La gordofobia en México tiene componentes específicos: una epidemia de obesidad vinculada a la desigualdad económica y social; trastornos alimenticios de origen psicoemocional y falta de políticas públicas. Todo ello hace que en nuestro país, esta forma de discriminación tenga otras consecuencias
Texto: Vania Pigeonutt
fotos: Duilio Rodríguez
Cuando tenía siete años Rosy vomitaba porque no quería ir a la escuela. Sabía que con su informe manchado se podía ahorrar un día de escuchar: ¡Ay, la gordita! Su mamá la regañaba mucho hasta que aprendió a no hacerlo. Optó en años posteriores por laxarse.
Es una mañana de sábado. El sol entra por la ventana del salón. La reunión es en semicírculo. Ante Carlos, Sara, Jesús, y Eva G., Rosy comparte que es comedora compulsiva y bulímica. Son miembros de Comedores Compulsivos Anónimos AC. Platican de sus experiencias y explican cómo juntos han superado o sobrellevado sus problemas alimenticios.
Rosy se dio cuenta de que estaba enferma hasta que no podía parar de comer. Rompía sus dietas o las modificaba con tal de tener más porciones. Para evitar vomitar –porque creció regañada por hacerlo–, se laxaba. Probó pastillas, dietas estrictas. Nada le funcionó hasta que comprendió que su problema era emocional. Adelgazaba y seguía viéndose gorda. Se decía gorda.
“A veces buscamos la comida como fuente de escape, pero hay un problema más profundo. El comer compulsivo ya es lo último. Para mí es mi fuente de escape”.
Considera que el estigmatizar a la gente gorda sí puede ser un problema social, pero cuando no es feliz come, y por eso, habla en lo individual. No a todos los gordos les afecta escuchar “estás bien gorda”. A Rosy, sí. Además, es consciente de que México tiene un problema de obesidad y hay muchas enfermedades mortales relacionadas con el peso alto, sobre todo cardíacas y diabetes.
Hace cuatro años, Rosy pesaba 20 kilos más que ahora. Por medio de la colectividad, recuperó la confianza y casi alcanza su peso adecuado. Ser gordo y vivir con el trauma de serlo, o con enfermedades relacionadas, son distintos ámbitos, explica la mujer. Ha conocido gente que pasa por estas tres columnas, en su grupo de ayuda para superar estos problemas vía internet y en reuniones con otros comedores compulsivos.
“Te quedan cosas internas, tanto físicas y emocionales; el mismo proceso de vómito te daña los dientes, el esófago. Recién fui al dentista y le dije que tenía así la dentadura porque ya me había comido los dulces de toda mi vida. No le quise contar de mi problema”.
La última Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) 2018, hecha por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) junto con la Secretaría de Salud y el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), determina que tres de cada cuatro personas mayores de 20 años tienen un problema de sobrepeso u obesidad en México.
El documento revela que el 39.1 % de los encuestados mayores de 20 años tiene sobrepeso y el 36.1 %, obesidad. Para ese año, 8.6 millones de personas reportaron recibir un diagnóstico de diabetes mellitus. Esta enfermedad representó una de las principales causas de muerte en 2018 con 101 mil 257 defunciones, más de la mitad, mujeres, según datos también del INEGI.
Alejandra Osaya es una activista feminista contra la gordofobia. Es autora del estudio “Miradas sobre la gordura y contra la gorodofobia”. En una emisión del programa radial “Sin Etiquetas”, Osnaya plantea a la periodista María Teresa Juárez: “¿Por qué me discrimina el mundo por ser gorda?”.
Este cuestionamiento fue el punto de partida para su activismo. Desde allí comenzó a explorar el rechazo a lo gordo, a nombrarse gorda con orgullo. Se preguntó cuál es la raíz de este odio.
Decide no aguantar y comienza a vivir con orgullo y amor su cuerpo. Estudia la gordofobia desde las mujeres, y a partir de aquí explica que hay tres columnas que la sostienen.
Uno: la gordofobia es la discriminación por el hecho de ser gorda o gordo. La belleza es el primer eje.
