Los jornaleros avícolas que migraron para trabajar en el noreste de Arkansas, donde las calles llevan nombres de los supremacistas blancos o de los fundadores de empresas, luchan por defenderse ante los abusos laborales
Texto y fotos: Kau Sirenio
SPRINGDALE, ARKANSAS.- Las calles de esta ciudad cobran vida cuando terminan los turnos en las empresas polleras El Tyson, Georges, Simon’s y Cargert, un caos entre los jornaleros que entran a rolar tres turnos: a las siete de la mañana, a las tres de la tarde y a las once de la noche. Así es todos los días para los trabajadores de estas trasnacionales, casi todos latinoamericanos, que se entregan en cuerpo y alma al trabajo, aunque terminen como momias vivientes.
La ciudad de Springdale está en el valle del Noroeste de Arkansas, una zona industrial. Sus habitantes llegaron de México, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala. Viven su cultura como en su país. Con olores y sabores intactos: a tamales oaxaqueños, mole poblano, carne asada o carne en su jugo traída de Jalisco, o pupusas de El Salvador.
Las casas de Springdale son de madera y sus techos puntiagudos cubiertos de láminas. Muchas de estas viviendas lucen con enormes chimeneas y algunas con banderas del Ejército de los estados confederados, territorios donde era legal tener esclavos en el siglo XIX. Mientras que las calles y avenidas tienen nombre de los fundadores de las empresas trasnacionales como Walmart y Tyson.
No todos los trabajadores de estas empresas pueden contar finales felices. Los jornaleros avícolas viven con secuelas irreparables causados por la presión en las bandas de destazar de pollos: la mayoría quedaron inválidos de los brazos, mientras que otros continúan con derrame cerebral.
Carlos Zúñiga narra el terror que vivió en la pollera a la que le debe su invalidez: “Nos ponían a trabajar al ritmo del reloj, no nos permitían siquiera ir al baño, muchos de mis compañeros usaban pañales desechables para no hacerse en la banda”.
Pero en Springdale no todo está perdido, por lo menos para los jornaleros avícolas indocumentados está el Centro de Trabajadores del Noroeste de Arkansas (CTNA), que sirve de refugio para los trabajadores que quedaron inutilizados en las polleras. Allí, organizan reuniones, talleres sobre derechos humanos y protestas cuando la asamblea lo acuerda.
***
Después de vivir 30 años en Los Ángeles, California, Anita Alfaro llegó a Springdale, Arkansas, para emplearse en la pollera George’s, donde enfermó de artritis reumatoide. Anita trabajó cuatro años en esa empresa.
“Adquirí esta enfermedad porque trabajaba en área caliente, pero cuando llegaban los camiones con la carga congelada, nos mandaba en los refrigeradores a acomodar las cargas”.
Con voz suave pero contundente la señora Alfaro explica cómo quedó inválida de por vida: “Mis manos no sirven ni para comer, perdí la movilidad de mis brazos en la pollera Georges. Ahora estoy en tratamiento porque tengo problema de mis ojos, de mis manos, de rodillas, además de diabetes, presión alta”.
Desde 2006, que se estableció en esta ciudad, trabajó en las procesadoras de pollo y pavo: “Es el trabajo que hay para nosotras las mujeres, porque es el trabajo que hay en esta ciudad. A los empresarios les duele más una patita de pollo que la vida de los trabajadores”.
“Estando en el departamento de lavado de tinas empecé a tener problemas con las manos por la artritis reumatoides. Mis manos no me respondían, todo se me caía, me quejé en la oficina, pero nadie me hizo caso”.
Después de que el seguro le diera el deshabilite (invalidez) hizo trámite de jubilación, fue entonces que supo que su pensión sería 690 dólares mensuales. Cantidad que debe dividir para la renta, agua, luz y alimentación.
