Con cumbia, sones y fandangos, cientos de familias celebraron la Independencia de México en un espacio reservado hasta hace 10 meses sólo para las familias presidenciales, en Los Pinos
Texto y fotos: Andro Aguilar
El jardín que rodeaba el exclusivo helipuerto presidencial usado hasta hace unos meses por Enrique Peña Nieto en Los Pinos se llenó de familias que zapatearon sones, fandangos y cumbias.
No fueron tantos. Para ser exactos: 4 mil 647, según un meticuloso oficial de policía, pero lo importante son los símbolos, destaca Dámazo Roldán, un sexagenario ingeniero civil que descansa bajo la sombra de un árbol.
“Es un acto de justicia para permitir a todas las personas, aún cuando sean de bajos ingresos, asistir a un espacio agradable y digno”.
Los asistentes salieron contentos de celebrar la Independencia de México con música de las periferias, que difícilmente podría haber entrado en años previos en esos espacios.
En el programa destacó la presencia de la Ronda Bogotá, la banda del regiomontano Celso Piña, que ya tenía agendado el concierto desde antes de morir de forma sorpresiva el pasado 21 de agosto.
La agrupación de vallenatos y cumbias al estilo colombiano cerró una jornada precedida por música tradicional de distintas regiones del territorio mexicano.
No es la primera vez que la cumbia de Celso Piña se escucha en una celebración federal de la Independencia de México. Sonó dentro de Palacio Nacional, durante las fiestas del Bicentenario, en 2010. Aquella ocasión, cinco integrantes del grupo actuaron ante Felipe Calderón, los expresidentes Carlos Salinas de Gortari y Vicente Fox, y cientos de invitados exclusivos, principalmente integrantes del partido en el poder.
Dice el vocalista de la Ronda Bogotá, conocido como Canito Man, que estaban “baile y baile”, las seis piezas ensambladas con una orquesta de la Marina.
“Al final, como quiera, ésta fiesta es para todo el pueblo”, dice en referencia a que la de este domingo era abierta al público en general.
El arpista Pável Romero Solís, del Conjunto Arpa Grande del Altiplano, de la Tierra Caliente de Michoacán, explica que no existen muchos espacios para la música tradicional creada siglos atrás, que interpreta su agrupación.
Ésta fue una presentación en un escenario muy distinta a la que realizan de forma cotidiana, para las que hacen un hoyo en la tierra y colocan una tabla sobre la que bailan. Tocan en bodas, fiestas de 15 años y hasta velorios. Los instrumentos son un arpa grande, dos violines, una guitarra y un arpa se percute para zapatear sones y jarabes.
“El abuelo, el tatarabuelo, el origen del mariachi es esta música que traemos nosotros que es la de arpa, es la esencia de la música de rancho no folklorizada que se escucha en las estaciones de radio”.
Pável interpreta como un gesto político la inclusión de esta música en el programa: “El jarabe es una bandera que usaban los independentistas para romper con las formas clásicas de música. Es genial que 300 años después está un conjunto de arpa tocando en un evento el gobierno”.
La posibilidad más grande de que esta música haya entrado antes a Los Pinos, admite Pável, sería durante la presidencia del michoacano Lázaro Cárdenas, originario de Jiquilpan, aficionado a estos ritmos.
El jarocho Diego Almazán, de la agrupación Yacatecutli que toca sones y fandangos de Otatitlán, Veracruz, califica la entrada de esta música a Los Pinos como un hecho histórico. Habla de una especie de equidad que dignifica la música para escucharla en grandes escenarios.
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A la fiesta en Los Pinos llegaron personas solas y familias completas, como Luis González, un ingeniero en sistemas de 31 años, que no alcanzó a ver a Celso Piña en vida, pero que aprovechó para conocer dónde habían vivido sus expresidentes.
