Hacer la merienda y convivir amorosamente puede ser el acto más reconfortante. La productividad bajo la noción del gran capital debería pasar a segundo plano. Tenemos otro trabajo, más básico y urgente: vivir
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Antes, había una división más o menos clara entre la vida pública, la vida privada y la vida íntima…
Hoy, el confinamiento ha borrado estas fronteras. El mundo se nos ha revuelto literal y metafóricamente.
Y mientras en el “afuera”, la vida transcurre incierta -y en ocasiones frenética-, cada familia, cada comunidad, cada persona… vive un confinamiento particular.
Semanas después de haber declarado la alerta de la covid-19 como pandemia mundial, la OMS advertía acerca de los efectos emocionales del encierro. Y aunque aún no calculamos sus repercusiones emocionales a largo plazo, se han comenzado a sentir sus efectos.
Uno de éstos ha sido el incremento de la violencia contra las mujeres al interior de los hogares. Otro son los embarazos no planeados y la imposibilidad de acceder a métodos anticonceptivos o -eventualmente- a la interrupción del embarazo. Se calcula que cerca de 47 millones de mujeres en todo el mundo enfrentarán esta realidad.
La pandemia tiene múltiples aristas; una de ellas, la magnificación de la desigualdad: no es lo mismo vivir la cuarentena en una casa con todos los servicios y las necesidades cubiertas, que en un cuartucho, sin acceso a lo básico.
Medios internacionales han documentado una nueva variante de la desigualdad: el confinamiento de lujo, donde ricos de todo el planeta disponen de helipuertos, hectáreas de bosque, alimentos orgánicos, lagos y playas privadas para pasar estos “duros días de guardar”.
Hoy, que el mundo se ha transformado radicalmente, vale preguntarnos: ¿qué tipo de familia, de comunidad, de sociedad queremos re-construir?
Las fronteras entre “lo público y lo privado” se han diluido
Nociones como “lo público y lo privado” han mutado. Porque… para hacer frente a este virus, nos han enviado a nuestras casas, asumiendo que es el mejor lugar posible, el más seguro, el refugio donde nos resguardaremos.
Y lo que sucede -no en todos los casos afortunadamente- es que, emergen problemas estructurales como la violencia física y sexual hacia mujeres, niños, niñas, personas de la tercera edad, con discapacidad, etcétera, en un momento en el que debemos enfocar toda nuestra capacidad de enfrentar una crisis tan profunda y amplia como esta.
Es hora de dar espacio a la reflexión, filosófica, existencial, económica y ética de la vida privada y sus alcances.
Sacarla de la marginalidad, destacar biografías, contar los relatos de los micro universos, en un momento donde alimentarnos, asearnos, dormir y resistir resultan la vida entera.
¿Es posible conciliar el demandante mundo laboral con los requerimientos de la vida cotidiana en casa?
Un informe de la OIT señala que las medidas de paralización total o parcial han afectado a casi 2 mil 700 millones de trabajadoras/es, lo que representa alrededor del 81 por ciento de la fuerza de trabajo en el mundo.
En redes sociales se lee una frase: “no estás haciendo home office. Intentas trabajar en medio de una crisis”.
En el documento: Observatorio de la OIT – segunda edición: El COVID-19 y el mundo del trabajo: estimaciones actualizadas y análisis, se lee: Independientemente del lugar del mundo o el sector de que se trate, la crisis está teniendo repercusiones dramáticas en la fuerza de trabajo mundial.
Y es en medio de esta crisis, que los empleos que lograron sobrevivir, se han desplazado al hogar. Ese universo donde converge el lavado de platos, el home office, la tarea de los niñ@s, las compras semanales, la preparación de alimentos, la limpieza a fondo para evitar que el virus entre a nuestro espacio de resguardo y decenas de actividades más. Si ya se hablaba de la sobrecarga mental de las mujeres, ésta, se ha incrementado durante el confinamiento.
Al tiempo que no hay una distribución equitativa del trabajo en el hogar y los cuidados, escala la violencia por razones de género.
Luego del apoteósico 8 de marzo de 2020, la agenda por los derechos de las mujeres es más vigente que nunca.
Queremos que se cuantifique y reconozca con claridad todo el aporte de nuestro trabajo en esta crisis:
El aporte de las mujeres como parte del personal especializado en hospitales covid: médicas, enfermeras, trabajadoras sociales, psicólogas, afanadoras, cuidadoras, etcétera.
Cuantificación de las horas de trabajo en casa: quehaceres de limpieza, elaboración de comida, asistencia en tareas, cuidado de bebés, personas con discapacidad, personas de la tercera edad, enfermos, etcétera.
Queremos espacios libres de violencia y una política pública que permita reorganizar las prácticas de cuidados, exigir su reconocimiento político, económico, social y cultural.
Queremos que de una vez por todas se distribuyan equitativamente las tareas al interior de los hogares, como una acción profundamente transformadora.
Reconocer todo este aporte a la economía y al PIB de todo el trabajo sin distinción: el intelectual, el físico, el creativo, el que nos da el alimento diario en el campo y en la casa, cuantificar todas las horas de quienes atienden física y emocionalmente a millones de enfermos en casa.
Filósofas/os han adelantado algunos escenarios, unos distópicos, otros esperanzadores. Desde Yuval Harari, Slavoj Zizek y Byung-Chul Han, entre otros. Especialmente recomendable el artículo de Ignacio Ramonet titulado “La pandemia y el sistema-mundo”.
Respecto al aporte feminista, Judith Butler, Rita Segato y Silvia Federicci han reflexionado sobre el mundo por venir. Federicci también pone en el centro la crítica al modelo capitalista, la explotación del cuerpo de las mujeres y el aporte de los feminismos, además de la reflexión sobre el medio ambiente como factores para una nueva construcción del mundo que deseamos en esta incierta transición.
Queremos contar esos relatos, donde se bordan historias de este mundo aún inconcluso. Deseamos explorar las insólitas biografías de quienes día a día sostienen este escenario nuevo, incierto, demoledor.
Donde los animales nos miran atónitos y retoman su hábitat, donde hacer la merienda y convivir amorosamente, puede ser el acto más reconfortante, donde la “productividad” bajo la noción del gran capital debería pasar a segundo plano, porque lo que nos ocupa hoy: es VIVIR.
Es nuestro trabajo, el más básico, el más cierto, el más urgente.
Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
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