Este miedo a la muerte pinta con otros colores cada día. La sonrisa de mi hijo es más vívida en la entraña. La sensación de tristeza no se va. Pero la acompaña una suerte de esperanza. De que quizá este último apocalipsis humano nos permita que nuestra especie pueda crecer y amar mejor
Hay un solo tema en las noticias. Y hay un solo tema en mi cabeza. Casi pienso que es innecesario nombrarlo, no sólo por el título de la columna, sino porque es probable que la inmensa mayoría en esta ciudad, al igual que en decenas de ciudades en el mundo, sólo hable de lo mismo.
Covid. Coronavirus. Covid19.
Realizo cálculos estadísticos en mi cerebro, de forma obsesiva cada cierto tiempo. Cada media hora, cada dos horas. Tratando de descifrar. Hablo con mi médico familiar. Me dice: Es muy contagiosa. MUY. Así en mayúsculas lo escribe en el mensaje de texto.
El 80 % de la población se enfermará. Pero el 80 % de los que se enfermen serán asintomáticos o casi.
Respiro. Pienso. Bueno, no es tan malo.
De ese 20 % que sí mostrará síntomas pues lo pasará el casa, como “una mala gripe” el 80 %. ¿Cuánto es el 80 % del 20 % que es el 80 % de la población? (Sí. Así de confuso como se lee, lo repito en mi cabeza). Un colega, con quien hablo, me explica, pero he perdido en mi cerebro y cuentas obsesivas los números referidos.
No tan malo. Pero el 15 % restante lo pasará muy, muy mal. Necesitará hospitalización.
Y ahí es donde viene el problema.
“Es muy MUY contagiosa”, explica mi médico. ¿Pero cuánto es ser muy contagioso?
Buceo en la web. Hallo nota del Noticias de la Laguna. Entrevistan a un experto de la UNAM. Hablan de un “número reproductivo básico”, el cual podemos definir como el número de personas que cada portador contagiará.
La nota dice: “El R0 (número reproductivo básico) de este nuevo coronavirus podría ir de 1.5 a 4, lo cual nos plantea un intervalo muy grande [SIC], aunque a partir de lo observado en Wuhan estimamos que esta cifra es de 2.5. Tan sólo para contrastar, diremos que el número reproductivo básico del virus H1N1 era de 1.7.
Es decir, muy contagioso.
Hablo con amigos. Algunos hablan del “apocalipsis zombie”, de películas palomeras obsesionadas con mostrar distopías terribles. Apocalipsis. Esa palabra se repite mucho estos días. Y, pues de alguna manera, con cada crisis, siempre pensamos que esta vez es el fin del mundo. En realidad, nuestra especie –la especie humana– califica de fin del mundo cada crisis histórica. E incluso, si fuera el fin de la humanidad, definitivamente no sería el fin del mundo.
Leo de pandemias terribles. La gripe española. Los historiadores no se ponen de acuerdo. Murieron entre 40 y 50 millones de personas, debido a una influenza tipo A H1N1. Una variante de la gripe porcina que se gestó en México en 2009, y que nos otorgó nuestro ensayo apocalíptico local.
Ese año, la influenza H1N1 enfermó entre 700 y mil 400 millones de personas en todo el mundo. Mató entre 150 mil y 500 mil personas.
Aquel fin del mundo de 2009 se ve ahora tan lejo e insignificante.
Volviendo a Covid. El problema no es la morbilidad, o la mortalidad (que sí puede ser importante), sino que todos nos enfermaremos al mismo tiempo. Entonces, no habrá camas de hospitales suficientes….etcétera, etcétera, etcétera… y mi cerebro se vuelve a resetear en el mismo tema.
¿Qué es un coronavirus?, ¿el gobierno está actuando mal?, ¿está actuando bien?, ¿por qué en Italia mueren tantos y en Corea del Sur tan pocos en comparación? Y reviso mis chats de nuevo. Hablo con otros amigos o colegas, y sigo dando vueltas.
¿Cuánta gente estará así, como yo, dando vueltas a los mismos miedos, y sin poder escuchar otra cosa en las noticias?
Esa situación me genera un enorme malestar y tristeza. Me da tristeza saber que el sistema de salud, el cual ha sido desmantelado paulatinamente, por varias décadas, no está en las mejores circunstancias para atender esta situación.
Me da tristeza leer que las empresas, que han absorbido y destruido los comercios y cafés locales, manden a los trabajadores a casa un mes sin goce de sueldo. Conozco la ciudad. Conozco la zona metropolitana. Sé que hay barrios sin agua. Que hay familias –muchas familias– que viven al día. Que México y América Latina son de los lugares más desiguales que existen en todo el mundo.
Leo otra nota: la pobreza aumentará con el coronavirus. Una condena a priori, ¿para qué?, pienso… ¿Para que nos hagamos a la idea de que nos irá muy mal en los próximos años?
Y siento profunda tristeza. Ayer, en la junta editorial de Pie de Página se habló de la necesidad de narrar con mucho cuidado y responsabilidad la pandemia del coronavirus. No abonar al pánico ni a la desinformación. Me sentí incapacitada para hacerlo, porque no puedo sino ver un panorama sombrío hacia adelante. Pensé en escribir esta columna sobre cualquier otro tema, pero sentía que sería deshonesto. ¿No sería como cuando ocurre algo terrible en la calle y todos voltean hacia otro lado como si no existiera?, ¿como dar las noticias el 3 de octubre de 1968 y decir: ‘es un día soleado’?
Pero de pronto también leo otras cosas: ¿Será que el coronavirus podría poner punto final precisamente a ese sistema de enorme desigualdad? ¿Pero cómo? Algunos afirman en las redes, entre memes: Es el fin del capitalismo. Quiero creer. Y luego recuerdo mis clases de periodismo: ten cuidado con lo que quieres creer.
Regreso al libro que he tratado de terminar por meses. Uno del que he hablado aquí: El cáliz y la espada.
Ahí Riane Eisler explica que los paradigmas sociales no se transforman en orden y progreso ascendente (como se cree). Suele haber “mutaciones” o imprevistos que generan crisis completa en un sistema, y lo trastoca por completo.
Pienso en mi inercia previa. Las noticias, el trabajo, el sistema: buscar dinero, trabajar, “crecer profesionalmente” (lo que sea que eso signifique). Lo que parecía importante hace dos semanas, ahora no lo es tanto. La productividad se encuentra en pausa, lo quiera o no. Y el miedo a la muerte se hace presente. Sí. Lo admito, tengo miedo a la muerte. ¿Cómo podría no tenerlo, si por mi trabajo he registrado muertes horrendas e injustas de personas hermosas?, ¿cómo podría pensar que a mí no me puede pasar?
Pero este miedo a la muerte pinta con otros colores cada día. Con la resignación de sólo vivir un instante. El atardecer cambia, y la sonrisa de mi hijo es más vívida en la entraña. El café de la mañana sabe mejor.
Luego pienso en una entrevista que hice a la antropóloga Rita Laura Segato hace un par de años. Palabras más, palabras menos, en aquel entonces dijo: no sabes qué grupo humano (qué cultura, qué tipo de organización y sistema social) sobrevivirá o se adaptará, o tendrá las herramientas para adecuarse a lo que venga en el futuro.
Esa sensación de tristeza no se va. Pero también la acompaña una suerte de esperanza. De que quizá este último apocalipsis humano nos permita que nuestra especie pueda crecer y amar mejor.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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