La obesidad provoca en México una disminución del 5.3 por ciento del Producto Interno Bruto cada año, según la OCDE. Pero el costo para las familias no es igual: en los sectores más pobres, las enfermedades crónicas representan pérdidas de años productivos, mortalidad temprana y “gastos catastróficos”
Texto: José Ignacio De Alba y Daniela Pastrana
Foto: Cuartoscuro y Presidencia
Mientras sigan aumentando la diabetes, la obesidad y las enfermedades crónicas será imposible reducir la pobreza, pues esas enfermedades provocan mortalidad temprana, pérdida de años productivos y “gastos catastróficos” para personas con menos recursos, dice sin rodeos Simón Barquera, director del Área de Investigación en Políticas y Programas de Nutrición del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP).
“Cuando hablan de afectaciones a la economía (por acciones para disminuir el consumo de alimentos procesados y bebidas endulcorantes), pues justamente decimos que para reducir la pobreza y la inequidad, para vivir con bienestar, es necesario reducir el consume de estos alimentos malsanos”, dice.
Barquera sabe de qué habla. Desde 2003, el INSP alertó sobre la tendencia “sumamente alarmante” de las enfermedades que ligadas a la comida chatarra y que era urgente tomar medidas para detenerlo. El artículo, que planteaba que el problema de las enfermedades crónicas no estaba en la mesa de prioridades de la salud pública, mereció un reconocimiento a la excelencia en investigación por parte de la Organización Panamericana de la Salud.
“Eso era en el 2003, con 50 mil muertes al año. Ahorita, en 2020, se mueren más de 100 mil personas al año, es decir, se duplicó del 2000 al 2020 la cantidad de gente que muere a causa de la diabetes”, dice Barquera, en entrevista con Pie de Página.
Explica que el problema se agudizó desde la década de los 80. A partir de entonces, dice, México pasó de menos de 20 mil muertes cada año a 50 mil en el año 2000, y a más de 100 mil ahora.
“Hemos documentado, y ya no hay dudas a nivel mundial, que eso se debe a cambios que hubo en la alimentación con estos sistemas de alimentos ultraprocesados, el alto consumo de azúcar grasa y sal, el alto consumo de bebidas azucaradas. Esto se ha visto en todos los países de la región y del mundo. No es un asunto exclusivo de México. Lo estuvimos siguiendo durante muchos años, Bueno pues hasta ahora, con lo de covid, se acentuó esta preocupación”.
No es un asunto sólo de México, pero México si es uno de los países más permisivos en la publicidad de la industria, dedicada, por ejemplo, a los niños.
—¿Hay un sector de la población en que recaiga más el costo de la obesidad?
— La verdad es que este problema tiene consecuencias que son realmente masivas. Pero en una familia de clase media alta, si diagnostican a la cabeza de la familia con diabetes, pues se trata la enfermedad y hay más o menos control. Pero cuando es una familia con pobreza, con inseguridad alimentaria, esto puede acabar con la familia entera. Es a lo que se le llaman gastos catastróficos, gastos que acaban con la familia. Porque el puro tratamiento de la enfermedad o sus complicaciones puede costar más que el ingreso de estas familias.
«Se daña más a los que menos tienes y por eso, cuando dicen los de las refresqueras que el impuesto daña más a los que menos no es verdad, la verdad es que les beneficia más el impuesto a los refrescos, porque es el grupo que más deja de consumirlos con los impuestos. También es el grupo que al que más daños le hacen los refrescos, porque los hace perder todo».
Luego, Barquera da un dato que dimesiona la desproporción del debate público: Del gasto total del gobierno, “una fracción muy pequeña, menos del punto dos” se dedica a la prevención de enfermedades crónicas. En cambio, los daños a la salud representan un gasto de más del 5 por ciento del PIB, mientras que lo que aporta la industria de alimentos representa el 3.5 por ciento.
Hace un par de meses el subsecretario de salud Hugo López Gatell, se refirió a las bebidas azucaradas como “veneno embotellado”. La reacción de la industria refresquera fue instantánea, la ANPARC que conglomera a los titanes del negocio Coca Cola y Pepsi, publicó un comunicado donde aseguró que la postura del funcionario “estigmatiza” a la industria refresquera.
Además en el comunicado se hizo hincapié en la industria como un sector estratégico para la economía del país.
Lo cierto es que ninguna industria provoca tantos daños a las arcas públicas como los fabricantes de comida chatarra. El sistema de salud tiene que invertir miles de millones de pesos cada año para tratar las enfermedades causadas por la mala alimentación.
