Cuando yo llego a documentar a una persona o una comunidad, tengo que estar consciente del poder de la cámara en mi mano. Y trabajar para usar la cámara como una herramienta solidaria, no extractivista
Se dice que la cámara no puede mentir,
pero raramente permitimos que haga otra cosa,
ya que la cámara muestra lo que tú apuntas:
la cámara ve lo que tú ves.
El lenguaje de la cámara es el lenguaje de nuestros sueños.”
– James Baldwin
Por Ebony Bailey
La primera vez que viajé a la Costa Chica de Oaxaca fue hace tres años, una región en México con alta concentración de población afrodescendiente. Lo hice en un acto de autoconocimiento. Como mujer Blaxican, es decir, mexicana y negra nacida en los Estados Unidos, quise visitar el lugar que representaba la afirmación máxima de mi identidad. Como cineasta, esperaba que el viaje me diera la inspiración para un nuevo proyecto documental sobre la identidad afromexicana.
Durante aquella visita, una mujer que trabajaba en un mercado me preguntó qué hacía yo en la Costa Chica. Le dije que estaba buscando ideas para hacer un documental. Me contestó, “¿Otro documental?” Claro, yo no era la primera persona de fuera que buscaba documentar su tierra. Su comentario me hizo reflexionar en las implicaciones coloniales en el documental y la fotografía. Aunque yo sentí que compartía una identidad con ella y con su comunidad, yo no dejaba de ser estadounidense, una outsider. ¿Cuáles eran mis intenciones de filmar esta comunidad? ¿Cuáles son las implicaciones cuando llegamos a comunidades racializadas con la cámara en la mano?
La cámara y la fotografía tienen la fama de transmitir la verdad absoluta. La foto suele ser sinónimo de “objetividad”. Pero lo que vemos con nuestros ojos y lo que decidimos retratar siempre es a partir de nuestras subjetividades. Y en un mundo eurocéntrico, esas subjetividades se convierten en estructuras que jerarquizan el imaginario fotográfico de nuestros cuerpos según las racializaciones.
La tecnología propia de la fotografía es un resultado de decisiones subjetivas. Cuando se desarrollaba los primeros rollos analógicos de color, la piel clara era la línea de base. A mediados del siglo XX, las tarjetas “Shirley” de Kodak, imágenes de mujeres blancas, eran utilizadas para calibrar luces, sombras y tonos de piel. Se utilizaban estas tarjetas alrededor del mundo y resultaba en que los tonos más oscuros quedaran sobre o subexpuestos. Kodak empezó a arreglar ese problema cuando unas compañías de muebles y chocolates se quejaron de la mala exposición en las fotos de sus productos. No fue la desfiguración humana que les hizo ver su error, fue el chocolate.
Hoy en día, el racismo en la fotografía se manifiesta a través de varias formas: en los tipos de personas que escogemos para retratar, en las formas en las que retratamos a las personas, en las “correcciones” que hacemos a los retratos, en lo que consideramos “bello”. Entonces, ¿qué podemos hacer para cambiar ese estándar?
Cuando Yalitza Aparicio fue retratada para las portadas de revistas como Vogue y Vanity Fair, fue una ocasión para celebrar que la prietitud es bella, también. Pero esta celebración se quedó corta, ya que no tardó mucho para surgir los comentarios racistas y clasistas en las redes sociales sobre sus fotos. Además, algunas de sus fotos no escaparon las “correcciones” de aclarar su piel de algunas revistas y compañías.
Y mientras los cuerpos blancos son retratados como cuerpos bellos, los cuerpos racializados son retratados como “objetos de estudio”.
La cámara históricamente se ha utilizado como una arma colonial. La etnografía se desarrolló como un campo de ciencia social para estudiar las poblaciones “primitivas”, y la cámara se utilizaba como una herramienta de investigación. Según Fatimah Tobing Rony, estos estudios se realizaban por intereses económicos de las colonias europeas. Fotógrafos europeos viajaban a África y Asia para documentar y extraer los conocimientos, las historias, y las estéticas de los poblaciones indígenas para consumo occidental.
¿Este extractivismo estético sigue existiendo hoy en día? ¿Cuántas veces, fotógrafos han ido a documentar comunidades indígenas y afromexicanas, para luego irse y no volver? ¿Estas comunidades cosechan los beneficios de sus fotografías que se difunden en medios nacionales?
La cámara es una extensión del cuerpo. Es un aparato que nos permite registrar nuestras subjetividades y transmitirlos al mundo. Cuando yo llego a documentar a una persona o una comunidad, tengo que estar consciente del poder inherente que lleva la cámara en mi mano. Y trabajar para usar la cámara como una herramienta solidaria, no extractivista.
* Ebony Bailey es una cineasta “Blaxican” que cuenta historias sobre intersecciones culturales, identidad y diáspora. Sus documentales se ha, proyectado en festivales y foros en México, Estados Unidos, y Europa. En el 2018, ganó el premio Samuel L. Coleman para cineastas emergentes en el Festival Internacional de Cine Haitiano. En el 2019, fue seleccionada para participar en el programa Tomorrow’s Filmmakers Today de HBO y el Hola México Film Festival. Es egresada de la Maestría en Cine Documental en la Universidad Nacional Autónoma de México.
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