“Antes recibía estampillas de comida –dice Anita–, al principio era 119 dólares mensuales, de ahí le fueron bajando hasta dejarlo a nueve dólares al mes: ¿Qué voy hacer con nueve dólares al mes?, solo me alcanza para un galón de leche, un cartón de huevos y un kilo de tortillas”.
La señora Alfaro hace milagros con su pensión para sobrevivir en el Noroeste de Arkansas, arregla ropas de los trabajadores: “hago bastillas, pongo cierres, botones. A veces paso a recoger que regalan las iglesias, como no tengo carro y no hay quien me lleve tengo que usar el autobús. Tenía carro, pero lo vendí porque mis deudas estaban al tope”.
***
En el noreste de Arkansas, las historias se cuentan por sí solas. Arkansas formó parte de los estados confederados que se oponían a la abolición de esclavitud. Las calles de estas ciudades llevan nombres de los supremacistas blancos como Winfield Scott, George B. McClellan, Henry W. Halleck, Ulysses S. Grant; o nombres de los fundadores de la pollería Tyson y Wal-Mart: John W. Tyson y Sam Walton.
La universidad de Arkansas cuenta con el departamento de ciencia avícola, auspiciado por la pollería El Tyson. Mientras que el pasillo que conduce a este campus de estudio lleva el nombre del fundador John W. Tyson.
Con una población de 69 mil 797 habitantes, Springdale es la ciudad favorita para los migrantes mexicanos y centroamericanos, es también la ciudad que tiene panteones para cada población: al sureste se ubica un terreno con piedras puntiagudas que sirven de lápida, o una cruz mal elaborada. Es el cementerio de los negros o esclavos.
Una barda de azulejos divide este panteón con el de los blancos. Aquí hay cruces de mármol y mausoleo. Además de una capilla ecuménica donde se ofician misas u oraciones antes del sepelio.
Al noroeste de este panteón hay otro cementerio exclusivo para militares y miembros del Ejército Confederados, en el centro hay un mausoleo que guarda nombres de los estados que colindan con Arkansas: Misuri, Tennessee, Luisiana, Texas y Misisipi.
La activista Magali Licolli describe la condición de los trabajadores de esta región: “Empecé a ver lo jodido que está la situación de los trabajadores. Venían pacientes a los que les robaban el salario, otros con discapacidades físicas por accidente laboral. Y me decían: ‘Es que me corrieron porque me accidenté y ahora no tengo trabajo’. Lo peor de todo es que no tenían ninguna prestación. Jornaleros que trabajaron más de 15 años en la misma compañía. Pero los desplazaron como si fueran desecho”.
“Pedir trato digno, salario justo, aguinaldo y vacaciones a las empresas polleras es condenarse a ser despedido, ellos ven a los trabajadores que se organizan como comunistas, los llaman rojos y no permiten que se organicen. Las iglesias, universidades y organizaciones sociales reciben dinero de los empresarios por eso no apoyan a los jornaleros avícolas”.
***
La banda destazadora de pollo en la empresa El Tyson aumentaba su velocidad. Entre los pasillos se escuchaban gritos y carcajadas de los jornaleros apurados por terminar el segundo turno. Marta había planeado comer pozole rojo con sus hijos, pero una fuga de amoniaco lo arruinó.
“Ese día estábamos trabajando en el empaque, de repente escuché los gritos de mis compañeros, primero estaban echando relajo entre ellos y se reían, pero uno gritó más fuerte para avisar que había fuga de amoniaco. El olor inundó todos los pasillos, no podíamos respirar. Unos empezaron a desmayar, entonces nos sacaron al patio, ahí nos tuvieron buen rato hasta que nos revisaron. Mis recuerdos son muy opacos porque el amoniaco nos ahogó a todos”.
El supervisor del área murió a causa de la fuga de amoniaco. En el patio muchos compañeros de Marta estaban intoxicados. No sabe cuántos trabajadores resultaron afectados, pero al menos la mitad de los presentes.
