Lo más grave es que la intolerancia del presidente a los cuestionamientos alienta a los nuevos jilgueros del régimen: yutubers, influencers y pseudo periodistas que se cuelan a las mañaneras con la acreditación de medios antes inexistentes
Insiste el presidente Andrés Manuel López Obrador en comparar 2019 con 1913.
En su versión de la historia, concibe al régimen del PRI-AN como el Porfiriato; a la elección del 2018, como la versión pacífica de la revolución maderista de 1910; a él mismo, como un nuevo apóstol de la democracia, y a quienes lo critican, como los reaccionarios que en 1913 terminaron asesinando al efímero presidente Francisco I Madero en la Decena Trágica.
En su lógica, la prensa que cuestiona sus políticas públicas no ejerce el periodismo independiente, sino que ejecuta las órdenes de los poderosos conservadores que se resisten a su “cuarta transformación”.
Los reporteros que cubren sus conferencias mañaneras –según su alegoría del maderismo– no son profesionales a quienes se les pueden ocurrir preguntas genuinas sobre los múltiples flancos abiertos de la actual administración, sino “perros que muerden la mano de quien les quitó el bozal” (Gustavo A Madero dixit).
López Obrador no ve una crítica franca en la advertencia de un general por la situación actual del país y de las Fuerzas Armadas, sino la semilla de una conspiración.
Según el mensaje que subió a Twitter el sábado, el presidente ve, en la circunstancia actual, una confabulación de empresarios, medios de comunicación, políticos y militares para tratar de darle un golpe de Estado.
¿Qué sabe Andrés Manuel que no sepa todo México, como para advertir desde ahora que alguien puede estar tramando su derrocamiento?
¿O debe entenderse la paranoia presidencial como un ardid publicitario para mantener la fidelidad y garantizar la incondicionalidad de sus adeptos?
Dice el presidente que hoy, a diferencia de 1913, la transformación que él encabeza “cuenta con el respaldo de una mayoría libre y consciente, justa y amante de la legalidad y de la paz, que no permitiría otro golpe de Estado”. Y además aclara que “no debe caerse en la simplicidad de las comparaciones”.
Si esto es así, ¿entonces para qué compara?, ¿para qué cita a Huerta, Hitler, Franco y Pinochet?, ¿por qué en casi todas las mañaneras se equipara con el mártir Madero?
El presidente pide que encontremos en una fábula de Esopo –“Las ranas pidiendo rey”– las claves para comprenderlo como un gobernante sencillo y honesto, en lugar de añorar a un presidente emprendedor, pero malvado y corrupto.
Lo bueno es que el presidente tiene, en efecto, a una gran parte de la población de su lado; un respaldo social derivado de los más de 30 millones 100 mil votos que lo llevaron a Palacio Nacional. Un respaldo legislativo del que no gozaron sus antecesores. Un capital político digno de las mejores causas.
Lo malo es que cada vez que algo le sale mal, coloca a más personas, sectores e instituciones en las filas de “los golpistas”.
Qué bueno que todos los días dé pie a un ejercicio inédito de rendición de cuentas con él y su gabinete explicando la administración en tiempo real; qué malo que no soporte las preguntas incómodas.
Qué bueno que todavía haya muchos simpatizantes dispuestos a defenderlo a capa y espada; lástima que el gobierno también se valga de granjas de bots para exaltar al líder y defenestrar a auténticos periodistas.
Es entendible que le molesten las críticas fundadas en información falsa, las campañas orquestadas en contra de su gobierno a partir de falsificaciones de la realidad y, de existir, las maniobras que estarían buscando desestabilizar su gobierno.
Pero no se entiende que ponga en el mismo saco ( las filas de “los golpistas”) a todos los medios, periodistas y analistas que preguntan sobre la eficacia de sus políticas, y que al mismo tiempo se alíe con personajes que (ahí sí está documentado) intentaron cerrarle el paso en 2004, 2006 y 2012, como Ricardo Salinas Pliego.
La antipatía de López Obrador por el periodismo independiente y crítico no es propia de un apóstol de la democracia, sino de dictadores y golpistas como los que él mismo menciona: Huerta, Hitler, Franco y Pinochet.
En su narrativa (“antes callaban como momias”), ignora o pretende ignorar que hace mucho años existen periodistas sin bozal que denunciaron el complot del que fue víctima cuando los videoescándalos y el desafuero; reporteras y reporteros que documentaron y denunciaron la ineptitud del foxismo, las atrocidades de la guerra de Felipe Calderón y la corrupción de Peña Nieto.
El presidente ignora, o pretende ignorar, que los medios que hoy aborrece denunciaron los casos de la Casa Blanca de Angélica Rivera, las propiedades en Malinalco de Luis Videgaray, la estafa maestra de Rosario Robles y otros casos que pavimentaron el camino para su exitosa campaña de 2018.
Lo más grave es que la intolerancia del presidente a los cuestionamientos alienta a los nuevos jilgueros del régimen: yutubers, influencers y pseudo periodistas que se cuelan a las mañaneras con la acreditación de medios antes inexistentes; personajes que usan sus plataformas para linchar en las redes sociales a todo aquel que ose manifestar un mínimo cuestionamiento o desacuerdo con la versión presidencial de la historia.
Ya se ha dicho en este espacio: es una pena que el presidente se haya convertido en el denostador número uno de la prensa nacional, en momentos en los que México es el país con más periodistas asesinados de todo el mundo.
¿Cómo explicarle que no todos los que lo critican militan en las filas de los golpistas?
Columnas anteriores:
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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