Con un evento de fiesta y denuncia, trabajadoras sexuales de la calle de Puente de Alvarado recordaron a sus compañeras trans asesinadas. Aunque los asesinatos siguen impunes, ellas reivindican los derechos que han ganado a punta de exigencias
Texto: Vania Pigeonutt
Fotos: María Ruiz
Sobre una mesa hay calaveritas de azúcar y otras de cerámica con sombrero vaquero, flores de terciopelo y cempasúchil, veladoras, papel picado y collares de perlas artificiales de color dorado, verde y blanco. Es la ofrenda “crímenes de odio” que las trabajadoras sexuales trans* pusieron para recordar a sus colegas asesinadas.
La equina de Juan Aldama y Puente de Alvarado, de la colonia Buenavista, está cerrada al tráfico vehicular. Hay una carpa en cuyos extremos están dos banderas: la LGBT+ de los colores del arcoíris, y la trans de franjas rosas, blancas y azules. En el interior de la carpa, el público escucha cómo Marimar interpreta a Marisela con la canción “Sin él”; luego, Kenya Cuevas, elige su preferida: Lupita Dalessio. Los demás corean, se balancean al ritmo de la música.
Kenya agradece la presencia de Verónica, Marimar, Mónica Bárbara, Nancy, y todas las chicas que se dan un respiro para bailar al ritmo de las Musas sonideras, ver a las intérpretes y a escuchar hablar de crímenes de odio contra ellas, sobre todo.
Es un evento de concientización, pero también de baile, protesta, música, reencuentros y risas.
Mientras todos escuchan los espectáculos, la organización civil Inspira reparte muestras gratuitas para detección de VIH y sífilis; la gente puede practicárselas. También hay un módulo de información del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (COPRED) y su personal entrega unos folletos en los que la dependencia presume ser una ciudad amigable para las comunidades LGBT+, pese a que es una de las capitales más peligrosas para ellas, ellos y elles.
El 30 de septiembre de 2016, un hombre que fue cachado en el acto y aún así dejado en libertad mató a Paola Buenrostro. Era una noche de viernes. Nadie quería darle el servicio sexual que pedía, y ella se animó. La mató de tres disparos. Su amiga Kenya acudió enseguida a ayudarla, pero llegó justo cuando la mataba.
Este sábado, sus compañeras recordaron el transfeminicidio viendo un cortometraje, donde se ve que el hombre seguía adentro del automóvil Nissan en el que llegó, cuando Paola estaba muerta. La policía no sólo desestimó la prueba de Kenya, quien grabó la escena, sino que le negó su derecho de ser testigo del caso, por la transfobia que hay institucionalmente, según ha denunciado.
A tres años de distancia, las dependencias las escuchan más y han logrado ser visibles para la sociedad, no solo como trabajadoras sexuales, sino como mujeres que trabajan todos los días. Sin embargo, aún faltan muchos derechos por obtener y crímenes que castigar: todos están en la impunidad.
En varias ocasiones, Kenya toma el micrófono y menciona los nombres de las asesinadas: Paola Buenrostro, otra Paola, Alessa, Doña Bárbara, Itzayana, Erika, Johana, “esas son las que yo he enterrado de 2016 para acá. Pero esta ofrenda es para todas las mujeres asesinadas en todo el mundo, mujeres cis (que se identifican como mujeres de nacimiento) y mujeres trans”.
Kenya fundó la Casa de las Muñecas Tirisias, una organización que da acompañamiento a enfermos de VIH, en situación de calle, y otros grupos vulnerables, principalmente de las poblaciones LGBT+. Ahora, agradece a las dependencias su presencia y recuerda que hace cuatro años sólo pudieron traer un ramo de flores y una veladora: “la lucha nos dejó sin nada, sin fuente de trabajo, incluso”.
Alejandro Brito, director de Letra S, una organización que registra crímenes de odio, da un informe de la situación de violencia que viven las personas LGBT+.
