21 agosto, 2020
María Aguayo es madre de Iván Yan Carlos Ibarias, desaparecido desde el 9 de septiembre del 2016; un grupo armado se lo llevó de su casa en Veracruz. A través de la voz de María se escucha la relación poco evidente entre la situación de calle y la desaparición en México
Texto: Camila Plá y Javier Perea
Fotos: Javier Perea
María Aguayo nació en la Ciudad de México, en la colonia San Lorenzo Tezonco, ubicada en la alcaldía Iztapalapa. Es la cuarta hija de seis hermanos y desde muy temprana edad se enfrentó a múltiples formas de violencia, ya que desde pequeña se vio obligada a vivir en las calles. Sin embargo, la violencia que ha vivido contra ella y su familia no ha terminado: Desde hace cuatro años, su hijo Iván se encuentra desaparecido.
María se define a sí misma como “la persona que nunca va a dejar de buscar a su hijo”.
La experiencia en la calle llevó a María a querer proteger a su hijo e hija, a poner como prioridad el cuidado hacia cada familiar suyo. Cuenta que pudo tener eso que siempre soñó; una casa en donde su familia, su hijo e hija, vivieran tranquilamente, una casa en la que se compartiera la mesa, las risas y el cariño, y en la que actualmente cuida también a sus nietos.
Iván nació el 30 de enero de 1995 y desde los ojos de su madre era una persona altruista, amable y generosa. A través de sus palabras, ella recalca el particular cuidado que tuvo al educar a su hijo, queriendo evitar que él sufriera por los estereotipos que ella ha cargado.
Pero el 9 de septiembre del 2016, Iván Yan Carlos Ibarias Soria fue extraído ilegalmente de su casa en Veracruz por unas personas armadas y, desde entonces, se encuentra desaparecido. Desde ese día, María ha estado presente en diversos procesos de búsqueda; ha participado en búsquedas tanto en vida como en campo para encontrar a su hijo, y se ha visto acompañada y acompañando a otras personas que también buscan a sus familiares desaparecidos.
Sin embargo, debido al estigma que existe socialmente respecto a la situación de calle, han habido ocasiones en las que al narrar su historia, María ha sido juzgada y no siempre ha recibido una respuesta comprensiva por parte de funcionarios públicos e incluso personas cercanas a ella. Comenta que han llegado a justificar la desaparición de Iván por prejuicio:
“Me preguntan por qué soy tan agresiva, que por qué me dirijo a ellos [las personas que viven en situación de calle] con tanta confianza. Cuando yo expliqué por qué hablaba con los indigentes me dijeron ´es que tú eres la banda, es que tú eres de lo peorcito. Entonces ¿cómo es tu hijo? Por eso no está tu hijo”.
De pequeña, María y sus hermanos pasaron hambre. Vivían en la casa del padre, el cual era alcohólico y ejercía violencia contra su esposa, motivo por el cual tuvo que salir de ahí. Ante la ausencia de la madre y el alcoholismo de su padre, María, sus hermanos y hermanas quedaron en una situación de alta vulnerabilidad. Cuenta que su padre la llevaba desde muy pequeña a la cantina a beber y que continuamente terminaban durmiendo en la plaza de San Lorenzo.
De sus tres hermanos mayores, dos de ellos también estaban en situación de calle cuando a la edad de 13 años a María y a sus dos hermanos pequeños se les expulsó de la casa en la que vivían, ya que nadie quería hacerse responsable de su cuidado. Siendo la mayor de los tres, María quedó a cargo de los menores y tuvo que ingeniarse técnicas de supervivencia para cuidarlos y cuidarse, para ser visible o invisible según la necesidad del momento. Durante las noches los enterraba en la tierra para evitar que pasaran frío, se vio obligada a recoger comida de los mercados y las calles, a hacer pequeños favores a los transeúntes e incluso, a robar alimento. Expresa: “Yo lo reconozco y a mí no me da pena porque era: ‘o robas o no comen tus hermanos’”.
Alí Ruíz Coronel en su texto Y los invisibles ¿por qué son invisibles? comenta que habitar en la calle conlleva riesgos y formas de vida diferentes. En esta situación la gente se ve forzada a generar tácticas, estrategias y prácticas de supervivencia.
“Pero nada más imagínate todo lo que pasan como mujeres en la calle. En la calle es muy duro, muy, muy duro […] Cuando esa misma gente que te está cuidando se confabulan para atacarte. No tienes idea de lo que es eso. Es lo más duro que puede vivir una persona”, comenta María.
Cada persona que ha vivido en la calle carga y cuenta su propia historia. Tiene una visión o percepción diferente según su experiencia; el género con el que se identifica, su color de piel, los tatuajes tanto de tinta como simbólicos que lleva; y la edad que tiene, entre otras cosas.
Los encuentros y las experiencias con otros y otras dejan marcas profundas en el ser, vestigios imperceptibles a simple vista, pero notorios en el trato, en la forma de caminar, hablar y convivir. Cuando María habla de su pasado en la calle, de las personas a las que conoció y con las que compartió lo que tenía, se vuelven visibles esas marcas. Nos cuenta de la Golondrina, una mujer que tuvo que hacer cosas incomprensibles para darle de comer a sus hijos. De varios tronados, hombres que se quedan solos, tan solos que enloquecen. De mujeres que buscan protección en otros hombres, pero que no olvidan que aquéllos son también potenciales agresores. Historias de vida, de violencia, de exclusión y de estigma que cuentan y valen. Ella las relata, las escuchó y sigue escuchando. Su propia experiencia ha permitido que, hasta el día de hoy, María sea sensible a este tipo particular de desigualdad.
“Para mí la experiencia de haber vivido en la calle, de saber lo que es un indigente, de saber lo que es no tener, me sensibiliza ahorita en este momento […] y aunque yo quisiera ayudar a todos, sé que no puedo. Pero si está a mi alcance, lo haré. Porque me duele. Si yo estoy comiendo, me duele voltear a mi alrededor y saber que alguien no ha comido. O cuando estoy acostada me levanto, y lo han visto, me levanto y me quito mi cobija y voy y se las doy. Porque es duro vivir en la calle. Es muy duro. No falta quien te quiera patear, quien te quiera violar, quien te quiera hacer lo que quiera por vivir en la calle” explica María.
Vivir en un ambiente violento, la precariedad económica, la falta de lazos sociales y de apoyo institucional en casos de vulnerabilidad, son algunas de las causas que obligan a que la gente habite las calles. Muchas de las razones por las que una persona termina en esta situación se relacionan con prejuicios socialmente construidos; el habitar las calles es producto de juicios morales que marcan los cuerpos y las vidas de estas personas. La manera en que se notan estas marcas es social y hace que sea ineludible el prejuicio, este borra el resto de las historias que carga quien las porta. Según Erving Goffman, estas marcas son los estigmas.
El estigma es una marca que se lleva, se pone, se incorpora. Una marca que simboliza una diferencia, otra realidad. Son las diferencias de la norma que socialmente definen una diferencia con lo aceptado, marca lo ajeno y puede ser social, cultural, étnico, racial, etc. En el caso de la población en situación de calle, el estigma que se carga es inmenso e implica, muchas veces, tratos que van desde el acto de ignorar a dichas personas y fingir su inexistencia, hasta tratos desconsiderados, violentos e incluso que no se les da a quien se considera humano. Todos estos actos crueles son reflejo de una realidad completamente injusta y son evidencia de cómo es que opera el estigma socialmente. Como explica María “La misma calle te enseña a que no debes hablar, no debes de abrirte porque no sabes ni con quién estás tratando”.
La experiencia que María vivió en la calle le impide olvidar. A través de la memoria, del recuerdo y de los afectos que generó en ese tiempo, ha decidido seguir construyendo lazos con quienes habitan las calles de las diferentes ciudades en las que ha vivido, por las que pasa y en las que busca a su hijo.
María recuerda a Iván desde su parte más bondadosa. Nos cuenta que desde hace ya algún tiempo ella y su familia apoyan a las personas en situación de calle y a personas que cruzan el país en su camino hacia el norte, ya que su hogar es paso del tren conocido como la Bestia, y es usual ver a muchos migrantes que se ven obligados a detenerse, ya sea por el agotamiento del viaje o alguna enfermedad.
“Si antes apoyábamos a la gente cuando estaba Iván, ahorita es más. Como que me apego más a ello. No puedo mucho, pero lo poquito que yo les pueda brindar eso voy a hacer, porque eso hubiera querido Iván. Y mi relación ahorita con ellos, no sé… es como si fueran mis hijos. A lo mejor estoy mal; estoy loca o quiero ver en ellos a Iván; pero para mí son mis hijos y siento que si yo los protejo, estoy protegiendo a Iván”,.
De esta manera, María nos demuestra algo que a la vez es evidente pero pareciera estar oculto. Siguiendo lo que propone Gatti, el estigma que cargan los habitantes de las calles los convierte en desaparecidos sociales, ya que no son producto de catástrofes extraordinarias, sino que son producto de desgracias comunes.
Aunque las problemáticas de desaparición en México y la violencia que lleva a las personas a vivir en situación de calle parecen divergentes, a través de las experiencias de María Aguayo se nota la confluencia entre las dos circunstancias. Desde que un grupo armado se llevó a Iván de su casa, el proceso de búsqueda ha llevado a la familia a lugares inesperados. Sin embargo, la experiencia de María les ha permitido notar estas relaciones y particularidades. Dos momentos puntuales son evidencias de esta relación: el primero fue durante la Búsqueda Nacional en Vida, en la Ciudad de México, y la segunda durante el Plantón de Familiares de Desaparecidas y Desaparecidos que se colocó en el Zócalo el 4 de junio del 2020.
Como explica Gatti, el concepto de desaparición significa ausencia y exclusión, invisibilidad, imposibilidad de palabra y de ser nombrado, características compartidas con las personas en situación de calle. La miopía gubernamental y social que viven, el repudio y rechazo producidos por el estigma social, colocan a los desaparecidos sociales en una situación de vulnerabilidad constante.
Existen diferentes tipos de desaparición; cada una tiene sus características y cada caso tiene su propia historia y particularidades, pero tienen en común la ausencia, la exclusión y la incertidumbre. Todas las formas de desaparición son síntoma de la miopía gubernamental y la miopía social que vuelve invisible el complejo entramado de violencias. Nombrarlas bajo el concepto de desaparición ha permitido explicar dicha articulación y, a la vez, generar organización en contra de la desaparición.
Del 2 al 7 de diciembre del 2019 se realizó en la Ciudad de México la Búsqueda Nacional en Vida, y durante esos días María junto a otras compañeras salieron a repartir comida a algunas zonas de la Ciudad de México, ya que las donaciones para las jornadas eran abundantes.
“Estábamos cerca de Garibaldi y caminando nos trasladamos con las ollas, platos y todo. Pero no te imaginas que infinidad de gente sale ¡Hasta de la coladera salía la gente! Los mariachis se acercaban porque aunque estaban en su lugar de trabajo no había comida para ellos, y se acercaban a comer. De repente una niña se acerca también y te quedas impactada porque son niñas pequeñas ¡¿De dónde salen?! ¿De dónde salen?”.
Del 4 de junio al 1 de julio del 2020 familiares de desaparecidos de distintos estados del país instalaron un plantón frente a Palacio Nacional. Exigían un mejor funcionamiento de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, y entre las demandas principales se encontraba la destitución de Mara Gómez como Comisionada de la CEAV, que se respetara el presupuesto de dicha Comisión y que se les diera un trato digno, objetivos que consiguieron tras arduos días de presión.
En este escenario fue que tuvimos la oportunidad de hablar con María, quien resaltó por su relación con las personas en situación de calle que habitan el centro de la Ciudad de México. Uno de estos jóvenes con quienes tuvo contacto durante el plantón le platicó que él había sido apresado en Estados Unidos y que se encontraba en la Ciudad de México para hablar con López Obrador.
“Me comentaba: ‘me voy a dejar morir de hambre’, y le dije: ‘No. No vas a ganar nada con morirte de hambre. Tienes que estar alimentado para que estés fuerte y sigas luchando por lo que quieres, tienes que tomar agua’. Le llevé la cobija y me mandó a la fregada. Hoy en la mañana me anduvo buscando y no se fue de aquí hasta que María apareció y ¿Por qué crees? Porque me quería regresar la cobija. ¿Para qué crees? Para que se lo diera a otro indigente que viniera. Y que lo mismo, como yo hablé con él, me pedía que yo hablara con los demás. Se despidió y se fue ¿Por qué? Porque dice él que le di una lección para que siguiera luchando, porque me preguntó qué hacía yo aquí y le di una explicación, no tan extensa, pero sí que la entendiera. Y se fue a seguir luchando, porque no se iba a dejar caer”, nos relata María.
Según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), presentado el 13 de julio de este año, en México hay registro de 73 mil 232 personas desaparecidas. Pese a que se están comenzando a generar este tipo de registros, se sigue sin tener claridad cabal de la magnitud del problema.
Las bases de datos existen y marcan cifras alarmantes, pero en ellas no se expresa la situación que vive realmente cada una de las familias que tienen a un ser querido ausente. Es debido al esfuerzo de los familiares y colectivos de personas que buscan a sus seres queridos que hoy en día podemos nombrar lo que ocurre en este país y la magnitud del problema, el horror y la injusticia.
No obstante, las respuestas del Estado para dar solución a esta problemática no sólo han sido insuficientes, sino que en gran medida, han entorpecido el proceso de búsqueda. Este actuar del Estado implica que hay nuevas situaciones en donde no se hacen valer los derechos de las víctimas.
Así como en el caso de la desaparición, existen formas en las que se invisibiliza a la población en situación de calle. Como se explica en el Diagnóstico sobre las condiciones de vida, el ejercicio de los derechos humanos y las políticas públicas disponibles para mujeres que constituyen la población callejera, prácticamente no existen cifras de la cantidad de gente que habita las calles del país; únicamente existen conteos en Ciudad de México, Guadalajara, Puebla, Acapulco y Tijuana.
No reconocer la existencia de los desaparecidos ni de la población en situación de calle es violencia. No voltear a ver, ignorar y hacer oídos sordos a la injusticia que unos como otros viven, también son violencias, y la viven en común quienes habitan las calles y quienes buscan a sus familiares ausentes. Preguntarnos ¿Quiénes están desaparecidos? ¿Quiénes se encuentran en situación de calle? y ¿Qué similitudes hay entre estos dos tipos de violencia que atraviesan cuerpos y vidas, memorias e historias? Nos lleva a entender que los problemas no están aislados, y que buscar la resolución de un tipo de problemática, conlleva necesariamente pensar en cómo un tema está atravesado por otros. Pensarlos de forma aislada y autocontenida reduce la magnitud y complejidad de lo que realmente está ocurriendo.
“Que se tomaran un tiempesito, que dejaran de peinarse, de comer, que salieran a caminar y se dieran cuenta de lo que están viviendo ellos. Que ellos como sociedad nos están necesitando porque el maldito gobierno no está haciendo nada, pero nosotros como humanidad podemos ayudarlos. Que no los maltraten, que no los vean como escoria porque no lo son, son personas como nosotros, tantito nada más que volteen y los vean ¡Pueden ser nuestros hijos, los que andamos buscando! O hasta ellos mismos pudieron haberlos protegido en algún determinado momento. Eso quiero, que volteen a verlos, que volteen y los ayuden. Yo entiendo que hay muchos que son renuentes pero pensemos que es por lo que están viviendo, desgraciadamente por lo que vivimos en la calle” comenta María.
¿Cuántas serán las personas en situación de calle que están desaparecidas y cuántas personas desaparecidas se encuentran en situación de calle? María nos pide “Que la sociedad voltee a ver a los indigentes ya que el maldito gobierno no hace nada, al contrario, los desaparece, los destruye más”.
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