El discurso de odio no es libertad de expresión, sino una estrategia contra la integridad grupos en específico. Es responsabilidad de quienes hacemos comunicación desactivarlo. Nos toca proponer otros relatos que construyan vías para una cultura de paz
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Esta semana, nuevamente estallaron las redes sociales. Y la explosión tuvo matices violentos. Más allá de fobias y filias hacia Evo Morales, emergen nuevamente discursos de odio, se propagan por doquier.
No es algo menor, se trata de una disputa que comienza con palabras y -en casos extremos- se concreta con la persecución y la muerte.
Somos un país racista. Clasista o racista, ¿qué fue primero? El debate continúa. Durante siglos, México ha sido una nación de castas -de clóset-, como dijera en alguna ocasión Horacio Franco a propósito de las múltiples discriminaciones que persisten en nuestro país. Somos una sociedad piramidal, racista, clasista, homofóbica, misógina…
Y es tan real que supera las encuestas. Se expresa en el desprecio a las personas por su color de piel, su lengua, su apariencia o su clase social.
Escribe Frantz Fanon en los Olvidados de la Tierra: “el mundo colonizado es un mundo partido en dos”. Se expresa a través de guettos, segregación, códigos postales y, más recientemente, vía la gentrificación. Algunos estudiosos le llaman: zonas blanqueadas, aquellos lugares ocupados por población con más o menos melanina. Una nueva variante del racismo, menos estridente, no por ello menos grave y dolorosa.
Adriana Guzmán, reconocida feminista boliviana, lo relata en una entrevista para un portal de noticias argentino. Analizó la composición de los grupos opositores a Evo Morales que perpetraron el golpe de Estado. ¿Quiénes se sumaron a Camacho? Los influenciados por el racismo y las vertientes neocristianas conservadoras. “Se alimentó una cultura del odio, colonialista, profundamente racista”.
En Chile, también lo miramos: luego de 27 días, 2 mil personas heridas, más de 200 con lesiones irreversibles en los ojos y cientos de personas torturadas; presenciamos imágenes de una sociedad manifestándose contra el modelo económico y sus consecuencias sobre la clase trabajadora.
Una y otra vez se repiten dos relatos: uno que emerge desde las luchas de las diversidades: lingüísticas, culturales, etáreas, sexuales, y del otro lado… el relato dominante que nos remite a la obediencia y a la sumisión. El que trata de imponer una sola identidad, un mismo lenguaje y un pensamiento. El que se ufana al exaltar valores nacionalistas y religiosos, tomando como centro la heterosexualidad, el color de piel y la clase social.
Se trata del relato patriarcal: excluyente, sexista, misógino y racista. Hay quienes piensan que a las palabras se las lleva el viento, son intangibles, no pesan, no duelen, se diluyen, se borran… No es así. Las palabras crean universos, validan prácticas, incitan a la violencia, promueven odios.
Durante siglos, las culturas originarias preservaron sus relatos vía la tradición oral a través de un amplio legado de canciones, poesía, música e historias. No es casual que el relato conquistador fuese también a través de la palabra -en el caso de La Conquista- materializada en la Biblia. Éste fue uno de los relatos dominantes, tan vigente, que en varias regiones de América Latina se sigue erigiendo como parte del discurso dominante.
En nuestro país, el mestizaje como ideología nacionalista post-revolucionaria, definió qué es lo mexicano. Determinó quién o quiénes tenían cabida en esta identidad nacional y quiénes quedaban fuera.
Se dan una serie de exclusiones hacia distintas comunidades. Entonces quedamos fragmentados, incomunicados; algunos gravemente excluídos. Y gran parte de esta narrativa se expresa en los medios y a través de distintos lenguajes, uno de ellos, el periodístico. El lenguaje escrito y hablado expresa un corpus, universos emergentes, palabras hegemónicas, imposiciones gramaticales, tonos, acentos, libertades.
En el ensayo: Odium dicta, Libertad de expresión y protección de grupos discriminados en internet de Gustavo Ariel Kaufman se describe con gran claridad: “La noción de expresión de odio o discurso de odio resulta de una traducción del inglés hate speech, que a su vez deriva de una expresión previa hate crime. Esta última indica crímenes motivados por la pertenencia de la víctima a un cierto grupo social, por ejemplo, comunidades indígenas o gays y lesbianas.”
Existen criterios para calificar si un mensaje es discurso de odio:
En el ensayo: “El origen de los otros” la escritora norteamericana Tony Morrison vierte una profunda crítica a las manifestaciones del racismo. Y lo dice claramente: “El término raza no existe. Es una invención. Es la creación del Otro”.
No nos confundamos, el discurso de odio no es libertad de expresión. Se trata de una estrategia que atenta contra la integridad grupos en específico.
Es responsabilidad de quienes hacemos comunicación, dilucidar, desmenuzar la materia misma de nuestra labor: el lenguaje audiovisual, escrito, hablado.
Nos toca investigar las causas de estas violencias, discernir, proponer. Desactivar los discursos de odio como si de armas de destrucción masiva se tratasen. Nos toca proponer otros relatos que construyan vías para una cultura de paz.
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Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
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