18 septiembre, 2019
A dos años del sismo del 19S, muchas de las casas caídas y afectadas en Zacatepec, Morelos, ya están reconstruidas. La mayoría de ellas, con los mismos materiales y carencias estructurales con las que estaban hechas, excepto la de Miguel Popoca, hecha con materiales aptos para sostenerse sobre una grieta geológica
Texto y fotos: Arturo Contreras Camero
ZACATEPEC, MORELOS.- Con el sismo de hace dos años, en el 19S, casi todas las casas de esta calle se cayeron. Hoy muchas vuelven a estar de pie, algunas reforzadas, otras completamente nuevas. Sin embargo, si volviese a temblar, todas corren el riesgo de caer. Excepto una.
La casa de Miguel Popoca, a diferencia de las del resto de su cuadra, no es de ladrillos de concreto y lozas de cemento. Resalta en la calle por su peculiaridad: fue un contenedor industrial de carga. La enorme caja de metal, liviana y resistente, resulta el mejor material para un terreno relleno de escombros y desperdicios y que, además, es atravesado por una falla geológica.
A pesar de sus beneficios, ninguno de los vecinos quiso adoptar estas cajas para que fueran sus nuevos hogares. Incluso, en un inicio, el propio Miguel se mostraba reticente.
Hace dos años, al menos 15 casas de la calle Vía Central en Zacatepec, Morelos, quedaron afectadas. Todas, en la misma cuadra. En todo el municipio mil 300 casas sucumbieron ante el temblor. En esta cuadra, como en el resto del país, las tareas de reconstrucción tardaron casi un año en empezar, retrasadas por las elecciones y el cambio de gobierno.
“Estuvimos dos semanas afuera, sobreviviendo con cosas que nos empezaban a traer”, cuenta Vanessa Bustamante, cuya casa se desplomó en el sismo “Al principio estuvimos viviendo en carpas (donadas) de las de Cadena y de los chinos, todavía hay gente que sigue viviendo en ellas”, explica.
Los vecinos de esta calle primero recibieron el Fondo de Desastres Naturales, un fideicomiso del gobierno federal que entregó entre 15 y 120 mil pesos para que la gente comprara materiales para reconstruir sus viviendas, de acuerdo con el grado de daño. Con el cambio de gobierno, llegaron los apoyos de la Comisión Nacional de Vivienda, que bajo el mismo esquema repartía hasta 300 mil pesos.
Poco a poco, bloque a bloque, las casas de concreto con cimentaciones poco profundas, y pesados techos de loza volvieron a ocupar los vacíos que había en la calle con más afectaciones de todo Zacatepec.
Vanessa está segura que ésa es la peor forma en que la gente pudo volver a construir. El problema, según cuenta, se remonta a la creación misma de la colonia. Hace unos 80 años, la Vía Central no era una calle, eran las vías del tren, y a sus costados no habían casas, había un terreno empinado que terminaba en una cañada por la que pasaba un recodo del río Apatlaco, que cruza el estado de sur a norte.
“Mucha gente de la colonia llegó invadiendo lo que eran antes plantíos de cañas”, relata Vanessa mientras camina por la calle haciendo un recuento de las casas caídas. La gente empezó a llegar en el sexenio de Lázaro Cárdenas, cuando el michoacano mandó a construir el ingenio azucarero que aún hoy es una de las principales fuentes de trabajo de la región.
Vanessa recuerda que en los días del desastre, un amigo arquitecto suyo, José Luis, la contactó para saber cómo estaban ella y su familia. “Cuando llegó José Luis se fue de espaldas. ‘Me sentí muy chiquito’, me acuerdo que me dijo, porque no había ninguna casa por ningún lado”.
En esos días, Vanessa y José Luis se juntaron con otros voluntarios y formaron el colectivo de ayuda Tecalzintli, nutrido por las diferentes disciplinas, carreras y estudios de sus integrantes. Entre los 11 miembros hay arquitectos, constructores, maestros, antropólogos, geólogos y geógrafos.
El grupo decidió enfrentar el reto la reconstrucción pero con un acercamiento especial. En primer lugar, buscaban reconstruir a partir de las necesidades de la gente, según cuenta Israel Lira, uno de los antropólogos del colectivo.
En segundo lugar, el grupo buscaba que los materiales fueran los óptimos para el tipo de suelo y el clima de cada lugar. Con esta idea, el grupo recibió el apoyo del Fondo Levantemos México, organizado por el festival de documentales Ambulante.
Decidieron cambiar los materiales, cuenta Israel, porque las casas que han estado ofreciendo las empresas de reconstrucción para damnificados son pequeñas y frágiles.
“¡Son como de seis por ocho! (metros) Son cajitas de zapatos. Casas preconstruidas. No hacen losa de cimentación; meten armex (estructuras de varilla delgada apta para acabados, pero no para estructuras). Así bajan los costos.
“Este tipo de viviendas se construyeron cuando el huracán Wilma. No son habitables. La gente las acepta, y terminan siendo bodegas porque nadie quiere estar dentro de ellas, son muy calurosas para estos climas”.
En esta región las temperaturas rondan en primavera los 35 grados centígrados y en ocasiones han alcanzado los 40.
El tipo de material de estas casas, además, no es apto para el frágil suelo de relleno que hay en estas calles. “Aquí, por ejemplo, se les dijo que por la barranca no podían usar concreto”, dice Israel con cierta decepción.
Si un terremoto como el de hace dos años volviera a mover la tierra debajo de estas casas, es muy probable que el suelo debajo se deslave hacia la barranca. Provocaría la misma devastación. Ese es el beneficio de la casa hecha con contenedores: es una estructura sólida, si tiembla se hunde completa y no se desarma.
La meta del colectivo Tecalzintli era construir cuatro casas con materiales adecuados para cada tipo de suelo, pero, terminaron por solo construir una. No lograron convencer a los damnificados ante la idea de que vivir en una casa de concreto es un símbolo de progreso económico con el que asocian su patrimonio.
“El propio Miguel no quería una casa de contenedores, porque lo normal es tener una de concreto, por el estigma social”, explica Israel. “Es más fácil decir que voy a meter adobe que lamina o madera. Ahora imagínate un contenedor de metal”.
Israel asegura que esto se debe a la resistencia de las personas para aceptar materiales de construcción diferentes.
Algo así pasó con Miguel. Padre soltero de dos adolescentes y abuelo de dos niños. Su familia vive en una fracción de lo que fue el terreno de su padre. Esto hizo que Miguel no pudiera ser beneficiario de los programas sociales de reconstrucción. Estos fondos solo toman en cuenta un inmueble por por terreno, como el de Miguel es parte de un terreno más grande, con otras casas en él, no fue elegible.
Sin mucha opción de cómo volver a levantar una casa para sus hijas y sus nietos, Miguel aceptó la propuesta del contenedor. “Cuando llegamos a decirle que iba a ser una casa de un contenedor reciclado no se veía muy convencido”, cuenta Israel.
Antes de proponer la reconstrucción de las casas de la calle Vía Central, el colectivo Tecalzintli investigó el tipo de terreno. Geólogos y geógrafos determinaron que si tener una cañada y estar sobre un relleno de escombros no fuera suficiente, por debajo de esta calle hay falla geológica.
La primera reacción fue intentar reubicar a la población completa, pero tensiones internas entre los vecinos hicieron el traslado imposible.
Vanessa, preocupada, alertó a su familia para que no reconstruyera su casa con los mismos materiales, pero no tuvo éxito.
“Me doy cuenta ya que está mal construir así, que hay algo mal. Y les digo, pero no me escuchan. No es por gusto, o porque crea que se va a ver bonito, es porque no se van a caer”.
Nadie en la cuadra apostaba porque los contenedores fueran cómodos para habitar. Menos aún cuando casi enfrente del terreno de Miguel, la fundación Carlos Slim empezó a construir una casita de dos pisos de concreto y con patio trasero.
La finalidad del proyecto del contenedor no era hacer lo que Israel define como «un tequio social», trabajo comunitario y tejer lazos de confianza entre vecinos, pero también, evitar fraudes.
“Hubo mucha gente a la que les quitaron sus tarjetas”, asegura. “Hubo mucho robo. Llegaban unas personas y les decían: ‘usted deme 15 mil pesos de lo del Fonden o del Conavi y yo en dos semanas vengo a reconstruir toda su casa’”, cuenta Vanessa. Los supuestos constructores jamás regresaban.
“Por eso nosotros siempre a las personas con las que intentamos trabajar, siempre, les dijimos que ellos compraban todo el material, que el dinero lo manejaban ellos”. dice Vanessa.
Miguel ha participado en cada paso de la construcción de su casa. Él cortó pedazos de metal, de vigas, colocó pisos y aprendió a hacer instalaciones eléctricas. Ahora, mientras trabaja en el piso de una de las habitaciones, dice que su casa era casi igual.
“Eran dos cuartitos y un pasillito, donde estaba la sala y la cocina, solo que esa no era toda de metal. Era un techo de lámina con paredes de bloque”.
“Mi hermano Domingo, mis sobrinos y mi yerno, entre todos la hemos construido”. Sonríe mientras lo dice. Junto con el colectivo, cada domingo del último año, han ido construyendo el inmueble.
Después de tanto trabajo, Miguel ya se apoderó de la casa. Es algo que él creó. Es una vivienda que no solo resuelve su necesidad de un techo, sino que se basa en la habitabilidad del espacio, un concepto que toma en cuenta todo el medio que rodea e influye en cómo vive.
Contenido relacionado:
Damnificados del 19S en Morelos: “AMLO nos tiene que responder”
Dos años sin la escuela prometida
Periodista en constante búsqueda de la mejor manera de contar cada historia y así dar un servicio a la ciudadanía. Analizo bases de datos y hago gráficas; narro vivencias que dan sentido a nuestra realidad.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona