A punta de zapatazos, la Corregidora advirtió a los insurgentes que iniciaran la Guerra de Independencia. En su paso por la Ciudad de México, Josefa Ortiz de Domínguez también dejó su recuerdo en algunos sitios
@ignaciodealba
Hay quien dice que Josefa Ortiz de Domínguez nació en Valladolid – hoy Morelia, Michoacán-, pero también hay versiones de que nació en la Ciudad de México. En un sitio cercano a la calle de Regina, en el Centro Histórico. La controversia quedó irresuelta, pero lo que es cierto es que la mayor parte de su vida la pasó en la capital del país. Estudiando, haciendo la revolución o en la cárcel.
Hija del vasco Juan José Ortiz y de la criolla Manuela Girón, Josefa nació en 1768. A muy pronta edad sus dos padres murieron y su hermana mayor, María Sotero Ortiz, se hizo cargo de ella. Josefa se convirtió en una precoz lectora y logró entrar al Colegio de las Vizcaínas; lo hizo por una carta que escribió a la institución, una cosa poco común en la época.
La joven recibió una educación privilegiada, aunque su salida del colegio de las señoritas adineradas fue todo un escándalo: Josefa y Miguel Domínguez, un funcionario de la institución, se enamoraron. Así que la muchacha se fue a vivir a casa del señor sin pedir permiso. La fuga terminó en matrimonio y la pareja se casó en el Sagrario de la Catedral Metropolitana en 1793.
El virrey nombró al abogado Miguel Domínguez Corregidor de Querétaro (en pocas palabras gobernador). La pareja de liberales se mudó al Palacio de Gobierno de Querétaro y pronto se involucró en tertulias literarias. Entre los asistentes estaban Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y los hermanos Aldama.
En 1810 el poder virreinal se enteró de diversas conspiraciones que buscaban la emancipación de España. Una de las más preocupantes era la del Bajío. Así que se le pidió al Corregidor que interviniera, sin saber que él estaba involucrado.
Manuel Domínguez optó por darle la espalda al movimiento revolucionario, pero su esposa no. Josefa le propuso notificar a los independentistas. La discusión se puso brava, a tal punto de que el Corregidor decidió encerrar a su esposa en la casa, mientras él iba a llevar a cabo las diligencias contra el grupo armado. Entre los primeros apresados estaban los hermanos Epigmenio y Emérito González.
Pero ni encerrada la iban a detener. Josefa Ortiz se quitó un zapato y con él se puso a golpear el piso. En el primer nivel del Palacio de Gobierno vivía el alcaide (carcelero real) Ignacio Pérez, uno de los agentes más involucrados en la conspiración. El golpeteo llamó su atención. Se acercó a la puerta y escuchó por el cerrojo que la conspiración había sido descubierta.
El alcaide no confió la noticia a nadie y montó su caballo para viajar durante dos días a toda prisa hasta llegar a San Miguel el Grande -hoy San Miguel de Allende- y avisar a Ignacio Allende que la revolución debía empezar lo antes posible.
Existe en Querétaro una fabulosa estatua llamada “El jinete y el Destino”, obra de Juan Francisco Velasco donde se retrata al alcaide Ignacio Pérez cabalgando a todo galope para avisar a los conspiradores.
Para 1813 había suficientes sospechas de que Josefa estaba involucrada en los movimientos subversivos. El espía Mariano Beristain aportó pruebas al virrey del incendiario comportamiento de la Corregidora:
“Hay en Querétaro un agente efectivo, descarado, audaz e incorregible, que no pierde ocasión ni momento de inspirar odio al rey, a la España, a la causa y determinaciones y providencias justas del gobierno legítimo de este reino, y este es la mujer del Corregidor. Es esta una verdadera Ana Bolena que ha tenido valor para intentar seducirme a mí mismo, aunque ingeniosa y cautelosamente”.
Josefa Ortiz fue apresada en 1816 en el Convento de Santa Teresa, de la Ciudad de México, ahí enfermó de gravedad. Manuel Domínguez intercedió con las autoridades virreinales para que la trasladaran a un convento mucho más relajado: el de Santa Catalina de Siena. Duró en cautiverio cinco años. Una parte de la vida en prisión se dedicó a criar a sus 14 hijos.
Lo único que ella no aceptaba era que sus hijas se casaran con realistas o con españoles. Con disgusto reclamaba: “El castigo mayor que Dios puede haberme dado, es que mis hijas se hayan casado con Chaquetas”.
Al salir de la cárcel, Josefa Ortiz se fue a vivir a la casa que el Corregidor compró en el número 2 de la calle Indio Triste –ahora llamada Carmen- del Centro Histórico.
Josefa Ortiz de Domínguez murió en 1829 en esa casa. El inmueble apenas y se conserva. El sitio ahora alberga locales comerciales: se venden aretes, regalos, tangas, perfumes. En una parte se improvisó un baño público. Con cada sismo e incendio a la fachada le ha llegado una remodelación. Uno de los únicos objetos de la insirgente que aún se conservan en el lugar es una pajarera de madera, en el segundo piso de la casa.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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