30 septiembre, 2020
En muchas conversaciones de mi pasado con mis amigos negué que hablo una lengua materna, el tu’un savi. Cuando era adolescente llegué a rechazar a mi hermano cuando regresaba de Acapulco. En mi formación escolar me dijeron que no se come con mi idioma
Twitter: @kausirenio
Cuando era niño escuché muchas veces a los adultos de mi pueblo decir que “con tu’un savi (lengua de la lluvia o mixteco) no se come”, que el desarrollo estaba en el español porque solo así podrían trabajar en la ciudad o continuar con los estudios. Las voces de aquella generación no estaban erradas, decían lo que les había tocado vivir en aquellos años cuando hablar su lengua materna era condenarse a la muerte.
La verdad no había más opciones para las comunidades indígenas: si querían subsistir tenían que asimilar una cultura que no es de ellos. La generación de mi época tuvo que negar su origen, su lengua y cultura para ser aceptados en las ciudades como Acapulco y Ciudad de México.
Los recuerdos que tengo de las comunidades de la Costa-Montaña, Guerrero, no son muy alentadores, más bien son recuerdos dolorosos, porque el pasado de mujeres y hombres que migraron a Acapulco a trabajar en la construcción o en el hogar pagaron muy caro su osadía. Unos terminaron en la cárcel por no contar con intérpretes cuando fueron detenidos, mientras que los demás regresaron con su familia sin dinero, porque no se les pagó por su trabajo.
Para sobrevivir en las ciudades los migrantes construyeron su propio escudo de defensa en las calles: cuando les preguntaban su origen, procuraban no mencionar que son de una comunidad indígena, si los citadinos querían saber la lengua que hablan los migrantes, estos decían que era español, aunque el acento los delatara. Otros más cambiaban su vestimenta para ser iguales ante los demás.
Eso me lleva de regreso a mi pasado, cuando negué en muchas conversaciones con mis amigos que hablo una lengua materna, el tu’un savi. Por cierto, cuando era adolescente llegué a rechazar a mi hermano cuando regresaba de Acapulco, porque en mi formación escolar me dijeron que no se come con mi idioma.
¿Cómo no iba a negar mi identidad si mi mamá me contó lo que vivió en la única escuela que había en Cuanacaxtitlán hace 56 años?
“Los que no aprendían el alfabeto los ponían en el sol durante todo el día hasta que pronunciaran una vocal. A otros los paraban con piedras en la mano y los hincaban en el hormiguero como castigo por no memorizar el español. Por eso quiero que aprendan el español lo más pronto posible porque no quiero que les pase igual que a mi excompañero”, repetía María Pioquinto mientras nos preparaba el desayuno.
Así se construyó la doble mirada de los pueblos indígenas: una careta que les servía para pasar desapercibidos en las ciudades y otra que llevaban puesto en la comunidad cuando regresaban después de un largo viaje a las ciudades. En el retorno se integraban a los usos y costumbres, servían de topiles y mayordomos para escalar en la vida comunitaria.
Con el neoliberalismo las comunidades indígenas se despoblaron mientras que la migración indígena crecía en las ciudades, donde los nuevos vecinos tampoco fueron recibidos con buenos ojos, por no hablar el español; se les relegó a las colonias populares y se les arrancó de tajo su lengua porque la educación estaba diseñada para un país monolingüe. Un país que en los años 80 presumía a los indígenas muertos, pero enterraba vivos a los sobrevivientes.
Cambiar el rostro de la discriminación en este país tiene que empezar por la deconstrucción de su modelo educativo, dejar la educación para indígenas –modelo actual– por un diseño de los propios hablantes de las lenguas indígenas. Reconocer la justicia comunitaria, así como lo conciben las comunidades con sus sistemas normativos. Abrir espacios en los medios masivos de comunicación para que las 62 lenguas maternas expresen los colores y sabores de la vida. Integrar intérpretes de lenguas indígenas en todas las esferas de las instituciones del Estado para que los hablantes no nieguen su identidad.
Si no somos capaces de romper con el discurso dominante, nada pasará, porque seguiremos con la discriminación social, institucional, jurídica y cultural que se impuso en este país en la construcción nacional, que ahora se niega a aceptar a los otros. Aunque esos otros “son los más primeros de esta tierra”, dijo el comandante Tacho en la Cámara de diputados en marzo de 2001.
Periodista ñuu savi originario de la Costa Chica de Guerrero. Fue reportero del periódico El Sur de Acapulco y La Jornada Guerrero, locutor de programa bilingüe Tatyi Savi (voz de la lluvia) en Radio y Televisión de Guerrero y Radio Universidad Autónoma de Guerrero XEUAG en lengua tu’un savi. Actualmente es reportero del semanario Trinchera.
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