Este es el tercer templo más antiguo de la ciudad, pero lo único que conserva son daños y la indiferencia que hay sobre el patrimonio histórico de la Ciudad de México. Esta semana un par de incendios expusieron el abandono en el que se encuentra esta antiquísima construcción.
José Ignacio De Alba
Los edificios más antiguos de la ciudad tienen dos destinos: el olvido, donde de apoco se convierten en ruinas arqueológicas, o su privatización, donde se convierten en, por decir algo, sucursales de Sanborns. Los incendios del templo de la Santa Vera Cruz son un motivo para recontar lo que hay en la ciudad; y recordar lo que hemos olvidado.
La ubicación de este templo es privilegiada; está a un costado de la Alameda Central, cruzando la calzada México-Tacuba. A pesar de eso, es un sitio poco visitado. Entre las arboledas de la plazoleta que también se llama Santa Vera Cruz se levanta este edificio barroco en un juego del rojo tezontle y el gris de la cantera chiluca. En sus remates el edificio tiene plantas de baldío, prueba de su abandono.
La parroquia, que es bonita, en realidad se vuelve discreta en medio de la arbolada de Alameda Central. En la panorámica el sitio tiene que competir con la fachada chantillí del Palacio de Bellas Artes, el afrancesado Edificio de Correos y la inercia del centro que llama la vista hacia la calle Madero, que desemboca en el Zócalo.
Desde su segundo plano la parroquia tomó protagonismo la semana pasada cuando un incendio provocó que una columna de humo llamara la atención de los paseantes de la Alameda, el fuego quedó mal extinguido y horas más tarde un segundo percance amenazó la iglesia. Desde su campanario salían llamaradas. Su destrucción la volvió a la memoria.
La primera construcción fue una ermita hecha por la cofradía de la Santísima Vera Cruz en 1526, de la que Hernán Cortés formó parte. Esta agrupación la integraban algunos de los personajes más prominentes de la Nueva España, con el tiempo la hermandad abultó tan buenos apellidos que cambió de cofradía a “archicofradía de caballeros”.
En 1568 se hizo por fin una parroquia. En aquellos años la Catedral y el Sagrario Metropolitano, no podían registrar todos los bautizos, matrimonios y fallecimientos en la creciente ciudad. Los fondos de las congregaciones estaban dedicados a otras tareas. Así que la archicofradía, integrada por los hombres más ricos de la capital, dedicaron recursos a la construcción de la iglesia, se le considera la tercera más antigua del país.
El terreno elegido fue entregado por el Ayuntamiento, los solares se encontraban entre las casas de los indios y la calzada Tlacopan, una de las salidas de la capital novohispana.
El rey Carlos V regaló a la archicofradía un Cristo, que con los años desapareció, ahora hay uno elaborado con cañas y conchas -ahora seguramente ahumado-. Con el tiempo la gente del lugar comenzó a llamar a la imagen religiosa el “señor de los siete velos”, por estar cubierta. Se decía que el que veía al cristo descubierto conseguía indulgencia.
Algunos reos condenados acudían a la imagen del cristo en busca de perdón, otros eran ejecutados en las cercanías. Que en ese momento eran las afueras de la ciudad.
Uno de los tesoros de la parroquia son sus libros parroquiales que contienen información sobre los primeros habitantes de la Nueva España. Con el reciente incendio es probable que este tesoro histórico quedara en grave riesgo de desaparecer.
Fue hasta el siglo XVIII que el templo fue remodelado de nuevo, esta vez por el arquitecto churrigueresco Ildefonso de Iniesta Bejarano. En la construcción de la casa parroquial estuvo a cargo del arquitecto Lorenzo Rodríguez, la construcción quedó totalmente remodelada en 1776.
En aquel momento el interior de la iglesia de la Santa Vera Cruz fue rico y ostentoso. Según algunos documentos de la arquidiócesis de México los retablos barrocos estaban hechos con maderas finas y laminado de oro. La importancia de la iglesia se notaba.
Frente al templo se puso un cementerio, algunos personajes connotados fueron sepultados ahí. Con el paso del tiempo el camposanto fue destruido y se puso una plazoleta. Dentro de la iglesia aún se encuentran los restos de Manuel Tolsá, el arquitecto neoclásico más importante de la Nueva España.
Entre los benefactores de la iglesia hubo reyes y virreyes. Algunas otras cofradías hicieron del templo su morada. Al templo también llegaba la imagen del a Virgen de los Remedios, apodada como la “Gachupina”. Esta virgen era usada en los estandartes españoles, mientras que la virgen de Guadalupe usada por los mexicanos.
Quizá esta relación tan cercana con los poderes económicos de los españoles fue su acabose. Con la Independencia los recursos del templo fueron reducidos. Sin benefactores parroquia empezó una larga decadencia. En el siglo XX la iglesia fue saqueada y el retablo mayor quedó pobre y sin sus esmerados adornos.
En 1985 el terremoto la dañó terriblemente, las reparaciones quedaron improvisadas para siempre. La plazoleta es básicamente un basurero. En 2017 de nuevo un sismo casi acaba con la iglesia, a tal grado que desde entonces el lugar cerró sus puertas al público.
Las vigas de madera que ayudan al templo a sostener su estructura dañada por los temblores y los hundimientos fue la leña del fuego del domingo pasado. El abandono histórico de la parroquia vuelve sus reparaciones más complicadas y costosas. Olvidar fue lo más caro que nos sucedió.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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