El problema es tan grande que en 2006, países de América Latina firmaron un compromiso llamado “Obesidad, la necesidad de acción inmediata”, en el que se destacaba el daño que se estaba generando por esta enfermedad, que no iba a permitir ni siquiera el desarrollo económico, y con los objetivos del desarrollo sostenible también se ha visto de una manera muy importante que las enfermedades crónicas impiden que se vaya a alcanzar más de 9 objetivos del desarrollo.
La comida chatarra tiene, además, un costo oculto: estos productos cuestan a los mexicanos 1.2 billones de pesos cada año, según la estimación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
En octubre del año pasado, cuando la pandemia estaba por llegar a México la OCDE que agrupa a 37 de los países más ricos del mundo publicó un estudio llamado “La Pesada Carga de la Obesidad”.
En el documento se asegura que la obesidad provoca una disminución del 5.3 por ciento del Producto Interno Bruto de México. Se trata de la reducción más alta entre los países miembros de la OCDE, donde le promedio es de 3.3.
El presidente de la organización internacional, Ángel Gurría, aseguró que “México es uno de los países más preocupantes”
La reducción en México equivale a un presupuesto 10 veces más grande que el de la Secretaría de Salud Pública.
Según la OCDE, en la estimación también contempla la productividad perdida de las personas que trabajan enfermas y en los niños un bajo desempeño escolar.
Esto tampoco es nuevo para las autoridades de salud. Desde 2014, Armando Arredondo, investigador del ISNP y quien más ha estudiado el tema del gasto en enfermedades crónicas, publicó un amplio estudio que alertaba que los problemas crónicos incrementaron «de manera alarmante» los costos directos (atención médica) y costos (invalidez temporal, invalidez permanente y mortalidad prematura).
«Si no se asignan más recursos a medicina preventiva, estas tendencias, además de no satisfacer las necesidades de la población, colapsarán financieramente los sistemas de salud y los bolsillos de los pacientes», concluyó entonces el investigador.
Katia García encargada del área de Salud Alimentaria de la organización ciudadana el Poder del Consumidor, explica que a partir del año 2000 “aumentó la prevalencia de obesidad en todas las poblaciones de México”.
Para el 2006, asegura, más de 70 por ciento de la población del país ya tenía obesidad. Actualmente, México es el principal consumidor de alimentos ultraprocesados en Amércia Latina y el Caribe, según la Organización de las Naciones Unidas Para la Alimentación y la Agricultura.
—¿Por qué si hay noticias desde el año 2000 sobre que el problema de la obesidad era grave no se hizo algo?
—En administraciones pasadas había mucha influencia de la industria de alimentos chatarra sobre las políticas públicas. Trataron de frenar todas las medidas posibles y justo a partir del año 2000 y 2006 todas las estrategias a nivel nacional, en materia de obesidad y diabetes estaban muy a la mano de la industria de alimentos.
Explica que, por ejemplo el antiguo etiquetado –hecho en 2011- de los productos fue implementado por la industria y luego fue retomado por el gobierno para volverlo obligatorio a nivel nacional. En aquel momento un estudio del INSP estimó que solo 1.8 por ciento de los estudiantes fue capaz de interpretar los datos en ese etiquetado. También en la publicidad se optó por la autorregulación.
En México, en cambio, la opción fue la contraria. El lobby de la industria se instaló en las oficinas de gobierno, y sólo en el el sexenio de Felipe Calderón fallecieron más de 500 mil personas a causa de la diabetes.
También las enfermedades cardiovasculares y la diabetes son las principales causas de muerte en el país. Pero antes de que los pacientes fallezcan el sistema de salud pública costea buena parte de esas enfermedades. Expertos señalan que están causadas, en su mayoría, por la mala alimentación y la industria de alimentos.
—La industria de alimentos argumenta que su regulación provocaría pérdidas económicas…
—Lo importante aquí es que todos tengamos salud para seguir produciendo y generar ingresos, no solo la industria de alimentos chatarra. La realidad es que todas y todos estamos pagando las consecuencias de la epidemia de obesidad que hay en México.
Le preguntamos a Barquero lo mismo: si se tiene claridad desde el año 2000 que hay una escalada de muertes a causa de la diabetes, ¿por qué no hubo una política pública que revirtiera esos números?