“Es un espacio que durante mucho tiempo se ha pagado con nuestros impuestos y estaba destinado para unas cuantas personas, está muy bien que se haya abierto para gente de cualquier origen”.
Durante el día, asistentes al complejo cultural, con playeras de la selección mexicana de futbol, máscaras de luchadores, moños tricolores o amplios sombreros de charros, acudieron más por curiosidad. No todos aguantaron la resolana de la tarde.
La secretaria de Cultura Alejandra Frausto y el director del IMSS, ahora encargado de la Comisión para estas celebraciones, presentaron la jornada espectáculos.
Ella destacó la la participación de artistas de al menos seis estados: Oaxaca, Veracruz, Chiapas, Tlaxcala, Coahuila, Nuevo León, y manifestó su deseo de que en medio siglo esta celebración sea recordada como un día de paz en la que la gente baila dentro de un lugar jamás imaginado.
“Ojalá que en 50 años haya germinado en otra generación los espíritus de ahora de libertad, de inclusión. Nadie debe quedar atrás en la diferencia, está es nuestra riqueza”.
Zoé Robledo, en tanto, reiteró que el gobierno federal busca resignificar los espacios que antes eran privilegio de unos cuantos.
“Era la representación máxima de un gobierno hacia adentro, cerrado, lejano, frío frente a la gente. Son épocas históricas y hay que vivirlas con ese ánimo y la alegría de saber que las páginas que se escriben hoy serán leídas dentro de muchos años”, dijo.
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La cumbia llegó con la China Sonidera de Oaxaca. Pero explotó con La Ronda Bogotá que convirtió el concierto acordado meses atrás en un homenaje para su fallecido líder.
Algunos se descalzaron para sentir el pasto en las plantas de los pies mientras movían las caderas. Otros, vestidos entre charros y vaqueros, bailaban cumbia colombiana sin que las botas picudas desentonaran.
Y efectivamente, con la cumbia, en el Día de la Independencia, muchos espontáneos se liberaron.
Desde horas antes, Jorge Cortés Blancas, autodenominado artesano plástico, aguardaba recargado en una reja a que empezara el homenaje a su ídolo Celso Piña.
Electricista de oficio, damnificado de la desaparición de Luz y Fuerza del Centro por parte de Felipe Calderón – “al que no le deseamos nada bueno”, dice- tiene el mismo peinado, bigote y cejas tupidas que el fallecido músico. Pero este hombre de 64 años de edad fabrica sus instrumentos musicales con desechos industriales de metales, madera y plástico.
Su parecido con Celso Piña le acarrea solicitudes de selfies. Él posa contento, canta, repite frases conocidas del músico.
“Un saludo para el Celso pirata”, lo bromea el vocalista Canito Man. Y Jorge se inclina hacia un costado con su acordeón. Sonríe, pese a que le negaron subir al escenario como en 2017 durante un concierto.
Pero no todos los asistentes alcanzaron a ver la presentación estelar.
Enea Osorio, una programadora industrial de 23 años, llegó con su mamá y su hermana poco antes de las cinco de la tarde. Bailaron cumbia con ímpetu en una rueda espontánea con otras mujeres durante una hora.
Son de Ecatepec, a dos horas de distancia de la Ciudad de México, pero se hospedaron en un hotel para quedarse sin prisas a las celebraciones patrias. Este lunes verán el desfile militar.
“Venimos acá porque hay mejor vibra, más seguridad, más actividades», dice la joven con unas pestañas postizas tricolores.
Tuvieron que salir corriendo de Los Pinos rumbo al Zócalo para poder ver el primer grito de López Obrador. Tienen una alta expectativa. “Los otros estaban como muy secos muy fríos”.
Muy posiblemente no llegaron. El Zócalo llevaba al menos una hora repleto de gente que presenciaría el grito de Independencia.
La cumbia en Los Pinos terminó poco antes de las nueve de la noche. Y el helipuerto de Peña Nieto volvió a estar vacío.
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