“Es histórica, la belleza cambia, no es permanente y de acuerdo con las sociedades. En algún momento las mujeres gordas fuimos las más sexys, luego vino la delgadez, ahora yo diría que es un cuerpo más atlético”.
Alejandra Osnaya.
El problema, dice–usando reflexiones de Humberto Eco en el libro Historia de la belleza–, es que ésta se convierta en un valor moral. “En alguien buena, pensamos en una mujer blanca, con rizos y caireles rubios, pero nunca en una gorda, negra, afrodescendiente o latina. No pensaríamos en eso como bondad o generosidad”.
Segundo eje: es la medicina, para ella la parte más compleja.
“Porque la medicina es hegemónica, tiene un lugar jerárquico social. Quién dice que no si te diagnostican, quién puede decir: ‘no, yo no tengo eso’. Hay toda una construcción histórica, una jerarquía del modelo médico hegemónico. No es gratuito, sabemos que tiene una relación con la industria farmacéutica, se evidencian ciertas enfermedades en diferentes momentos históricos”.
La exigencia médica de ser delgado, sostiene, tiene que ver con el capitalismo. Venden soluciones para un problema que inventaron: las personas gordas han existido siempre, también han muerto de ataques del corazón y las han atropellado como cualquier otra. Han tenido cualquier otro tipo de enfermedades como otros cuerpos, “empieza a hacerse una patologización: la gordura ya no es estos excesos de carne que tienen que ver incluso con el goce, sino es la obesidad”.
Viene la epidemia de la obesidad. “Si eres obesa, seguro tienes diabetes, problemas del corazón, tienes mil enfermedades. No es necesariamente así. Hay otros estudios que tienen que ver con la gordura o la obesidad, como factor de protección en casos de infarto. Otros demuestran que entre la población obesa y no obesa que tuvieron un infarto al miocardio, tienen mayor tasa de sobrevivencia las personas obesas”.
Para estas sentencias, Osaya retoma a los autores Antonio J. Pasca, Julio C. Montero y Laura A. Pasca, en el libro “Paradoja de la obesidad”.
En este estudio, explica, Osaya, se hacen u análisis de riesgos proporcionales de enfermedades cardíacas, se determinaron las asociaciones entre los cambios de peso, la condición física inicial y otros marcados de riesgo con mortalidad cardiovascular y otras causas.
«Estos estudios no se conocen porque no venderían los medicamentos para toda la industria contra la obesidad que existen. “No sólo no somos hermosas o no bellas, sino que ya somos enfermas”.
El tercer eje es la moral gordofóbica.
“¿Cuál es el modelo de belleza o el modelo de cuerpos productivos?, porque no sólo tiene que ver con belleza, sino con cuerpos productivos que son necesarios para cada etapa histórica. En este momento del neoliberalismo quieren un cuerpo súper productivo, que sólo te dediques a producir, producir, y la gordura parece un estorbo en esta productividad extrema”.
Los cuerpos que más que se acercan a la norma corporal, que tienen ciertas características, son más productivos y por lo tanto los más valiosos. «Las etiquetas te restringen tu vida aquí en el mundo. Si como gorda te dicen: las gordas no corren, no bailan. Te lo repiten tanto que terminas pro creerlo y hacerlo. Lo reproduces”.
Monserrat Pérez Campos, otra activista que da talleres sobre experiencias de cuerpos gordos en Ímpetu AC, un centro sobre estudios feministas, amplía la explicación sobre la estandarización de los cuerpos y cómo la gordura se convierte en una discusión reducida a lo estético.
“Hay un componente de género importante. A las mujeres nos afecta en el sentido de que nos tienen pensando todo el tiempo en que tenemos que ser delgadas, bellas. Merma nuestras relaciones entre nosotras, con el resto del mundo y la comida”, dice. Las mujeres son vistas como objetos de deseo y por eso empezó a politizar su cuerpo.
El solo pensamiento de llegar a ser gorda, aterroriza y este odio va acompañado de una fobia social y bombardeo en los medios caricaturizando la gordura. “Siempre utilizan imágenes de mujeres o niños de cuerpos gordos para hablar de obesidad”.
