Este jueves fue velado en su vivienda en Tezonapa el periodista Julio Valdivia, asesinado el miércoles pasado. Unas 20 personas lo despidieron en un féretro metálico que su esposa consiguió fiado
Texto: Miguel Ángel León Carmona
Fotos: Félix Márquez
TEZONAPA, VERACRUZ.– En cuanto le avisaron que su esposo estaba muerto, Guadalupe se sintió en shock y sólo pensó: “no tengo dinero ni para comprarle flores”. Hoy está junto al cuerpo de su pareja, el periodista Julio Valdivia, a quien unas 20 personas lo despiden en un sobrio féretro metálico, sin adornos, porque es el más barato que ella consiguió fiado en este pueblo de Veracruz.
La mujer, que endurece la quijada y clava las uñas de sus pies en sus sandalias, no da crédito de cómo al reportero que cada día sacaba adelante a sus cuatro hijos –de 2, 4, 6 y 10 años–, personas desconocidas hayan usado una sierra eléctrica contra su cuerpo.
“La verdad no sé qué pasó ayer, no sé a quién echarle la culpa, o si mi esposo a alguien le caía mal. Solo sé que los últimos tres días estuvo muy raro”, dice la mujer, dueña de una sonrisa blanca que hoy se desdibuja con las ojeras que le han brotado de sus ojos café oscuros. Es de estatura baja; sus hombros anchos los encoge cada que se devuelve a su pérdida.
Parece que fueron tres días de agonía antes de morir. La madrugada del 9 de septiembre Julio no pudo dormir, y prefirió caminar alrededor de su cama como tigre en cautiverio.
Eran las 04:00 horas de ese miércoles. Extrañamente este hombre amable y seco, que rondaba los 43 años, y ocho de profesión, lo sacudía en su cama el ruido de carros que aceleraban en las inmediaciones de su vivienda, ubicada en el sencillo barrio del Silbato.
– “¿Ahora por qué andas de allá para acá?”, preguntó Guadalupe.
–“No puedo dormir. ¿Hay mucho movimiento, ¿no?”, respondió sin dar más explicaciones.
Horas antes de acostarse, Julio pidió el triple de su ración habitual para la cena: huevos con frijoles y tortillas hechas a mano en el fogón. Pero no sólo fue la cantidad exagerada de alimentos lo que extrañó a su esposa: “apenas calentaba una tortilla y él ya me pedía más”.
Julio devoraba sus bocados al ritmo de una nota policiaca que se redactaba para el cierre de la edición impresa El Mundo de Córdoba, donde colaboró durante cinco años; los últimos seis meses por un pago de mil pesos semanales que a veces llegaba a tiempo y a veces no.
“De hecho, él quería ir a quejarse de eso porque en ocasiones estábamos sin comer y él hablaba y hablaba de que a su familia la tenía sin comer; siempre iba a ver al banco y no había dinero y pues nosotros nos aguantábamos aquí hasta que le mandaban, a la hora que ellos querían”,
Guadalupe, esposa de Julio Valdivia.
Para las 11:00 horas del miércoles, Guadalupe fue despertada por Julio. “Mija tengo hambre, prepárame unas gorditas porque tengo mucha hambre”. Al parecer comer calmaba su ansiedad, igual que dos días atrás, cuando extrañamente comió cinco tortillas con chile, preparado en el molcajete, otras cinco gorditas con salsa y queso; además de su café y agua de limón.
– “Ma’, ahora sí comí mucho, me siento muy lleno”-, dijo Julio antes de prepararse para salir a trabajar en la región limítrofe de Veracruz, Puebla y Oaxaca.
–“Pues ya no comas tanto, si tú nunca comes así de rápido y mucho”, reviró Guadalupe. “Hasta eso, me estaban haciendo burla de que tal vez estaba embarazada, porque decían que él siempre come cuando estoy embarazada”, recuerda.
Dieron las 12:30 horas y sonó el teléfono del reportero veracruzano. No dijo quién lo llamó. Se puso un pantalón de mezclilla planchado, unos zapatos negros con casquillo y su camisa gris con el logotipo El Mundo de Córdoba. “Ahorita vengo”, avisó y se marchó en su moto, tipo Cargo.