“Las organizaciones civiles somos las que hemos registrado a nuestros muertos. Las instituciones no registran estos crímenes de odio, crímenes motivados por ser quienes somos, motivados por la identidad sexual y de género”, dice Brito
El informe abarca los seis años del gobierno de Enrique Peña Nieto, en el que fueron registrados 473 crímenes de odio. Además, en los dos últimos años puede percibirse un aumento de los asesinatos. Letra S calcula que el aumento fue de 30 por ciento. “Son las mujeres trans, las víctimas más numerosas. De estos 473 crímenes, 261 eran mujeres trans, lo que representa más del 50 por ciento del total de asesinatos”.
El promedio de edad de las mujeres trans asesinadas es de 32 años, un rango que está por debajo del promedio de 38 años que vive una persona trans que está inmersa en un círculo de discriminación y violencia, de acuerdo a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, alcanza una persona
“Por entidad federativa los estados más afectados son: Veracruz, 41, Tamaulipas con 35, Puebla y la Ciudad de México con 19 casos, y la mayoría de estas víctimas son trabajadoras sexuales trans, porque son las más expuestas a riesgo de violencia, a riesgo de agresiones, y lo que hemos visto es que los patrones de violencia responden a la identidad sexual e identidad de género”, dice Brito.
El activista explica que a muchos hombres homosexuales y gays los asesinan en sus casas otros hombres que se hacen pasar por gays. Los roban y los asesinan.
En cambio, la mayoría de las mujeres trans es asesinada en la vía pública, con armas de fuego, a diferencia de los hombres que mayoritariamente son asesinados con armas punzocortantes.
Al término del informe, llega la comida, son tacos de guisado y la gente se coloca en círculo para dar paso a las Musas sonideras, que llegan disfrazadas y con sus chamarras de vistosas lentejuelas.
Se escucha desde “amor de mis amores, vida mía que me hiciste”, hasta canciones de guaracha y salsa.
Una chica baila moviéndose a ritmo de cumbia de un lado al otro. Como si estuviera manejando un ula ula. Verónica, Marimar, Maité, toman flores de cempasúchil y son retratadas en medio de la Juan Aldama. Hay patrullas merodeando la zona, pero nadie se acerca a la carpa.
Mónica Bárbara, Nacy y la Monjita recuerdan sus glorias pasadas: dicen que ya casi no salen a trabajar, y esperan que las “nuevas” aprovechen “los privilegios” que tienen y la tranquilidad con la que ellas no contaron en la década de los 70, cuando empezaron en el trabajo sexual en la calle.
Mónica Bárbara, una mujer trangénero de 62 años de edad, dice que ha alcanzado la felicidad. Le da gusto que recuerden a las mujeres asesinadas, porque todas han vivido episodios tristes, momentos de cárcel, abusos de la policía; persecución, golpes, intentos de homicidio.
“Empecé en la calle a los 15, pero antes la vida en la calle era muy violenta porque la policía no nos permitía andar en la calle, nos remitía a delegaciones y allí pues a veces hasta tenían relaciones con nosotros para darnos nuestra libertad”, cuenta.
Claudia, la Monja, tiene 55 años. “Actualmente vivo en situación de calle, pero doy gracias a Copred, a Etnika, Clínica Condesa, doy gracias a este espacio que nos brinda, que hoy registren los derechos humanos y como transgénero”.
Mónica pide que las vean como cualquier ciudadano normal: “no es que tengamos problemas”. Se nos apoya para nuestra salud, para ir por nuestras cosas en el mercado.
Nancy de 46 años de edad, recuerda cuando se teñía el cabello de rojo, dice que tenía “unas piernotas y unas pompotas, pero caí en la droga. Piedra. Y pues me salí por eso, ahora vendo dulces por Tlatelolco, y quiero que se me permita seguir trabajando, porque no quiero caer en ese vicio otra vez”.
Las cumbias, salsas y guarachas siguieron hasta después de las 11 de la noche. Varias chicas, se fueron antes para colocarse en sus lugares de trabajo, y seguir con la jornada
Trans* es un término sombrilla, que acoge a las personas con una orientación sexual e identidad de género no normativas (masculina y femenina). El apóstrofe se refiere a mujeres y hombres transgénero, transexuales, travestis; queer, bisexuales, andróginos, no binarios.
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