Texto y fotos: Ximena Natera
El estimado de armas de fuego que existen en todo México es de 16 millones. En la capital, comenzó el programa gubernamental de desarme, que busca pacificar a través del canjeo de armas por dinero.
Ésta es la primera entrega de una serie que retrata cómo el gobierno de la Ciudad de México busca fomentar la cultura de paz entre la ciudadanía
Ciudad de México.- Un maestro encontró una pistola entre las cosas de un estudiante adolescente. A finales del 2018, Verónica Valentín asistió a una junta en la escuela secundaria de su hijo, en Iztapalapa; una reunión convocada de emergencia, los directivos les informaron del hallazgo del profesor.
Les dijeron que el incidente no había pasado a mayores, pero Verónica quedó sacudida.
“Lo manejaron muy en privado, sólo a los padres”, narra la mamá y dice que por varios días se la pensó entre contárselo o no a su hijo. “Al final hablamos con él”. Le preguntaron cómo se sentía, si era algo que los estudiantes sabían, si se sentía seguro en la escuela. “Sólo nos dijo que tenía miedo”, cuenta la mujer.
La alcaldía de Iztapalapa en la Ciudad de México es una de las más pobladas, lleva una década en los primeros cinco lugares con mayores índices de marginación. Según el Coneval, el 30.5% de sus pobladores son pobres y casi el 2% sufre pobreza extrema. Iztapalapa es también uno de los primeros lugares en muertes por armas de fuego.
En diciembre del año pasado, el periódico La Razón registró 12 asesinatos en el transcurso de un fin de semana en esa demarcación, una cifra que contrasta con la media capitalina de 3 homicidios diarios.
Esta alcaldía ubicada en el sureste de la ciudad fue elegida como la segunda parada del programa de desarme voluntario “Sí al desarme, sí a la paz”, uno de los ejes centrales de la nueva administración en la ciudad para erradicar la violencia y la criminalidad.
“Nuestra intención es desarmar la ciudad”, dijo la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum durante el arranque del programa en el atrio de la Iglesia del Santo Sepulcro. Antes de llegar a Iztapalapa, el módulo de desarme trabajó en el atrio de la Basílica de Guadalupe, en la GAM por una semana.
El programa, organizado por la Secretaría de Gobierno de la CDMX y apoyado por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), consiste en recibir las armas de los ciudadanos y otorgar una remuneración económica que puede llegar hasta los 18 mil pesos en efectivo. Ahí mismo, las personas pueden ver cómo se destruyen sus armas, un espectáculo que atrae a los vecinos que pasan por el lugar.
En dos semanas que lleva el programa se han intercambiado 457 armas, entre pistolas y rifles, además de una veintena de granadas y casi 500 mil cartuchos. Como contraste, esta cifra es mayor a la recaudada en 2018 por la policía capitalina.
El desarme voluntario es un mecanismo avalado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y ha sido usado en regiones que se encuentran en procesos de paz tras guerras como en El Salvador de los años 90 o Colombia en 2016, aunque también se utiliza en países sin conflictos armados pero con altos índices de posesión de armas como Estados Unidos.
De acuerdo con el Estudio de Armas en Manos de Civiles, la cantidad de armas ha aumentado drásticamente desde la década de los 90 por la globalización y la apertura del mercado. Desarmar al mundo es una tarea compleja, el estudio detalla que por lo menos 857 millones de armas han sido compradas y vendidas por civiles y que sólo el 10% de estas están registradas.
En México, el programa no es nuevo, ha sido adoptado por las últimas dos administraciones capitalinas e incluso existe una versión federal a cargo de la Sedena desde 2003. Sin embargo, el precedente no es alentador. En 2017 la Sedena recuperó, en todo el país, poco más de 6 mil armas, una cantidad que palidece contra el estimado nacional de 16 millones de armas en manos de civiles, de acuerdo con el estudio. Esta cifra coloca a México en la posición número 7 dentro del ranking mundial de posesión de armas de fuego por civiles, según la organización Small Arms Survey.
¿Cuántas armas se mueven en la Ciudad de México? No lo sabemos, pero su presencia se refleja en la forma en la que los ciudadanos matan y mueren. Según la Comisión Mexicana de Defensa y Protección de los Derechos Humanos (CMDPDH), las muertes por arma de fuego en el país crecieron un 570% desde el año 2000, dos de cada tres homicidios son con armas.
En Iztapalapa los vecinos reconocen este fenómeno:
“Carnaval que hay, balacera que llega”, dice Elvira Salas, vecina y trabajadora de la alcaldía durante la presentación del programa de desarme. “También a cada rato escuchamos que tal criatura murió porque entró una bala a la casa y lo mató, o que a al hijo del vecino lo asaltaron, traían pistola y ahí quedó… es todos los días y puede pasar en cualquier momento”, cuenta Salas.
Francisco Rivas, director del Observatorio Nacional Ciudadano, explica que la Ciudad de México siempre ha tenido altos índices de criminalidad, la introducción de las armas de fuego y su fácil acceso transformaron los métodos y el saldo de los delitos.
Aunque Rivas está de acuerdo con muchas de las medidas que la administración de Claudia Sheinbaum y su gabinete han propuesto en materia de seguridad, considera que el programa de desarme no es efectivo para sacar de circulación las armas con las que se cometen los delitos.
“Para desarmar al país hay que parar el ingreso de las armas por la frontera, cada año entran más de 213 mil armas ilegales, no tiene precedentes”, dice Rivas en entrevista y explica la urgencia de crear políticas que apunten a bloquear el flujo de armas a través de la frontera y la necesidad de evitar que se distribuyan por el territorio.
Esas armas no llegan a los módulos de desarme. Lo más común es encontrar revólveres viejos, escopetas de caza y tesoros familiares que datan de la Revolución. En la alcaldía de Gustavo A. Madero, por ejemplo, los miembros de la Sedena quedaron estupefactos cuando una mujer, que prefirió contar su historia anónimamente, sacó de una bolsa de mandado un artefacto explosivo que definitivamente era antiguo. ¿Qué tanto? No supo decir, pero lo recordaba en su casa desde que era niña. La gente en la fila para el avalúo de armas se juntó para inspeccionar de cerca.
“Es una granada”, dijo uno. “No, es mucho más grande que una granada”, respondió otro.
“Yo creo que es de esos de las bazucas”, dice la mujer mientras detenía por la base lo que parecía un cohete de metal de unos 30 cm de alto y, aunque oxidado, todavía mantenía el distintivo color verde militar.
Cuando escuchó del programa de desarme decidió deshacerse de la reliquia familiar que había pertenecido a su padre, un militar.
“Alguna vez un vecino me ofreció 800 pesos por ella, pero esto es peligroso y yo no se dónde pueda terminar… un par de pesos extra no lo valen”, contó la mujer.
Los motivos de la mayoría siguen esa línea:
“Aunque me siento más seguro con las pistolas, es una forma de quitarme la tentación cuando me peleo con los vecinos”, dice *Rodolfo, de 75 años, quien entregó cuatro pistolas, un regalo de bodas hace 45 años.
“Cada vez me hago más viejo y no quiero dejarle a mis hijos la responsabilidad de deshacerse de esta cosa”, cuenta *Jorge, quien canjeó una escopeta heredada de su abuelo;
“Ayer saqué las pistolas y nos juntamos todos en el comedor a verlas y limpiarlas, yo no estaba seguro de venir a traerlas pero mi hijo insistió que las quería y decidí que lo mejor es sacarlas de la casa”, dice Ernesto, un hombre de mediana edad, vecino de la GAM.
El programa, sin embargo, no apunta a desarmar las violencia causada por la delincuencia, sino “reducir los accidentes fátales en el hogar y contribuir a la construcción de una cultura de paz”. A pesar de que el gobierno capitalino presume que el número de armas recuperado supera en cantidad a los decomisos hechos por la policía, las recuperaciones de la corporación impactan directamente en la violencia en las calles.
Una de las particularidades más reconocidas del programa “Sí al desarme, sí a la paz” es la creación de brigadas informativas que utilizan a casi mil personas para recorrer casa por casa para hablar con los ciudadanos que muchas veces se muestran desconfiados; otra es el canje dirigido a niños, a quienes se les intercambian armas de juguete por otros juegos.
Abel, de 12 años, y su hermano Diego, de 8, se despidieron con pesar de sus rifles Nerf, un regalo de Día de Reyes de hace tres años. A cambio recibieron un carrito de Rayo McQueen y un juguete de Minecraft.
—¿Por qué decidieron venir a dejar sus armas?
—Porque ya me aburrió.
—¿Y tienes más en casa?
—Sí, pero esas todavía las ocupo.
Cuenta que con su hermano y sus vecinos juegan a la guerra de zombies y necesitan las armas para ganarla.
*Los nombres de los testimonios fueron cambiados a petición suya, por temor a ser discriminados por acudir al programa.
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