lo ingresó a un anexo.
Alan fue anexado a los 25 años, ahí le mandaron a hacer una tomografía y los resultados fueron contundentes: tenía esquizofrenia.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), este trastorno se caracteriza por una distorsión del pensamiento, las percepciones, las emociones, el lenguaje, la conciencia de sí mismo y la conducta. Algunas de las experiencias más comunes son el hecho de oír voces y los delirios. El diagnóstico para Alan había llegado 14 años tarde.
María Elena Medina Mora, doctora en psicología y directora del Instituto Nacional de Psiquiatría, señala en entrevista que puede pasar mucho tiempo para que un paciente con enfermedad mental llegue con un especialista. En el caso de esquizofrenia, la espera suele durar nueve años o más.
A las dos semanas de que Alan fue internado, Raquel recibió una llamada del anexo notificándole que su hijo se había querido cortar la yugular con el vidrio de un cuadro.
Al salir de ahí le prescribieron antidepresivos y antipsicóticos, mismos que se negaba a ingerir. Su madre optó por administrárselos ocultos en su comida.
Alan duró unos meses sin consumir drogas, aunque su conducta agresiva contra sí mismo continuaba al igual que las alucinaciones. Se golpeaba contra la pared y al incrementarse su desesperación y ansiedad accedió acudir al Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino, donde permaneció 23 días. Todo el tiempo estaba medicado y sin ganas de hacer cosas, “al caminar siempre agachaba la cabeza y los hombros, nunca volvió a ser el mismo”, recuerda Raquel.
Los diagnósticos tardíos de padecimientos mentales y neurológicos van de la mano con la escasez de recursos financieros y humanos para detectarlos y atenderlos.
El presupuesto para el sector salud en México en el 2020 fue de 128 mil 826 millones 414, 373 pesos, pero de esa cantidad solo se asigna 2% a la salud mental. En contraste, los trastornos mentales y neurológicos representan 16% de la carga total de enfermedades en México, según datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
El problema no es propio de México, sino de todo el continente americano. De acuerdo con la OPS, la proporción de carga atribuible a trastornos mentales en la región es seis veces mayor que la proporción de fondos sanitarios asignados a la salud mental.
Entre los padecimientos mentales considerados por la OPS están la depresión, trastornos de ansiedad, de conducta, de alimentación, de la actividad y la atención, por dolor, neurocognitivos, debido al consumo de alcohol y otras sustancias, esquizofrenia, migrañas, autolesiones, epilepsia, cefalea tensional y discapacidad intelectual.
María Elena Medina señala que la asignación de presupuesto para salud mental en México es insuficiente y que del total del monto asignado, 80% se destina a la operación de hospitales psiquiátricos. Muy poco se dedica a detección, prevención y rehabilitación, lo que provoca que la salud mental sea una de las especialidades menos atendidas hasta la fecha.
En el país existen 49 hospitalespsiquiátricos públicos. Hasta 2016 se contabilizaron 4 mil 393 psiquiatras; 60% se concentraba en la Ciudad de México, Jalisco y Nuevo León, explica la directora del Instituto Nacional de Psiquiatría.
La capital del país tiene una tasa de 20.7 psiquiatras por cada 100 mil habitantes; Jalisco, de 6.28 y Nuevo León, de 6.4. En cambio, en estados como Tlaxcala, Zacatecas y Chiapas la tasa es de apenas 0.5 especialistas por cada 100 mil personas, indica la especialista.
La pintura al óleo fue el pasatiempo de Alan los últimos días de su vida, cada día que pasaba se deprimía más y en noviembre del 2016 le hizo una propuesta desconcertante a su madre: “las voces me dicen que me mate, yo lo único que quiero es que me entiendas, que me ayudes, no puedo hacerlo solo. Vamos a hacer un pacto mamá, hay que matarnos juntos ya no soporto las voces que me atormentan”.
La directora del Instituto Nacional de Psiquiatría asegura que los familiares que acompañan a un enfermo mental también sufren los estragos del padecimiento. Es por eso que el nuevo modelo de atención a pacientes contempla un tratamiento integral donde las familias también son acogidas.
Además, la especialista considera que los pacientes con trastornos mentales y consumidores regulares de drogas deben ser atendidos con un tratamiento dual, es decir, que en una misma institución se trate la adicción y la enfermedad mental.
A cuatro años de la muerte de Alan, Raquel asegura que la sociedad mexicana aún no está preparada para incluir y tratar dignamente a los pacientes con enfermedades mentales. “Es muy frecuente invisibilizar a los enfermos mentales y a sus familias, pero de contar con mayor información quizás se podrían salvar más vidas”.
Actualmente ella acude al psicólogo y al tanatólogo. Al preguntarle qué consejo daría a los familiares de esquizofrénicos, Raquel destaca tres cosas: escucharlos siempre, darles mucha atención e informarse sobre el trastorno para entender el mundo de los enfermos mentales.
Desde 1992, cada 10 de octubre, se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, el objetivo es concientizar a la población sobre la importancia de la prevención y atención de los padecimientos mentales.
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