Esta construcción de la Ciudad de México es retrato de lo que pasó en buena parte de la historia del país. Las piedras de un antiguo templo mexica fueron rehechas en convento. Luego, durante la invasión norteamericana los batallones de patriotas se atrincheraron para dar una heroica defensa en la Batalla de Churubusco.
José Ignacio De Alba
El sitio conocido como Huitzilopochco –ahora Churubusco- fue uno de los nueve señoríos de los mexicas, gobernado por linaje tenochca. El lugar, entre las orillas de los lagos de Texcoco y Xochimilco, fue un punto estratégico para el comercio y la guerra. Por ahí llegaban productos de Tenochtitlán y de ahí partían hacia las regiones del sur del imperio. Además, de sus manantiales se llevaba agua, por medio de acueductos, hasta la capital.
Este pueblo tomó el nombre de Huitzilopochtli, el dios de la guerra y tutor de los mexicas. En su nombre se celebraban las fiestas de panquetzaliztli y tenía dedicado uno de los templos más importantes.
El nombre de Churubusco se quedó después de la llegada de los españoles gracias a un error genial. Los españoles, incapaces de pronunciar Huitzilopochco, decían Churubusco. El pueblo desde entonces se integró al corregimiento de Coyoacán.
Los primeros en levantar una iglesia dedicada a Dios y a María fueron los franciscanos, que utilizaron las antiguas paredes del templo de Huitzilopochtli para hacer su templo en 1538. Años después Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la capital, ordenó que ahí se levantara un monasterio para los dieguinos descalzos. La obra se financió gracias al mercader Diego Del Castillo.
El propósito principal del monasterio era que los novicios que salieran de ahí participaran en las misiones para evangelizar pueblos del Pacífico: Japón, Filipinas y China. El propio Zumárraga quiso, sin éxito, al final de su vida irse a China a predicar.
Los “dieguinos” estuvieron tranquilos durante cientos de años hasta que en 1847, el ejército mexicano los sacó del convento, para utilizar el convento como fuerte ante la intervención estadounidense.
El ejército mexicano preparó un bloque en el oriente de la ciudad, para que el ejército de Estados Unidos no entrara a la capital. Pero los exploradores y la avanzada del ejército invasor sugirieron entrar a la Ciudad de México por el sur, por encontrarse menos protegida.
Así que el destacamento mexicano tuvo que movilizarse rápido a San Ángel, Coyoacán y la Hacienda de San Antonio –hoy Coapa-. En Churubusco sólo se colocó una ligera retaguardia, por si acaso. Pero los puntos fuertes de la defensa mexicana quedan vencidos con facilidad por el ejército extranjero.
La batalla estaba prácticamente perdida cuando toca el turno de Churubusco, el 20 de agosto de 1847. El avance del ejército enemigo hizo correr rumores entre la población atemorizada, mucha gente se encerró, pero también hubo personas que se armaron y llegaron a Churubusco para tratar de quebrar la ofensiva. Los generales Manuel Rincón y Pedro María Anaya encabezaron la heroica defensa.
Un batallón de irlandeses católicos que peleaba con el ejército de Estados Unidos, en medio de la batalla, cambia de bando para ayudar a México. Este regimiento ha sido casi olvidado en los recuentos históricos. Se calcula que unos mil 300 mexicanos resistieron la embestida de 6 mil estadounidenses.
Ante la desesperación, algunos mexicanos arrojaron piedras desde los techos de sus casas, los invasores repelieron la agresión con cañonazos y balas. En esa época del año los maizales que rodeaban el convento estaban altos, un recurso imprevisto que le dio ventaja a los extranjeros porque no se podían ver desde el improvisado fuerte.
La batalla no fue muy larga, la escasa artillería y la falta de municiones dejaron prácticamente desarmada a la guarnición mexicana. Pero hubo quien a bayoneta calada siguió dando guerra, como el joven escritor Luis Martínez de Castro; a sus 27 años, enfrentó al enemigo y fue herido de muerte. La misma suerte corrió el coronel Francisco Peñuñuri.
Uno de los episodios más conocidos de la célebre derrota fue cuando el general estadounidense, David E. Twiggs entró al fuerte mexicano para pedir la rendición y preguntó dónde estaban las municiones, a lo que el general mexicano Pedro María Anaya respondió: «Si hubiera parque, no estaría usted aquí.»
Años después el presidente Ignacio Comonfort mandó poner frente al exconvento un monumento dedicado al loco heroísmo del coronel Francisco Peñuñuri y del escritor Luis Martínez de Castro, también ahí se encuentran sus restos.
El sitio fue cuartel hasta 1919. Actualmente el exconvento es un museo dedicado a las invasiones que nuestro país ha enfrentado. Afuera del lugar se conservan algunos cañones de la guerra que le quitó a México más de la mitad de su territorio.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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