Las atrocidades de la guerra de conquista dejaron inhabitable Tenochtitlán. Los conquistadores se vieron obligados a establecer las primeras villas en Coyoacán. Desde ahí planearon rehacer una ciudad.
@ignaciodealba
Cuando Gonzalo de Sandoval y García Holguín apresaron a Cuauhtémoc, el último emperador mexica, lo llevaron hasta Hernán Cortés. Ahí, muy a su estilo, Cortés abrazó a Cuauhtémoc y lo halagó. Pero el guerrero respondió con una actitud imprevista. Le dijo al conquistador:
“Señor Malinche: ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y vasallos, y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma ese puñal que tienes en la cinta y mátame luego con él”.
Para los mexicas, la muerte natural del militar era en la guerra. Así, Cuauhtémoc –de 26 años de edad- ascendería como los guerreros hasta el sol y lo acompañaría en su recorrido estelar. Pero Cortés lo conservó con vida durante varios meses.
Con la captura del emperador Cuauhtémoc, México-Tenochtitlán quedó en manos de los conquistadores en 1521. La imagen de la ciudad era terrible: Después de 93 días sitiada, las calzadas y las casas estaban llenas de cadáveres.
Relata Bernal Díaz del Castillo:
“Todas las casas y barcos de la laguna estaban llenas de cabezas y cuerpos muertos, que yo no sé de qué manera lo escriba, pues en las calles y en los mismos patios de Tatelulco no había otra cosa, y no podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios muertos”.
El hedor era nauseabundo, pero no para quienes buscabaa oro en una ciudad recién abandonada. Los españoles se pusieron trapos en las narices y se dedicaron a hurgar en las casas. Los que se hicieron de balsas llegaron con libertad a los extremos de la capital mexica para recolectar el metal. En cambio, despreciaron el jade y las plumas preciosas.
Otros soldados se apostaron en las calzadas de la entrada de la ciudad para requisar a los indios que huían de los asesinatos y el hambre provocada por los españoles. Las mujeres se untaron lodo en la cara y se pusieron trapiches para no ser secuestradas. Los hombres jóvenes y fuertes eran capturados y marcados con hierros en la cara para ser esclavizados.
Ángel María Garibay tradujo un poderoso relato, en el que se relata: “se nos puso precio. Precio del joven, del sacerdote, del niño y de la doncella. Basta: de un pobre el precio era solo de dos puñados de maíz”.
El reguero de cuerpos llenó la ciudad de gusanos, los muros estaban salpicados de sesos, el agua de la laguna estaba roja. Dardos y mechones de pelos por todas partes. La capital del imperio mexica estaba derrotada, inhabitable.
Los conquistadores abandonaron la ciudad durante un tiempo, quedaron en Coyoacán las primeras villas de los europeos en el Valle de México. Ahí celebraron la conquista. Cortés mandó traer vino de Castilla desde un barco que abastecía víveres en Veracruz. Al banquete se agregaron cerdos, que venían de Cuba y tortillas de maíz. Para muchos, éstos fueron los primeros tacos de carnitas que se comieron en México.
El alcohol corrió a mares, la concurrencia conformada por capitanes, soldados y aliados indígenas no cupo en las mesas. Con el paso de las horas hubo quien terminó revolcándose o parado arriba de alguna mesa.
Díaz del Castillo relata que un encendido soldado aseguró que con las riquezas que le tocaban se haría una silla de montar de oro. La realidad fue más dura, con el paso de los años se decía “no se lo repartió como Cortés” que se llevó lo mejor de la Nueva España para él.
En Coyoacán, Cortés recibió a la rendición de tarascos, organizó las encomiendas y torturó a Cuauhtémoc.
Algunos creían que días antes de que Cuauhtémoc fuera capturado, el emperador escondió algunos tesoros; otros decían que arrojó al fondo de la laguna parte de la fortuna imperial. Cortés, que guardó prisionero al tlatoani, lo quemó con fuego y aceite hirviendo, a lo que Cuauhtémoc, dicen que dijo: “¿Estoy en algún deleite o baño?”. Al final los europeos no pudieron sacar mucho más de lo que ya habían robado.
En Coyoacán, Cortés encomendó a Alonso García Bravo, uno de los soldados que participaron en la conquista el diseño de una nueva ciudad, sobre las ruinas de Tenochtitlán. A García Bravo se le debe el diseño de las primeras calles de la Nueva España, la ubicación de la Catedral, el Palacio Virreinal, el Ayuntamiento y la Plaza Mayor. La urbanización tomó como modelo las ciudades europeas.
“Era una ciudad destinada exclusivamente a los blancos. Fuera de sus límites se establecieron las comunidades indígenas”, escribió el historiador Fernando Benítez.
Sobre las antiguas construcciones de los mexicas se edificó de a poco la ciudad colonial.
Sobre los antiguos símbolos se configuró, también, una nueva identidad.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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