El precio del arte. Y su valor

1 febrero, 2020

Un conejo de acero vendido en 91 millones de dólares. Un fotógrafo que, proclama, vendió en 5 millones de dólares una sola de sus fotos. Un plátano pegado a una pared, cuyo autor se llevó a casa, nada menos que 120 mil dólares por el chiste. ¿Qué hay detrás de estos precios? 

Ernesto Muñiz

En la columna Portarrelatos del 22 de diciembre, intitulada Por amor al arte, Duilio abre con una pregunta, que como artista, me dejó pensando: “¿Cuánto vale el trabajo artístico? Y después de una acalorada discusión en redes, me invitó a escribir sobre el tema.

En las noticias leo sobre “Rabbit”, un conejo de acero inoxidable que parece un globo de helio y mide más de un metro de altura. Es del artista Jeff Koons y se vende en 91 millones de dólares. Con ello desbancó  al británico David Hockney, que ocupaba el trono de la pieza más cara, con “Retrato de un artista (piscina con dos figuras)”, vendido por 90.3 millones de dólares. La pieza “For the Love of God”, un cráneo humano incrustado de diamantes, del artista Damian Hirst, vale 72 millones de dólares. Y hay más: “Comedian”, un plátano pegado a la pared con cinta adhesiva –instalación del artista italiano Maurizio Cattelan– se vende en 120 mil dólares. ¡Y vendió tres! 

O, como bien nos recuerda Duilio, la foto “Phantom” del fotógrafo Peter Lik alcanza modestamente los 6.5 millones de dólares –La fotografía se cotiza a menor precio por ser un medio mecánico y reproducible–. Al leer estas historias,  siempre me imagino a algún coleccionista árabe que decide gastar unos cuantos millones en una obra de arte para su colección, o como regalo de bodas para su quinta esposa. O quizá algún rapero famoso que decidió decorar las paredes de su penthouse en Manhattan. 

Y sí, probablemente a veces así sucede. Porque una obra de arte, como todo, vale lo que la gente está dispuesta a pagar por ella.  Pero pocas veces sabemos lo que hay detrás de estos precios.

Vivimos en un sistema capitalista, donde el arte pasa a ser una moneda de cambio más. Más  allá de la estética, y de lo que nos hace sentir, una obra artística es también un producto. Las galerías de renombre lo saben, y  las grandes casas de subasta –como Christie’s y Sotheby’s– se aprovechan de esto. Junto con los grandes comerciantes y especuladores del arte como Larry Gagosian y David Zwiner, han hecho un gran negocio. En este,  ellos mismos escogen a artistas talentosos y crean estos grandes gigantes del arte. Lo hacen por medio de la publicidad, el escándalo, o a través de grandes exposiciones llenas de estrellas de Hollywood. También, construyen un nombre cobrando favores a la gente indicada, inflando los precios; incluso por medio de  prácticas poco éticas, como mandar a sus propia gente a las subastas para subir la puja de sus propios artistas y de esta manera generar millonarias ganancias. 

En el caso de la calavera incrustada de diamantes de Damian Hirst, fue  subastada en Sotheby’s, con un precio de salida de 20 millones de dólares. Los diamantes por sí solos valen 15 millones. Conforme pasaba la puja, no se llegaba al precio que la galería y la casa de subasta esperaban. Pero de último minuto, un comprador anónimo triplicó el precio de salida pagando 60 millones de dólares. Sin embargo,  no nos informan, que esto fue pagado por un consorcio del que Jay Joplin, el dueño de la galería, y Damian Hirst, el propio artista, formaban parte. Fueron financiados, claro, por la propia casa de subasta. (Emoji de sonrisa).

Pero esas grandes galerías no son las únicas que manipulan los precios. Los llamados inversores promiscuos (flippers, en inglés) y las propias casas de subastas también influyen. En marzo, Bloomberg estimaba que un 23 % de las obras que se subastan en Sotheby’s, Christie’s y Phillips salen de nuevo  a la venta unos seis años después como máximo. Esto se debe a que casi la mitad de los compradores de arte se dedica a la reventa y se deshace de las obras en 12 meses promedio.

Otra probable mentira documentada para inflar los precios de un artista fue el caso de la mencionada fotografía “Phantom” del Australiano Peter Lik. Él es un experto en automarketing y diseño de imagen, presentándose como un aventurero a la Indiana Jones. “El fotógrafo más famoso que existe, el más premiado”, como el mismo se describió a la revista Time, acompañado de una estrategia empresarial. Una eslabón importante en dicha estrategia es  poseer 15 galerías repartidas por el mundo. 

La noticia de que su foto –un haz de luz colándose por una caverna subterránea en Antelope Canyon en Arizona, EU, se había vendido en 5 millones de dólares por un comprador anónimo, tomó por sorpresa al mundo del arte. Así que el diario  Sidney Morning Herald se propuso investigar. Pero –fuera de la nota de prensa publicada por el propio Lik– no pudo encontrar ningún otro documento que acreditara la venta. Así que su supuesta venta sigue siendo un misterio.

Pero para ser justos, hay otros muchos factores, además de la especulación y estas prácticas engañosas que incrementan el precio de una obra artística, 

Tomemos por ejemplo el caso de Jeff Koons y su conejote de 91 millones de dólares. Este fue expuesto por primera vez en 1986, nada más que en la galería de Ileana Sonnabend. Ella es esposa de otro mito en el arte, Leo Castelli. Más tarde, el conejo pasó a manos de Larry Gagosian, conocido promotor artístico y galerista, y su último propietario conocido fue Samuel Irving Newhouse Jr, el fallecido dueño de Conde Nast. 

Este pasar de manos millonarias le da al famoso conejo un status diferente. Sólo personas de mucho dinero la han tenido en su poder. Otro factor que hizo incrementar el precio de este conejo fue, que a estas alturas,  la pieza subastada, era la única de cuatro que quedaba en manos privadas. Porque las otras tres se encuentran en museos de Chicago, Los Ángeles y Qatar. Todo esto aunado a su escandalosa vida, como el haber estado casado con la actriz pornográfica italiana Cicciolina, y hacerse fotos eróticas con ella (made in Heaven) , así como sus múltiples demandas por plagio, y una consolidada carrera, que le ha asegurado su nombre en los libros de historia del arte, hacen que la gente esté dispuesta a pagar 91 millones de dólares, por un conejote de metal que seguramente seguirá aumentando su valor.

Caso muy contrario a “Comedian”, el aberrante plátano pegado a la pared que fue vendido en 120 mil  dólares en la feria de Art Bassel Miami del polémico artista Maurizzio Catelán. Este tiene su estilo de cliché fácil, obvio y provocador. En todas estas ferias de arte contemporáneo, siempre habrá una galería que opte por el escándalo (como la Galería Nogueras Blanchard que vendía  “Vaso medio lleno” (literal) del cubano Wilfredo Prieto, en 20 mil dólares), la broma política (El Ninot del Rey Felipe VI en Arco Madrid llevado por la Galería Prometeo) y el shock mediático. 

Cattelan es un artista perfecto para este estilo, por piezas como La Nona Ora (1999) que consiste en una efigie del Papa Juan Pablo segundo en traje ceremonial siendo aplastado por un meteorito.

Este tipo de arte, que como todas las modas, morirá con el tiempo, pero dejará precedente para que cualquier “artista” que exhiba sus calcetines sucios se sienta con el derecho a pedir por ellos 300 mil dólares, avalado por la historia del arte. La noticia será que siempre habrá alguien dispuesto a pagar esas cantidades por un par de calcetines con hedor a artista.

Aquí me refiero a casos muy específicos, a las obras de millones de dólares y una impresionante maquinaria mediática y económica detrás de ellas. Pero, ¿qué pasa con nosotros, los artistas normales?, ¿qué hay de los  simples seres humanos creativos que no tenemos acceso a estas esferas? Volvemos a la pregunta que dio origen a estas líneas:

¿Cuánto vale el trabajo artístico?

A nosotros como artistas, nos toca, primero que nada, trabajar en nuestra propuesta artística, cualquiera que ésta sea; crear un cuerpo de trabajo sólido, seguir aprendiendo, exponer en galerías y espacios disponibles, solicitar becas, aplicar para residencias artísticas, mandar nuestro trabajo a concursos, darlo a conocer y hacernos de un nombre.

Estamos en una época donde basta un click para que nuestro trabajo llegue a cientos de miles, de personas, gracias al Internet y las redes sociales. En la actualidad,  abres un perfil de instagram, subes constantemente tu trabajo, lo expones al mundo, te haces de una red de seguidores, promueven lo que haces, y nadie sabe hasta dónde y hasta quién llegarán tus imágenes. Otro factor de cambio en este momento es el auge de  las galerías online que va en aumento por demostrar ser un negocio rentable.

Las distintas plataformas digitales que permiten a los artistas a acceder a nuevas oportunidades de trabajo con corporaciones y Marcas, la proliferación de ferias de arte en todas partes del mundo, en fin, es nuestro trabajo como artistas ser cada vez mejores para que llegado el momento podamos pedir miles o millones de dólares por nuestro trabajo, y  tener la conciencia tranquila de que no estamos engañando a nadie y decir “mi trabajo lo merece”.

* Ernesto Muñiz estudió Diseño Gráfico en la Universidad Iberoamericana, pero después de graduarse se dedicó a lo que sería su profesión y estilo de vida, el fotoperiodismo. Es un artista visual que utiliza el collage como otra forma de expresión, «más personal». Desde 2007 hasta la fecha, ha participado en varias exposiciones  y su trabajo es expuesto en galerías de la Ciudad de México, México; Arles, Francia; Madrid, España, y Liverpool y Londres, Inglaterra. 

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