Sobre tomar postura desde la fotografía

15 febrero, 2020

Para que nuestro trabajo tenga en verdad trascendencia no basta con que seamos buenas fotógrafas y fotógrafo. Los tiempos actuales y la violencia que atraviesa nuestro país nos obligan a replantearnos las formas en las que hemos aprendido a hacer fotografía y el cómo estamos contando las historias

Por Greta Rico

@gretarico

Son tiempos de necropolítica. Vivimos en un mundo globalizado lleno de imágenes en donde la inmediatez y la posverdad rigen las decisiones de los medios de comunicación, de las agencias internacionales de información e incluso de las oficinas de comunicación social de los gobiernos. Hoy más que nunca, urge retomar el debate sobre la ética en el periodismo y cuestionarnos acerca de nuestra responsabilidad que tenemos como creadoras y creadores de imágenes.

Soy fotógrafa documental, hago foto con enfoque feminista y todos los días me pregunto cómo hago para contar las historias desde otro ángulo sin la necesidad de insistir en mostrar la violencia de manera explícita ni mucho menos de manera que ayude a perpetrar discursos sexistas, misóginos, racistas, clasistas o discriminatorios.

En 2015 las fotos de Aylan ahogado en una playa de Turquía se replicaron en todos los medios impresos y las plataformas digitales, era “importantísimo” que el mundo supiera lo que sucedía con la crisis de refugiados en Europa. Cinco años después, cientos de miles de desplazados por la guerra viven condiciones indignas en los campamentos y refugios, pasando hambre y enfermedades.

El año pasado, Óscar se ahogó con su hija en el Río Bravo tratando de llegar a los Estados Unidos y estas imágenes junto con las de la caravana de migrantes pusieron en el debate de todos los medios la crisis migratoria, nuevamente. Entre las y los colegas urgía salir a fotografiar, teníamos que contar la historia para que el mundo viera lo que tienen que atravesar esas personas en su tránsito por México. Meses después, en pleno 2020 una nueva caravana trató de ingresar a nuestro país y de nuevo fue recibida con granaderos, gas pimienta y detenciones arbitrarias por parte de la Guardia Nacional.

El martes 11 de febrero, Ingrid Escamilla al igual que otras 9 mujeres en México fue víctima de feminicidio. Las fotografías de su cuerpo acompañadas de brutales encabezados nos recordaron a las mujeres que vivimos en este país, que nuestros cuerpos son desechables y que el capitalismo en beneficio de las fuerzas del mercado lucra impunemente con el morbo y la violencia que nos arrebata la vida todos los días.

En las últimas semanas, he compartido en diferentes espacios mis reflexiones respecto de hacer fotografía desde la visión feminista que, ojo, no es lo mismo que la “visión femenina”. Algo de lo que estoy convencida es que más allá de los premios y los reconocimientos, las fotografías que estamos haciendo no están cambiando el mundo. Las reglas del juego y estas políticas de muerte nos han demostrado que vivimos en un sistema en donde unas vidas valen más que otras y el cómo mostramos la muerte también está dando por quienes ponen esas reglas.


Sandra, aprendiz de partera, masajea el sacro de Ángela quien ha estado de parto durante más de 24 horas para reducir el dolor de las contracciones. Foto: Greta Rico.

Me parece que para que nuestro trabajo tenga en verdad trascendencia no basta con que seamos buenas fotógrafas y fotógrafos, ni con limitarnos a esas 10 mil imágenes de las que habló Bresson. Los tiempos actuales y la violencia que atraviesa nuestro país nos obligan a replantearnos las formas en las que hemos aprendido a hacer fotografía y el cómo estamos contando las historias. Necesitamos abrir más espacios de reflexión y debate donde entendamos que cuando hacemos fotos están en juego relaciones de poder y con ello viene una gran responsabilidad social.

El caso de Ingrid y la dolorosa historia alrededor de su feminicidio es un llamado urgente a tomar postura como fotógrafas y fotógrafos y a entender que nuestro trabajo contribuye a perpetrar o generar discursos en donde la violencia contra las mujeres se normaliza y se pasa por alto. Necesitamos preguntarnos ¿Cómo se han contado las historias de las mujeres a través de la fotografía? ¿Cómo se representan las experiencias y quiénes dictan qué es lo fundamental de las historias para contarlas?

En mi caso, han sido mis maestras fotógrafas, grandes mujeres como Frida Hartz, Cristina García Rodero, Maggie Steber y Sheryl Diaz Mayer quienes me han enseñado a mirar desde la subjetividad, desde una mirada distinta que pone atención a lo que no se cuenta, a lo que no se ha dicho y a lo que parece que a nadie le interesa pero que para nosotras, las mujeres, tiene una enorme trascendencia. De ellas he aprendido, que más allá de los premios nuestra apuesta debe ser desde la micropolítica abriendo el diálogo e involucrando a las personas de manera profunda en lo que hacemos para que no contemos historias a la distancia con discursos vacíos e imágenes sin trascendencia.

La función social de la labor que realizamos no es mostrar la realidad vacía y sin postura, sino más bien denunciar a un sistema omiso, deficiente y capitalista que lucra con naturalizar la violencia y la explotación, un sistema que criminaliza a quienes mantienen un discurso que señala y cuestiona la desigualdad, y la subordinación de algunos sectores sociales entre los cuales nos encontramos las mujeres.

Estos tiempos de internet, de posverdad y de necropolítica en donde las imágenes muestran quiénes y cómo deben morir, nos manifiestan la urgencia de que sigamos nuestro instinto y que nos mantengamos firmes a mostrar nuestras teorías del mundo, lo que nos parece importante retratar y lo que sabemos que es imprescindible comunicar desde la experiencia y la subjetividad de habitar un cuerpo de mujeres y entender que en cualquier momento podemos convertirnos en una estadística más.

El llamado, es a comunicar desde la esperanza. Debemos encontrar maneras creativas de mostrar la rabia y la indignación, la precariedad y la violencia, pero desde una apuesta colectiva a construir una sociedad diferente en donde las mujeres seamos libres y en donde el discurso que impere en las fotografías que hacemos y las historias que contamos sea el de la dignidad, desde una ética periodística donde vayamos en contra de ese discurso que impera en los medios de la supuesta “objetividad e imparcialidad”.

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