La industria alimentaria también ha deformado la relación saludable con la comida y no hay acceso de toda la población a comer balanceadamente. “Causa más indignación ver a una mujer gorda o a un hombre gordo, que el hecho de que estén explotando los recursos y los estén vendiendo, y estén produciendo alimentos que son una porquería”.
Durante la charla con miembros de Comedores Compulsivos en un grupo en la colonia Escandón, Carlos está de acuerdo que el componente estético ha cobrado vidas. Recuerda a una chica que tenía anorexia y subió a tribuna a compartir su historia. Contó que en la mañana había comido cinco hojuelas de cereal con cinco gotas de leche de soya. Vivía con anorexia.
Los padres llegan desesperados. Esta chica se ponía abrigo en primavera, porque por su delgadez siempre tenía frío. “Hay gente que su problemática los ha llevado a dañarse por obesidad mórbida, es muy difícil para su salud interna, viven con el estómago dañado, problemas de laringe”.
Los reunidos tienen sus grupos propios en colonias de la periferia como Nezahualcóyotl, Ecatepec y Chalco, donde las problemáticas y rangos de edades varían. Han llegado personas menores de edad, adultos y ancianos que encuentran en estos núcleos lugares seguros. La gente no sólo va por comer mucho, han conocido a gente con trastornos de disforia corporal, que no aceptan sus cuerpos, entre otros.
Los testimonios son difíciles, explican. Sobre todo la anorexia, «podemos pensar que encuentran un espacio seguro con nosotros, la bulimia tiene un espacio más seguro con nosotros y la anorexia es un espacio más difícil».
Eva G. comparte que es difícil llevar un grupo, porque se llevan los 12 pasos como en Alcohólicos Anónimos adaptados al comer compulsivo y hay compromisos que todos los miembros tienen que cumplir. Existe el esquema de padrinazgo, una persona que te acompaña en tu proceso de aceptación de la enfermedad y a superarla.
Recuerda casos críticos como aquellas mujeres que han tenido reducciones de estómagos o cirugías estéticas y dicen que jamás las recomendarían. “Me dicen, me operaron el estómago, pero no mi cerebro, mi mente está dañada. Hay quien se ha amarrado los dientes para no comer. Quien no deja de sentir la obsesión de verse gorda y no poder para cuando prueban bocado”.
Tratan de tomarlo con calma, seguir sus planes de alimentación, sus tradiciones, y acordarse de los axiomas están en esta sala pegados en la pared, junto a la tribuna y unas plantas de sombra: “Sólo por hoy”, “Poco a poco se va lejos”, “Tómalo con calma”, “Vive y deja vivir”.
Julio Omar Jasso Mendoza es cirujano estético. Confiesa que hay muchas razones por las que la gente se opera el cuerpo. La mayoría son estéticas. La mayoría de sus pacientes son mujeres.
Hay casos extremos que tienen que ver con daños psicológicos. Pone un ejemplo: “una chavita de 16 años de edad, que físicamente no se aceptaba, le autorizó el psiquiatra realizarse una lipoescultura para ver si podíamos atender el problema”.
Un problema que él ve en esto, son los modelos a seguir de los adolescentes, cuyo contacto directo está en las influencias que ven en redes sociales. “Te proyectan que tienes que ser delgado, ser voluptuosa, tienes que ser como hombre torneado. Una cirugía que aumentó es la lipoescultura en hombres, quieren marcajes abdominales, también”.
Sobre el perfil de sus pacientes, cuenta que muchas llegan divorciadas con ánimo de una transformación. Ha detectado problemas de autoestima, cuando los exesposos las engañaron con mujeres menores. Las señoras pretenden a través de intervenir sus cuerpos, verse más jóvenes o delgadas.
“Esto ya me hace sentir vieja, quiero verme joven, quiero cambiar esa parte de mí; recobrar el sentido a la vida, todavía faltan cosas por hacer”, explica.
La liposucción, la extracción de grasa del cuerpo, sigue siendo su cirugía estrella.
“Los pacientes le dan mucho peso a eso: la que fue gordita, quiere ser flaca, la que no tenía senos, quiere tener senos, la que no tenía pompi, quiere tener; la que no tenía novio, empieza a tener novio con este tipo de cirugía; la que no se podía casar, te invita a su boda. La que se va divorciando rehace su vida. La que tenía un puesto laboral se opera y sube de rango por arte de magia: aumentan la autoestima”.