Algo que caracterizaba a Julio, recuerdan sus familiares, era su manera elegante para salir a diario a trabajar. De mirada fría, pero risueño y bromista con su esposa e hijos. Sus manos eran gruesas y su espalda ancha; siempre procuraba mantenerse en forma, como lo hacía cuando trabajó como policía municipal de Córdoba, unos diez años atrás.
Pero si algo distinguía al reportero, y que le valió para ganarse un apodo, fue un mechón de canas que le dividía sus cabellos negro azabache. “Yo le decía que era mi viejito o mi ancianito; los amigos lo molestaban con que era hijo del (músico) de Los Tigres del Norte”, recuerda Guadalupe.
Julio, El Tigre del norte aún respondió la llamada de un compañero suyo, alrededor de las 13:30 horas. “Dijo que estaba bien, que andaba en Tezonapa y que más tarde nos veríamos en Cosolapa, en Oaxaca”, refirió un periodista de la zona, de quien se omite su nombre por seguridad.
Alrededor de las 16:00 horas, una voz en la entrada de la vivienda de Julio interrumpió las tareas de limpieza que Guadalupe realizaba en su recámara, que comparte con dos de sus hijos. “Me gritan y yo pensé que venían a decirme algo sin importancia. Pero no, vinieron a decirme que lo habían encontrado muerto, en una desviación, a 20 minutos de aquí”, vuelve a lamentarse.
A “Lupita”, como la llama una mujer que le ofrece un concentrado de alcohol para calmar su estrés, la acompañó un amigo de Julio hasta un crucero del libramiento que comunica las comunidades de Paraíso y Motzorongo, en este municipio de Tezonapa.
“Sí, era él, mi ancianito, como le digo de cariño. No tiene caso recordar cómo lo vi, pero quien lo mató también me lo aventó como si fuera animal. Enseguida lo identifiqué por sus cabellitos blancos que tenía al frente, estaban paraditos”.
Los victimarios de Julio Valdivia colocaron su cuerpo en las vías del ferrocarril y arrojaron su cabeza a diez metros de torso, en la gravilla. De acuerdo con fuentes ministeriales, el periodista fue decapitado con una sierra eléctrica.
Sin embargo, peritos y reporteros de la región advirtieron que los asesinos de Julio colocaron su vehículo y sus restos sobre las vías -por donde el tren pasa al menos cada dos horas- para maquillar el crimen. “Julio no fue asesinado en ese paraje porque se detectaron marcas de llantas, de un carro que se estacionó muy cerca de donde lo encontraron; además había escasas marcas de sangre”, refirieron desde el anonimato.
Seis meses antes de su asesinato, Valdivia recibió una llamada que también lo inquietó, contaron familiares y compañeros. La indicación al teléfono, de personas desconocidas, fue que lo esperarían en el parque central de Tezonapa. “Lo llevarían de paseo”.
Julio acudió puntual a la cita. En el lugar acordado, le habrían ordenado subir a un vehículo y lo llevaron a otro paraje, en la comunidad de Laguna Chica.
“Llevarlo de paseo”, en el gremio periodístico de la región limítrofe de Veracruz, Oaxaca y Puebla, significa ser privado de la libertad. A Julio le advirtieron sobre los temas que habría de publicar de ese momento en adelante, pero, sobre todo, cuáles no. Estas indicaciones habrían sido acompañadas de bofetadas.
“Desde entonces Julio dejó de salir a reportear tanto; se comenzó a aislar de nosotros (el resto de los reporteros que cubren esa región)”, dijo un compañero suyo. En tanto, Guadalupe agregó que su esposo tampoco volvió a cubrir eventos violentos que se reportaban por celular durante la madrugada.
Jorge Morales Vázquez, de la Comisión Estatal de Atención a Periodistas (CEAPP), reconoció que en 2015 el reportero finado recibió unas primeras amenazas; mismas que fueron atendidas y que no volvieron a ser denunciadas por el comunicador.
La región fronteriza que cubría Julio Valdivia es disputada entre células delictivas, debido a ser un paso de ductos, donde se cometen numerosos robos de combustibles. En los municipios de Tezonapa y Cosolapa, a lo largo de 2020, eventos de inseguridad han acabado con la vida de 16 personas. Líderes cañeros, campesinos y familias completas, incluidos dos menores de edad, apilan la lista de víctimas. Ningún crimen se ha resuelto.
Periodista en Veracruz
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