En la Sierra Tarahumara, el ejido Caborachi ha logrado blindar sus bosques. Lo han hecho con organización, uniendo sus conocimientos con la profesionalización del manejo forestal y, sobre todo, impulsando la capacitación de sus jóvenes
Texto: Rodrigo Soberanes / Mongabay
Fotos: Víctor Abreu y cortesía Ejido Caborachi
GUACHOCHI, CHIUAHUA.- Hace 23 años, el ejido Caborachi acordó enviar a la universidad a uno de sus jóvenes. Su misión era estudiar ingeniería forestal. Al terminar tenía que regresar para hacerse cargo del cuidado de los bosques de esta comunidad, en donde 79 por ciento de sus habitantes son rarámuri. Fue una apuesta de dimensiones gigantescas, pues lo que buscaban era preservar su bosque, un eslabón de la vida sin el cual, de acuerdo con su visión, el ser humano no puede vivir.
El pueblo rarámuri habita en la Sierra Tarahumara, que abarca más de 65 mil kilómetros cuadrados. Es una región del estado de Chihuahua, en el norte de México, donde es posible encontrar todas las grietas sociales de este país. Ahí las personas hacen esfuerzos para sobrevivir que rozan la hazaña.
Mujeres y hombres que hacen recorridos de decenas de kilómetros caminando o corriendo, que se enfrenan a la falta de alimentos, de trabajo y a temperaturas extremas, así como a la presencia de la delincuencia organizada. Estas son algunas de las circunstancias que moldean la realidad de la Sierra Tarahumara, una zona en donde, de acuerdo con datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), 74.6 por ciento de su población vive en pobreza; mientras que el 23.5 por ciento lo hace en pobreza extrema.
Ese es el contexto de estos tiempos, pero también lo era en 1997 cuando las autoridades del ejido Caborachi, en el municipio de Guachochi, decidieron enviar a Edgar Chaparro a estudiar la carrera de ingeniería forestal, bajo la condición de que al volver utilizaría sus conocimientos en la preservación de los bosques de su comunidad.
Cuando el ejido Caborachi envió a Edgar Chaparro a estudiar eran los tiempos en que la comunidad “vendía los pinos parados”, sin ningún manejo silvícola, recuerda el comisariado ejidal Estanislao Rubí Aguirre. La intención de tener a un ingeniero especializado en el manejo del bosque era construir una industria forestal que les permitiera mejorar sus niveles de vida y cuidar sus bosques.
Edgar Chaparro recuerda que regresó a su comunidad cuatro años después, para integrarse a su nueva tarea, la cual asumió por completo en 2009, cuando las autoridades ejidales le dijeron: “ya te podemos encargar nuestro bosque”.
Era el inicio de un cambio de rumbo, un esfuerzo a contracorriente iniciado por las autoridades ejidales para sacar adelante a su comunidad. Su apuesta fue que ese joven utilizara sus estudios para tener un buen aprovechamiento de los recursos forestales que hay en su territorio.
Edgar Chaparro realizó un programa de manejo para las 27 mil hectáreas que tiene el ejido, de las cuales 17 mil tienen aprovechamiento forestal y 6 mil permanecen destinadas a la conservación ambiental.
Fue el primer joven de la comunidad que estudió ingeniería forestal; también fue el ejemplo para otros. “Ahora a los jóvenes los desparraman a muchos lados (a estudiar) y sí vuelven”, comenta Estanislao Rubí. Así fue como Caborachi integró a más jóvenes e incorporó conocimiento técnico en el manejo de su bosque.
Hoy, la comunidad produce alrededor de 12 mil metros cúbicos de madera al año; lo hace bajo estrictos estándares que garantizan la conservación de su bosque, por lo que desde 2018 cuenta con la certificación internacional del Forest Stewardship Council (FSC).
Por ser una comunidad que ha logrado hacer del manejo forestal una herramienta para conservar sus bosques y generar desarrollo, la Comisión Nacional Forestal (Conafor) incluyó al ejido Caborachi en la lista de “comunidades instructoras” en 2015; desde entonces ha dado capacitación a 200 ejidos de Chihuahua y de otros estados del país.
El vasto territorio de la Sierra Tarahumara tiene parajes hundidos en las barrancas que se acercan al nivel del mar, y también puntas de montañas que alcanzan los 2 mil 800 metros sobre el nivel del mar, con lo cual, las temperaturas oscilan entre los 40 grados centígrados en verano y –20 en invierno.
En ese territorio se distribuyen las comunidades indígenas, las cuales tienen un especial apego al bosque. Muchas de esas mismas comunidades han visto cómo la gente mestiza, a la que ellos llaman “los cabochis”, se han apropiado de sus tierras y han explotado sus recursos naturales.
El biólogo Salvador Anta, del Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS) y de la organización Política y Legislación Ambiental (Polea A.C.), explica que hay varios pueblos originarios en conflicto con quienes se apropiaron de sus tierras.
Otras comunidades, resalta Anta, han tenido que luchar contra el acecho de la delincuencia organizada, en especial de grupos que controlan la siembra y comercio de drogas, y cuya presencia y violencia fue más visible a partir del 2006.
Concepción Luján Álvarez es un ingeniero forestal que lleva cerca de 20 años involucrado en la organización comunitaria en la Tarahumara. De hecho, él fue profesor de Edgar Chaparro, en la Universidad Autónoma de Chihuahua, y de otros jóvenes que siguieron por el mismo camino.
El ingeniero Luján comenta que el tema de la delincuencia organizada es, en efecto, uno de los lastres en la región. En el tema del manejo forestal, por ejemplo, ha provocado el cierre de empresas comunitarias: “Hay ejidos que han tenido que parar actividades, porque no es posible (trabajar), no se puede. Hay otros que sí han logrado llevar adelante sus actividades”.
En este difícil contexto, Caborachi es de las comunidades que han logrado conservar su bosque y generar empleos, gracias al manejo forestal.
Caborachi se fundó como ejido en 1958. Apenas cuatro años después, sus habitantes comenzaron los esfuerzos por vivir de la venta de madera. Sin embargo, tardaron 16 años en tener su primer aserradero con sierra circular; eso no impidió que se siguieran vendiendo los “pinos parados”. El cambió llegó cuando la comunidad decidió profesionalizar su manejo forestal.
“Del año 2000 para atrás hubo muchos intereses personales (de ejidatarios) de quererse llevar la materia prima y procesarla (por su cuenta), pero a partir de que se toma la decisión de crecer, ya es diferente”, cuenta Edgar Chaparro. “Crecer” significaba salir de la pobreza.
En el estudio La Sierra Tarahumara, el bosque y los pueblos originarios —de Beatriz Azarcoya y publicado en 2004— se señala que una de las “amenazas” contra los pueblos indígenas son “los grupos caciquiles que detentan el poder”, ya que “la comunidad indígena queda excluida, por falta de información, de los beneficios económicos y apoyos gubernamentales para la capacitación. Los agentes externos aprovechan la riqueza forestal”.
En ese sentido —asegura Salvador Anta— la figura del ejido ha ayudado a algunas comunidades, entre ellas a Caborachi, en su organización. En México, el “ejido” es una figura jurídica que se creó después de la Revolución, para dotar de tierras a comunidades.
María Arteaga es una mujer rarámuri que ha sido clave en el desarrollo forestal del ejido Caborachi. Ha ocupado varios cargos en el gobierno tradicional de la comunidad y en la empresa forestal. Además, ha compartido sus conocimientos con otras mujeres de la comunidad.
La líder indígena explica cuál ha sido el blindaje de Caborachi contra la delincuencia: “Estamos organizados y ellos lo saben. Entre más organizados estemos, es mejor para (la comunidad) y el bosque”.
Edgar Chaparro destaca que la comunidad no siempre estuvo organizada. De hecho, dice, la desorganización fue el principal obstáculo que debieron afrontar para poder establecer nuevos métodos de trabajo cuando decidieron fortalecer el manejo forestal. Para este ingeniero forestal, la gran fortaleza que han tenido es su cultura indígena, sus tradiciones rarámuri.
“Es algo —explica— que tiene un poder sobre el territorio muy fuerte. Siempre se desarrollan rituales aquí dentro del ejido, siempre se están haciendo fiestas tradicionales. Eso ayuda mucho a conservar el territorio, porque la gente se siente dueña de su alrededor, principalmente la gente que vive dentro del área, que vive del bosque”.
Edgar Chaparro no es rarámuri, pero nació y creció en Caborachi; toda su vida ha estado impregnado de la cultura indígena y conoce su cosmovisión: “sienten el bosque; lo sienten como parte de ellos y más ahora que viven de él y reciben utilidades de él”.
El comisariado del ejido, Estanislao Rubí, explica que Caborachi optó por el desarrollo forestal para crear opciones de trabajo, para que la gente no tenga que migrar y dejar la Sierra Tarahumara. “Si no trabajáramos en el bosque, hubiéramos tenido que migrar (a Estados Unidos) o buscar aquí (en México) en otros estados”.
Edgar Chaparro comenta que “el ejido no tenía la capacidad para darles empleo” a los jóvenes. Por eso, la gente se iba a los jornales de pisca de uva, tomate y otros productos, migraba a otras regiones del país e, incluso, a Estados Unidos. Ahora, gracias al manejo forestal se han logrado crear 200 empleos permanentes y 50 temporales.
Estanislao Rubí explica que las autoridades ejidales tomaron la decisión de realizar un manejo forestal a partir de dos aspectos: la organización horizontal y el “respeto” a los bosques. “Se trata del respeto porque dependemos del bosque, y del derecho de la cultura de nuestra raza indígena. A mi me pusieron de comisariado para respetar esas normas”.
Concepción Luján resalta que en el manejo forestal que se realiza en Caborachi se han integrado dos visiones: la del pueblo rarámuri y la de la academia:
“Es una vinculación entre la visión holística y una visión de sistema. Las redes de conocimiento es algo que estamos aplicando. Nosotros, como universidad, llevamos conocimiento y ellos aportan su conocimiento tradicional. Aquí se trata de empatía”.
El ingeniero Luján explica que parte de esa vinculación se ha dado gracias a que jóvenes de la comunidad han estudiado en la Universidad Autónoma de Chihuahua. “Edgar Chaparro y otros más han sido estudiantes nuestros en la carrera de ingeniería forestal; ellos han regresado (a sus comunidades) a incorporarse, con toda la humildad del mundo, a los procesos de desarrollo comunitario”.
Edgar Chaparro fue de los primeros que decidió estudiar la carrera de ingeniería forestal. Cuando lo comentó entre las autoridades de la comunidad, éstas decidieron que el ejido financiaría sus estudios y su estancia en la ciudad de Chihuahua.
Edgar regresó a Caborachi en 2001; pasó algunos años involucrándose en los trabajos del bosque hasta que, en 2009, su comunidad lo puso al frente de los esfuerzos por impulsar el desarrollo forestal.
“El ejido ya tenía algunas ideas en cuestión del avance de la silvicultura comunitaria. En 2002 ya empezaron a dejar de vender madera en rollo y en 2014 el ejido decide industrializarse, comenzando con (instalar) un aserradero más grande”.
A partir de que tomaron esa decisión, la comunidad ha logrado crear varias empresas comunitarias: un aserradero, que hoy tiene una nómina de 260 personas; un centro ecoturístico, una empresa de cerámica y un área de producción de composta.
La comunidad miró las ventajas de invertir en la educación, así que decidió seguir apoyando la capacitación de otros jóvenes, a cambio de que demuestren que aprovechan la beca y regresen al ejido para aplicar sus conocimientos.
Edgar Chaparro explica algunas de ventajas que tienen las comunidades que, como Caborachi, invierten en contar con ingenieros forestales de la misma comunidad: son personas, dice, que sienten un compromiso real con los bosques, y están disponibles todo el tiempo; los ingenieros que son de fuera visitan la comunidad con poca frecuencia.
Es por ello que Caborachi decidió impulsar la capacitación de promotores forestales y ayudar a otras comunidades en la formación de sus propios técnicos. María Arteaga es quien se encarga de la logística de esos talleres: “Los muchachos se llenan de ideas y se las llevan a sus comunidades. Las quejas que traen se convierten en ideas para sus ejidos”.
María Arteaga presume que lo más bonito de Caborachi “son los pinos, los cerros y los arroyos… Siempre hemos cuidado el bosque, de él respiramos, de él cosechamos, de él vivimos”; cuenta que en el paraje donde está su casa hay un aguaje (arroyo) que surte a casas de pobladores seminómadas que llegan a la comunidad por temporadas.
María es una de las varias mujeres que no solo cuidan el bosque, sino que también trabajan en los procesos de aprovechamiento de madera. “No podemos quedarnos abajo, cualquier trabajo lo podemos hacer, hay mujeres que manejan las máquinas”, dice.
Una de las varias labores que realizan las mujeres son seleccionar las maderas delgadas y “restos de monte” para producir astillas. Durante la pandemia de covid-19, esta actividad de reciclaje es de las pocas que no se ha detenido y, por lo tanto, es de la que aún siguen recibiendo ingresos.
De las 260 personas que se emplean en el aserradero de Caborachi, cerca de la mitad son mujeres; ellas también manejan las máquinas y están involucradas tanto en la transformación de los árboles, como en el trabajo de campo, donde la comunidad debe reponer por completo el bosque que se utiliza para llevar materia prima al aserradero.
Edgar Chaparró explica que cuando se cortan árboles, se esperan entre tres y cinco años de “regeneración natural” y en caso de que los resultados no sean los esperados, entonces acuden a los viveros del propio ejido para sembrar árboles y así reponer los que se cortaron. Además, tienen 6000 hectáreas destinadas a la conservación, es decir, en esa zona no se tala.
En el territorio de Caborachi hay siete especies diferentes de pino y encino que se aprovechan en madera aserrada de largas y cortas dimensiones, en durmientes, tarimas, palillo, rejas, corteza, sustrato de corteza y astillas.
Concepción Luján, testigo del proceso y capacitador de Chaparro y más jóvenes rarámuri, destaca que la empresa forestal de Caborachi se construyó con un notable apego a “las buenas prácticas”.
El que la comunidad se haya apropiado de las buenas prácticas técnicas, así como de la transparencia en los procesos, en la misma constitución y fortalecimiento de sus empresas forestales, en apoyar a la gente, “ha permitido ir fortaleciendo la integración horizontal”, resalta Luján.
La clave, enfatiza, está en que “ellos han estado dispuestos a ser receptivos y a ser acompañados técnica, social, cultural y administrativamente”. Luján destaca que la comunidad ha logrado fortalecer su capital humano y ahora, “ellos ya van sintiendo que pueden”.
Estanislao Rubí destaca que todos los procesos que siguen para tener un buen aprovechamiento forestal y conservar su bosque, han permitido generar trabajos para la comunidad, tanto para hombres como para mujeres y, sobre todo, para que los jóvenes “no se emigren”.
Si los jóvenes se quedan para trabajar y conservar el bosque, Caborachi extiende las raíces de su organización comunitaria y cultura raramurí.
Este texto se publicó en Mongabay, puedes leer la versión original aquí:
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