Julio Omar Jasso Mendoza
Aunque estas cirugías, en quirófanos sencillos cuestan entre 80 y 120 mil pesos, la gente esta dispuesta a vender sus carros o a pedir préstamos, con tan de cambiar su apariencia. En la minoría de los casos ha operado mujeres que se quieren reconstruir los senos tras cáncer de mama u alguna otra afección. En su gran mayoría es la apariencia.
Jasso considera que no tienen que ver sólo con el estrato social. Pone un ejemplo: Ciudad Nezahualcóyotl, es un lugar donde proliferaron durante esta década los lugares de cirugía estética. Es un municipio mexiquense con alta marginación social, incluso problemas de inseguridad con altas tasas de homicidio y feminicidio.
La doctora Miriam Bertrán Vilá, nutrióloga y antropóloga social, actual profesora-investigadora en la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), dice que el problema de México no es ni la estigmatización de la gordura. Si así fuera, no seríamos un 60 por ciento de la población con este problema. Ni la comida es el problema. Es la desigualdad social.
Bertrán ha realizado diversos estudios con ese enfoque. Uno de ellos en la Ciudad de México. “Quienes más sufren de riesgo de obesidad son los sectores socioeconómicos bajos. Para quienes es más difícil acceder a una alimentación saludable, tienen menos posibilidad de tiempo para dedicarse a preparar comida saludable”.
El tema está muy candente, señala la especialista: las empresas alimentarias también distribuyen mucha información sobre la alimentación de las vitaminas, de la energía, de los ácidos grasos, el colesterol, los antioxidantes. No toda la población asimilará esa información, puede ser extrema, contradictoria y polarizada.
“No hay una política pública integral para mitigar el hambre y revisar la obesidad. Las políticas públicas en términos alimentarios han estado separadas. Las de desarrollo social tratan de mitigar el hambre y que haya alimentación disponible. Las de salud tratan de limitar el consumo de comida. La de producción de alimentos trata de mejorar la balanza comercial. La de turismo promueve la comida tradicional como forma de turismo, cada una por su lado”.
No ve cómo de esta manera se promueva el consumo de frutas y verduras y cómo toda la población reciba de manera homogénea la información si no hay un cambio de estrategia. También asegura que hay una desigualdad de género en la obesidad. Las mujeres tienen mayo índice de obesidad que los hombres.
Las escuelas de tiempo completo, los medios de comunicación y la política de distribución de alimentos deben de considerarse para visualizar de manera amplia el problema. No hay un impulso equitativo hacia la producción y repartición de alimentos del campo contra los comercializados.
Para Sol González Eguía, psicoterapeuta, psicóloga social y maestra en estudios de paz es violento atentar contra el cuerpo, meterse con cómo se ve. Desde su ramo dice que lo mejor es que la gente sea consciente que el cuerpo habla, escucharlo, respetarlo. “Puede ser que el tema sea tan doloroso, o sea tan abrumador, que no encuentro las palabras”.
Dice que el tema de la gordura también puede ser un acto revolucionario. “Una protesta ante un sistema que nos impone modelos de belleza totalmente imposibles, totalmente indignantes; o sea, te tienes que enfermar para poder ser bella. La gordura también se vuelve una protesta, un acto de resistencia”.
Sol también parte de la idea de que el cuerpo es político y a través de él actuamos.
Para ella es tan grave el acoso escolar por las exigencias estéticas, como el combate a la obesidad. Son problemas fáciles de mirar desde afuera. “Este niño que violenta, sea por la gordura, por el color de piel, sea por la clase social, por lo que sea, la primera pregunta que hay que hacernos es a ti, este desprecio que reflejas en el otro, cuál es el origen de tu desprecio”.
Rosy, la integrante de Comedores Compulsivos dice que ha estado más de una década en estos grupos. Siente que ha superado poco a poco sus problemas, pero le sigue afectando el: ay, la gordita. Se ha sorprendido de las veces que alguien le ha dicho que para sus casi 50 años se ve joven y delgada.
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