La respuesta, de nuevo, está en el poder de la industria de alimentos
“Es una industria muy ponderosa, esto no es algo que solo pasa en México, en Estados Unidos también esta industria influye de una manera muy importante en las políticas, Tienen sistemas muy organizados de acción, departamentos de Relaciones Públicas, pagan institutos de investigación, a investigadores a maestros, a tomadores de decisiones… Estamos hablando de compañías trasnacionales que venden miles de millones en nuestro país, todos los años. Y yo creo que ese es uno de los factores, por lo que muchos de los esfuerzos fueron bloqueados”.
Tenemos muchos retos en salud “que de repente distraían la atención sobre los problemas de las enfermedades crónicas”, dice Barquero, quien recuerda una inundación en Tabasco o la pandemia de Influenza H1N1, como situaciones emergentes que desviaron la atención y los recursos.
“Hemos estado compitiendo por la atención y la región de Latinoamérica no invierte en salud de una manera adecuada, no estaba en la agenda pública. Espero que eso cambie ahora”, dice.
La región latinoamericana, en promedio, no aumentó su gasto promedio en salud en 20 años, dice el especialista.
“La mayoría de los países de Latinoamérica no tiene infraestructura adecuada, pues recuerdo en los debates presidenciales había muchos temas, pero los temas de salud no entraban. Se discutía seguridad, desarrollo, otras cosas. Pero salud no”.
Latinoamérica tiene más de 45 ciudades de más de un millón de habitantes y dos de los países más poblados del mundo (Brasil y México). También tiene siete de los principales consumidores de bebidas azucaradas, y cinco países que consumen el 20 por ciento de alimentos ultraprocesados de todo el mundo.
Ese dato es clave para entender los efectos de la pandemia de covid en la región más desigual del mundo: Por un lado, son países que tienen la capacidad económica para comprar comida chatarra y alimentos procesados, que “son más caros que la comida saludable” y, por otro lado, no tiene la suficiente regulación ni la información que tienen los países desarrollados, “ahí sí ya la gente está dejando de consumir refrescos papitas y comida chatarra”.
“Las compañías que son de todos esos países pues lo que hacen es venir a nuestros países. Es como con el tabaco: cuando se dejó de vender tabaco ahí se fueron a Latinoamérica a Asia. Se vienen a estos países que están poco regulados donde no hay suficientes normas y entonces hacen una publicidad super agresiva, empiezan a vende esto desde la infancia. Aquí en México ya se estaba intentando vender la Coca Cola de un litro en las escuelas, cuando lo paramos”.
Resume Barquero: no sólo es la falta de inversión lo que nos tiene aquí, si no eso con las características socioeconómicas.
—Hay una serie de mitos que hay en la narrativa pública de lo grave que es el consumo de alimentos procesados, como lo de que es igual de malo consumir garnachas…
—La cocina mexicana tradicional no es un motor de enfermedades, esa estaba ahí desde antes de los 80 y la epidemia no se había desatado de esta manera. El otro mito también es que comer sano es muy caro cuando nosotros podemos ver que uno puede ir a una comida corrida de fonda por 50 pesos y una carga de cereal, que es pura azúcar, pura chatarra cuesta 50 pesos. O hacer un agua de limón con muy muy poquita azúcar, menos de una cucharada por taza, no cuesta lo que cuesta hacer un refresco.
Lo que no es ningún mito es el daño metabólico e incluso genético de la alimentación con comida procesada. En un reciente estudio, Armando Arredondo destaca la importancia de prestar atención a los factores de riesgo del estado nutricional de la madre a partir de la gestación, pues existen evidencias de una asociación entre la transmisión intergeneracional de la obesidad y aspectos socioeconómicos de la madre.
Le preguntamos a Barquero si la gente que se ha alimentado con comida chatarra y come sano se puede recuperar. O como, con el cigarro, quedan los daños permanentes.
«Toda persona que mejora su estilo de vida y que mejora su dieta, puede tener grandes beneficios aún con grandes cambios. Ahora, en unos casos sí puede haber daños irreversibles. Las mujeres embarazadas que comen comida chatarra pueden provocar que a sus hijos se les modifique un gen. Y niños que se alimentan con fórmulas lácteas que tienen muy mala calidad tienen más riesgos de enfermedades y de tener sobrepeso, y se les modifica la palatabilidad, es decir, son niños que prefieren alimentos de sabores dulces».
—¿Como se puede trabajar para que haya la misma facilidad de acceder a un alimento saludable que a un alimento chatarra?
—Eso no se puede dar de forma natural, porque las multinacionales que venden los alimentos chatarra tienen demasiada fuerza y demasiada inversión en aumentar las ganancias con productos que nos hacen daño. Entonces así solito no se arregla, esto se tiene que arreglar con regulación y con estrategias y políticas gubernamentales orientadas a proteger a la población.
El impuesto al refresco en México logró que la gente redujera 10 calorías per cápita, en cada ciudadano, jura barquera. Ahorita con el etiquetado se logró que algunas compañías redujeran sus cantidades de sodio, por ejemplo, para no tener tres etiquetas. Sin embargo, reconoce que el trato con la industria alimentaria es muy difícil.
“Lamentablemente estas industrias no están cumpliendo con las promesas de ética que declaran a nivel internacional. Tienen diálogo con la Organización Mundial de la Salud, dicen que ellos quieren ser parte de la salud pero a nivel nacional son muy agresivas, usan bots en las redes, hacen ataques personales, intimidan, contratan funcionarios o exfuncionarios para que sean los encargados de sus despachos. Llega a ser hasta peligroso en un momento, pero si no lo hacemos no va a cambiar nada. Se tienen que ir dado estos pasos”.
—¿Qué cosas se pueden mejorar para mejorar el ambiente alimentario?
—Una clara es una fuerte inversión para que haya disponibilidad de agua gratuita. Otra es la regulación, yo puedo obligar que todos los restaurantes y comercios que venden alimentos den agua gratuita. Eso no cuesta, no es subsidio, eso nomás se hace una regla y entonces hace que esa regla se haga una obligación. En muchos países de Europa o países desarrollados es así, ni si quiera es una norma social. También puede haber regulación en los comercios para que no pongan publicidad ni alimentos malsanos dirigidos a niños o pedirles que los alimentos malsanos estén hasta atrás del supermercado. O que todos los supermercados tengan una sección de alimentos saludables, donde no pueda haber productos con sellos. Entonces, si la gente quiere comer bien ni se mete a ver lo demás. Otra estrategia podría ser promocionar que la gente vaya a comer alimentos saludables a las fonditas.
—¿Qué sucede con la regulación a las comidas rápidas?
—Hay muchas experiencias importantes. Obviamente uno no puede tener todas las batallas al mismo tiempo, porque entonces no se logra nada. Y eso lo saben, por eso siempre andan diciendo ‘hacer una medida así al vapor no sirve’. Pero una de las prácticas más generalizadas es que se publiquen las calorías de los menús; hay otras más avanzadas: a Mc Donalds se le prohibió hacer las cajitas felices porque tenían regalos con productos malsanos y muy altos en calorías, también en otras lo que se evita es que haya publicidad dirigida a niños. En Quebec, por ejemplo, la publicidad de estas empresas está dirigida a trabajadores, no a niños. Todo eso ayuda a mejorar el ambiente alimentario que al final es lo que se necesita. También se puede invertir más en facilitar la distribución a los productores de alimentos saludables. Los mercados rodantes están creciendo y son una alternativa formidable. En países desarrollados están regresando a mercados de alimentos naturales, es hasta una tendencia nice.
—¿Cuánto tiempo cree que podríamos tardar en revertir esta epidemia de enfermedades crónicas que tenemos?
—Esto se va a llevar años, pero eso no nos debe desmotivar. Se van a ver resultados muy pronto. El que haya un esfuerzo para hacer una agencia intersectorial, pues es increíble porque a las secretarias casi no les gusta andarse poniendo de acuerdo con nadie. Pero en todos los libros de políticas gubernamentales para el desarrollo la coordinación intersectorial es vista como el santo grial. Normalmente la logran los países muy chiquitos como Islandia, pero en países grandes es muy difícil. El éxito del GISAMAC (Grupo Intersecretarial de Salud, Alimentación, Medio Ambiente Y Competitividad) con las políticas que para la reducción de los heribicidas, que son dañinos para la salud y del medio ambiente como el glifosato. El etiquetado frontal es un éxito puntal, el que la gente esté hablando de la dieta tradicional mexicana es un éxito puntual. El que por fin hay una materia en las escuelas donde por fin se va a hablar de la verdad sin reservas, también.
—¿El equipo con el que trabaja se siente acuerpado ahora para dar la batalla?
—Afortunadamente los jóvenes tienen muchos valores nuevos, les importa mucho vivir en un medio ambiente que no esté contaminado. Piensan en el futuro, pero no en el futuro económico personal sino en el futuro del ambiente y la sociedad. Eso hace que haya este sentimiento de mucho compromiso por esta causa, ahorita hay un movimiento en redes sociales que se llama #conlacomidamexianaNo A estos jóvenes no les gusta como se está metiendo la industria para tratar de culpabilizar a la comida mexicana, es una forma muy poco ética de desviar la atención de todo el daño que generan esos productos.
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