“Cuando llegaron las ambulancias nos prohibieron acercarnos a los paramédicos. El personal de seguridad impidió la entrada de los médicos con el argumento que todo estaba bien. Ellos se fueron y nosotros nos quedamos tirados ahí. Todo lo que te cuento pasó en la pollería El Tyson. Los trabajadores no denuncian, porque tienen miedo por su estatus legal”.
El horario de trabajo de Marta en El Tyson era de dos de la tarde a once de la noche. Ahí combinó las áreas de carne pre cocida y fría. Todo marchaba bien hasta que se lastimó de la rodilla por hacer mucha fuerza cuando se veía obligada a empujar pesadas cajas de pollo.
Dice que desde que empezó con el dolor en la rodilla fue al doctor, quien de inmediato ordenó que la operaran. Sin embargo, esto le trajo un problema, cuando la compañía se rehusó pagar la curación al hospital.
La pollera no tardó en tomar represalia en contra de la jornalera por los reclamos de que no le hayan pagado la curación. Así empezó el hostigamiento en su contra: “Me ponían a trabajar en la congeladora o en la línea, a cada rato me movían de ahí. Me sentí muy mal, recuerdo que un jueves, el supervisor me gritó al oído: ‘Marta no lo hagas así, hazlo movido’, no supe qué contestarle, me enojé tanto que mi cuerpo se paralizo, ya no pude caminar de tanto coraje”.
La gerencia no sólo hostigó a Marta por su reclamo, sino que puso en duda su palabra desde que fue hospitalizada por un derrame cerebral a causa del estrés por acoso laboral.
“Tuvieron el descaro de no creer que estaba enferma, mandaron un detective vigilarme para comprobar si era cierto que estaba enferma, duré un mes y una semana en rehabilitación en el hospital. Tengo pruebas de cómo me insultaban, como me agredían. No me quedó de otra que grabarlos cuando me humillaban”.
Por su estatus migratorio Marta tiene que sobrevivir con 400 dólares al mes:
“Con 400 dólares no sobrevives en esta ciudad, menos si tienes hijos. Tenemos que pagar casi 1000 dólares al mes la casa donde vivimos. Mi esposo y una hija sacan adelante los gastos. Soy residente legal, pero no soy ciudadana, antes cobraba de pensión 550, pero con el gobierno de Trump me quitaron 150 dólares. Ahora solo recibo 400 dólares ¿Qué voy hacer con este dinero?”.
Marta Patricia Hernández Díaz salió de su natal Morelia, Michoacán, cuando apenas tenía 17 años de edad y tres de matrimonio. Antes de salir de México estudió hasta sexto grado de primaria en la escuela Independencia.
Con la entrada en vigor de la ley de amnistía de Ronald Reagan en 1986, Marta consiguió residencia, pero no la ciudadanía, ella dice que no fue un regalo, sino que gracias a la lucha que dio al lado de César Chávez.
“Recuerdo cuando el supervisor de la compañía donde trabajábamos, Manuel Herrera, me dijo que arreglara mis papeles porque entró la ley amnistía. Es lo bueno que me dejó el campo. Mi esposo y yo anduvimos en las protestas que organizaba César Chávez, en ese entonces en California había muchos abusos, por eso nos unimos al movimiento, llevábamos cartelones, playeras. Ahora, en Oxnard, California, hay una estatua de César Chávez, él siempre nos pedía estar unidos y con la cabeza en alto que todo iba a estar mejor. Antes del boicot como plan para formar el sindicato, los rancheros nos pagaban lo que querían. Después de la lucha nos pagaron lo justo”.
Periodista ñuu savi originario de la Costa Chica de Guerrero. Fue reportero del periódico El Sur de Acapulco y La Jornada Guerrero, locutor de programa bilingüe Tatyi Savi (voz de la lluvia) en Radio y Televisión de Guerrero y Radio Universidad Autónoma de Guerrero XEUAG en lengua tu’un savi. Actualmente es reportero del semanario Trinchera.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona