A un año de la tragedia que dejó el robo de hidrocarburos en Tlahuelilpan, la comunidad resiente la falta de flujo de efectivo que dejaba ese delito y el incremento de otros delitos. Mientras, los deudos enfrentan el rechazo de pobladores que tachan a los fallecidos de delincuentes
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: María Ruiz
Sobre este campo de alfalfa se alzó una columna de fuego que llegaba al cielo. La explosión de hace un año se llevó la vida de 137 personas. Hoy la tierra requemada que quedó ya no sirve para sembrar; entre el polvo se levanta una serie de nichos funerarios en memoria de algunas de las personas que murieron calcinadas.
Las tumbas son un grito de desacato y reivindicación. Entre los pobladores de Tlahuelilpan la opinión está dividida. Hay quienes dicen que los que murieron eran ladrones que no merecen un trozo de memoria; otros, que fueron el ejemplo más atroz de lo que provoca el robo de gasolina.
Aquí, el 18 de enero de 2019, reventó una toma clandestina de gasolina. En un pueblo castigado por la escasez de combustible que trajo consigo la lucha contra el ‘huachicoleo’, cientos se acercaron al manantial de hidrocarburos que parecía manar de la tierra. Horas después una chispa convirtió lo que parecía una fiesta en un infierno.
Los familiares de las víctimas pensaron en levantar un monumento en memoria de los difuntos, pero se toparon con la negativa del resto de los pobladores. Algunos descalifican las casitas que guardan la memoria de los fallecidos.
“Ya dejaron como una colonia del Infonavit”, dice, despectivamente, una señora que cruza el mercado del pueblo. “El gobernador dijo que no iban a hacer un monumento, pero pues bueno…”, dice mientras hace una mueca.
“Querían una indemnización, pero cómo, si estaban robando”, dice otra señora. “También decían que querían un memorial, pero ¿cómo le van a poner un memorial a las ratas huachicoleras?”.
Tlahuelilpan está a menos de 15 kilómetros de la refinería de Tula. Por aquí pasa el último tramo de un poliducto de hidrocarburos que cruza desde Tuxpan, en el Golfo de México, hasta la Ciudad de México. El robo de combustible proliferó. De 2005 a la fecha, Tlahuelilpan dejó de ser el lugar donde el agua riega la tierra, como significa en náhuatl. Ahora está bañada de gasolina.
El gobierno federal de Andrés Manuel López Obrador emprendió una lucha frontal contra la ordeña de ductos. Informó que en un año logró disminuir en 91 por ciento el volumen de combustible robado, lo que significó ahorrar pérdidas de 58 mil millones de pesos, de acuerdo con la información oficial.
El consumo de combustible robado en Tlahuelilpan era tan cotidiano que incluso lo llegaron a despachar a domicilio. En las casas era común ver bidones de plástico de 20 o 30 litros de gasolina en los patios, las cocinas y hasta los baños. En las tlapalerías vendían los recipientes de plástico como si fueran otro enser más del hogar. Hoy no se ve nada de eso.
Hace un año, con la llegada de la estrategia contra el robo de hidrocarburos llegaron las camionetas del Ejército y de la Marina. La policía del estado también realizaba patrullajes. Estos despliegues ya tampoco se miran en las calles del poblado.
“Todavía hay alguna gente. Por decir, el que vende, pero ya sólo con algunas personas. Que se vea anteriormente, que andaban en convoyes, no, ya no se ven”, cuenta uno de los habitantes.
El negocio de la gasolina había ganado tanto terreno en la zona que, incluso, días después del accidente, el presidente municipal de Tlahuelilpan, Juan Pedro Cruz Frías, reconoció que la venta de gasolina representaba la segunda actividad económica del pueblo.
Después de la explosión y con la disminución de esta actividad, casi en automático, otros delitos se dispararon. “Hay más inseguridad. Hay más robo, más asaltos, más de lo demás”. reconocen las señoras del mercado que descalifican a las víctimas del accidente como ladrones.
Hace unos días, unos asaltantes se llevaron dos cajeros completos en el pueblo cercano de Tepatepec. Antes, en otro pueblo vecino unos asaltantes atracaron a los cobradores del agua y se llevaron cerca de 120 mil pesos, los trabajadores no supieron cuánto en total, porque a penas estaban contando el dinero que cobraron. “Asaltan tanto que pensamos que mejor hubiera seguido el ‘huachicol’”, dice Daniel Contreras, un trabajador que cava una tumba fuera del panteón del lugar.
También, en los poblados vecinos, en estos días se volvió común escuchar que hay muertos y asesinados.
“Sigue habiendo huachicol, no en las cantidades que se manejaba”, asegura Guadalupe López Aguilar, quien perdió a su sobrino en el accidente. Ahora el problema es que todos los chavitos que andaban de halconcillos, venden droga.
“Es frustrante ver que después de algo tan grave, y que supuestamente nos puso en ojos de todo el mundo, seguimos igual, pero con la economía más mala, porque de menos, con el huachicol había flujo de efectivo”, añade.
“Yo sí tengo fe, aunque a veces en estos caso, me entran las dudas”, dice la señora Guadalupe. Mientras recuerda, no puede evitar las lágrimas en sus ojos. Su sobrino, Martín Alfredo Trejo López, Freddy, tendría hoy 35 años. “Seguimos así como que todavía no digerimos”.
Para reconocer los restos de Freddy el gobierno de Hidalgo tuvo que realizar un cruce de ADN. Lo mismo pasó con los restos de otras 51 personas.
“Nos entregaron una caja cerrada y nos dijeron que no la podíamos abrir. Yo al menos no sé si esos son sus restos. Yo no puedo saber si el gobierno únicamente para salir del compromiso dijo ‘échale esto aquí y esto acá’”. Asegura su tía.
Después de los análisis y de la entrega de los restos, el gobierno federal aseguró que del accidente no hay desaparecidos, pues se logró identificar todos los cuerpos. En el lugar del accidente, entre las cruces de los fallecidos hay una placa dedicada a Josué Pérez Corona. En ella se lee: “Aunque tu cuerpo no esté presente, tú vivirás en la memoria de tu hija”.
Después de la explosión, el gobierno prometió mandar a los deudos apoyos mensuales por 15 mil pesos. A algunos les llegó una vez, pero muchos nunca vieron el dinero, de acuerdo con lo que cuenta Guadalupe.
“Por ejemplo a las viudas no les han dado el apoyo. Dicen que está en trámite y que se está llevando, peor no les ha llegado”, asegura la señora. Lo que sí ha llegado son los apoyos de beca para la hija de Freddy. “A la niña le dan una beca de 300 pesos. No estamos esperanzados a eso, pero su mamá ya puso su negocio y está trabajando. Todos le echamos la mano, pero no el gobierno”.
Estos apoyos son muy criticados por otras personas que no tienen deudos del accidente. “Hay gente que dicen que por qué les van a dar apoyo”, lamenta Guadalupe. “Pues si no es un premio, es para los niños que quedaron desamparados”.
La hija de su sobrino tiene muy presente a su papá, no se le olvida. Dice que el día del funeral, la pequeña que aún cursa la primaria se puso muy mal y a fuerza quería que le abrieran la caja, para ver a su papá. “Yo creo que lo dicen porque ellos nunca han tenido un error”, sentencia. Actualmente la niña está en tratamiento psicológico, a cuenta de su familia
Maribel Garrido tenía tres hijos. Dos de ellos estuvieron en el lugar de la explosión. Uno falleció, Jimmy Francisco, de 17 años. Su hermano, José Guadalupe, o Pepe como le dice, es el único sobreviviente del pueblo de Tlahuelilpan. De acuerdo con los pobladores de la región, del accidente sólo quedan cuatro sobrevivientes. Uno más que vive en Munitepec, y otros dos de otros pueblos cercanos.
A diferencia de José Guadalupe, cuyo cuerpo está consumido por las quemaduras, el de su hermano Jimmy no tenía tantas quemaduras, solo unas pocas en la espalda y la parte posterior de las piernas. Falleció de una pulmonía que se complicó en el hospital, dice Maribel.
Ella cree que fue resultado de la atención deficiente que tuvo en el hospital. Recuerda que las enfermeras y los doctores no tenían tacto al momento de atenderlo, e incluso, recuerda que cuando lo desahuciaron le dieron la noticia mientras estaba con él, sin ningún miramiento. “Por sus heridas, parecía que no había motivo para que falleciera”, cuenta.
A Pepe las enfermeras casi no le prestaban atención, asegura su madre. “Pedimos el traslado, pero no se lo querían dar, porque los doctores en Pachuca (donde lo atendieron) creyeron que no iba a sobrevivir. Ahí lo querían desconectar, pero logramos que lo llevaran al INER (Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias, en la Ciudad de México, donde lo operaron y sobrevivió”.
Hasta el momento Pepe suma 91 operaciones, y el próximo 21 de enero tiene que viajar de nuevo a la Ciudad de México para una más. Le van a hacer un trasplante de piel en los brazos. Actualmente el joven no puede moverlos, quedó con tan poca piel que si los extiende, corre el riesgo de arrancar la poca que le queda.
“Ya ni siquiera el transporte nos dan”, se queja Maribel. “Tengo que pagar 800 pesos para el transporte que nos facilita el CRIT (una institución de beneficencia privada). En cada viaje me gasto mínimo mil 200, y cuando le hacen estudios hay veces que hay que ir hasta tres veces por semana”.
La señora Maribel relata que ha tenido que ir a plazas de varios pueblos a pedir ayuda. En esas ocasiones le toca enfrentar el rechazo de la gente. “Algunos nos dicen que cómo le van a donar a un ladrón. Hubo una señora que yo sé que su hijo vende gasolina (robada). Ella también me critica. No pude más que desearle un buen día. Quién sabe si en algún tiempo al muchacho le exploten los garrafones que vende”.
Este fin de semana en Tlahuelilpan va a haber una misa en memoria de las víctimas. Maribel asegura que en redes sociales hay muchas críticas. Le chocan, porque sus hijos no solían robar combustible.
“Jimmy era un niño muy alegre, siempre riéndose. Para todo me decía ‘mamita, échale ganas. Yo te voy a sacar y voy a trabajar’. Era el más chico y era el que más me motivaba. Yo le ayudé a poner una fondita, él la atendía, cocinaba, era muy activo. Mi otro hijo traía un camión de volteo, ahorita ya lo volvió a agarrar (a pesar de las quemaduras). Ya está impaciente porque quiere regresar a trabajar en algo”.
Para salir adelante Maribel recibió un apoyo federal para pequeñas empresas. Le dieron prioridad por ser una afectada del accidente. Con ese dinero planea abrir una chocolatería. Ya tiene el nombre: Flor de Cacao. Por muchos años vivió en Oaxaca y aprendió a preparar el chocolate como lo hacen allá. Espera que sea un éxito en el pueblo y ayude a su familia a reponerse de la tragedia.
Así como en el pueblo hay quienes tachan de “ratas huachicoleras” a los fallecidos en el accidente, hay otros que creen que no todos los que estuvieron en la explosión son delincuentes.
Una muchachas que compran ropa en el centro del pueblo hablan sobre el tema. Están de acuerdo con que el gobierno les haya dado dinero a los deudos para los gastos funerarios, pero no con que les den apoyos de por vida.
“Una indemnización no se me hace justo. Ellos sabían a lo que iban. Sí lo siente una mucho por ellos, pero darles tanto…” dice una mientras niega con la cabeza.
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