La campaña de linchamiento más reciente tuvo como eje el acuerdo de la OPEP para reducir la producción de petróleo. No hubo, en realidad, algo diferente en la posición de México. Decisiones como las que se tomaron se han adoptado por otros gobiernos pero ahora la respuesta fue muy distinta. Nada nuevo. El país sufre dos epidemias: de coronavirus, que va a tener remedio, y de odio, para la que, al parecer, no hay ganas de encontrar la cura
La primera vez que supe de la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo, fue en la primera gran crisis de la historia reciente en el precio del hidrocarburo.
Era 1974. El organismo internacional había suspendido un año antes las exportaciones del crudo a los países occidentales, especialmente Estados Unidos que históricamente ha sido el mayor comprador de petróleo.
Fue una represalia por el apoyo de la OTAN y sus aliados oficiosos al estado de Israel, que había cobrado venganza por el ataque a su delegación olímpica en las Olimpiadas de Munich, dos años antes.
Cursaba el primer grado de primaria. Leía, con la avidez de quien aprende esta habilidad, todo lo que encontraba. Los periódicos que llegaban a casa eran mis favoritos.
Confieso que en esos días no entendía ni papa (nada) de lo que encontraba, pero como en muchos momentos de mi vida la palabra se me quedó atada. Una pieza del eterno rompecabezas que es el periodismo que me acompaña.
Recupero la anécdota ahora que la OPEP ha sido el centro de una intensa polémica con el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador.
La secretaria de Energía, Rocío Nahle, participó en una reunión virtual de la OPEP+, como se conoce al grupo de productores de crudo que no forman parte del organismo original.
En este organismo paralelo participan algunos de los países con mayor nivel de extracción de hidrocarburos, y cuya producción influye en su precio en el mercado.
El encuentro se convocó para superar la crisis en el precio del petróleo que causó una confrontación entre Arabia Saudita y Rusia, dos de los países con mayores reservas del mundo.
La idea fue aplicar una vieja regla en el sector, ligada a los principios muy básicos de la economía: a menor oferta, mayor demanda. Y con más necesidad de un producto su precio aumenta.
Por eso la propuesta eje de la reunión virtual fue que los integrantes de OPEP y OPEP+ acordaran reducir su producción en al menos 23% de sus estándares normales.
No fue una propuesta nueva. Ha funcionado en distintos momentos de crisis y de hecho es la fórmula como la OPEP original mantuvo el control del mercado por décadas.
Lo hizo inclusive cuando Estados Unidos aumentó sustancialmente sus reservas gracias a la extracción de hidrocarburos del tipo shale, extraídos con la polémica tecnología del fracking.
Era, pues, una reunión normal. Pero no fue así. La secretaria Nahle mantuvo en suspenso durante varias horas la decisión de aceptar el consenso de los productores más importantes de crudo.
Al final México dijo que no podía aceptar el acuerdo ya negociado en la OPEP original y que se pretendía imponer en el grupo paralelo.
Y no podía hacerlo por varias razones: una es de carácter político, enviar el mensaje interno de que en México hay un gobierno distinto que no está de acuerdo con el modelo neoliberal de sus antecesores.
Te lo digo OPEP+ para que lo entiendan ustedes, mis adversarios.
Dos, sostener el estilo diplomático de López Obrador de acercarse más a los antiguos aliados que olvidaron los regímenes anteriores, como Centroamérica o los países al sur de continente.
Pero, tres, y es principal razón en la decisión que finalmente se adoptó, es que uno de los ejes centrales en el plan de gobierno de López Obrador es aumentar la extracción de hidrocarburos.
De hecho su propuesta energética se mueve alrededor de este concepto: rescatar a Pemex.
Eso implica explotar nuevos yacimientos, subir la cuota de producción diaria de crudo y gas de Petróleos Mexicanos, la empresa que desde 2018 es el motor central en el proyecto de gobierno de López Obrador.
Así, las condiciones de OPEP+ eran, por lo menos, complicadas para el presidente:
Desde el 2 de julio de 2018 su gobierno enfrenta una feroz campaña de desprestigio; todas sus acciones, sometidas al juicio popular de una inquisición mediática y virtual.
Allí, en ese terreno, se mueven sus adversarios políticos pero hacia el exterior esto se considera un problema interno, como lo enfrentan muchos mandatarios en el mundo.
Así, no era momento de abrir un frente de controversia especialmente con un grupo de tal relevancia en la historia reciente del planeta.
Ese 23% menos en la producción diaria de crudo propuesto en el encuentro de OPEP+ implicaba para México dejar de extraer al menos 350 mil barriles diarios de petróleo.
Apenas en marzo López Obrador anunció el plan de aumentar la producción de Pemex en 400 mil barriles al día. Aceptar el plan de OPEP+ implicaba cancelar una oferta fundamental de su gobierno.
Es parte de lo que había en la actitud de la secretaria Nahle en esa reunión virtual: una decisión política con consecuencias económicas que no se podía tomar sin reflexión.
Algo que cualquier gobierno del mundo hace. En el pasado México tuvo una actitud similar, inclusive ante la OPEP. Pero entonces la respuesta que hubo fue muy distinta.
Durante varios días la secretaria de Energía y el presidente López Obrador fueron el centro de una rabiosa campaña de linchamiento, especialmente en redes sociales de internet.
De un momento a otro politólogos, investigadores en ciencias sociales, empresarios y periodistas se convirtieron en expertos en producción petrolera.
La propagación del odio aumentó cuando se supo del apoyo de Estados Unidos para destrabar el acuerdo con la OPEP+.
¿Qué sucedió? Otra pragmática decisión política y comercial. Si no se lograba el consenso la crisis de precios del crudo podría intensificarse, algo grave cuando el planeta enfrenta la pandemia de coronavirus que dejará un daño económico similar al de la II Guerra Mundial.
Los países productores, entre ellos algunos de los más ricos del mundo, no pueden darse el lujo de abrir ese frente. Por eso era necesario encontrar una salida a la posición de México.
En términos locales: salía más caro el caldo que las albóndigas. Por eso la decisión de Donald Trump de cubrir la cuota que no podía cumplir su vecino.
Muchos de los más rabiosos críticos lo sabían. Algunos incluso aplaudieron decisiones como éstas adoptadas en otros gobiernos.
Pero hoy su actitud es otra. Se llama odio. Y para esa epidemia y con esos personajes, solazados en su revancha y clasismo, difícilmente hay cura.
Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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