Un refrigerador abandonado se transforma en símbolo de esperanza en Sinaloa. A través del proyecto BiblioRefri, Laura Vizcarra combate la violencia con libros, arte y comunidad, llevando bibliotecas recicladas a ocho países latinoamericanos
Texto y fotos: Nelly Segura
GUADALAJARA. – La risa llega primero. Una risa contagiosa, luminosa, de esas que rompen el hielo antes de que existan preguntas formales. Estamos en la FIL 2025 y frente a mí, Laura Vizcarra posa orgullosa junto a un refrigerador convertido en biblioteca libre. El aparato, intervenido con colores intensos, parece más una escultura que un electrodoméstico reciclado. Un refrigerador en medio de miles de libros.
“¿A poco no está precioso?”, dice ella, dándole un suave golpecito como si fuera un viejo compañero de aventuras. Reímos las dos, sorprendidas de que algo tan común —un refri abandonado— pueda transformarse en un símbolo de comunidad, arte y resistencia.
Laura Vizcarra, presidenta de la Fundación Hoja Viva y creadora del proyecto BiblioRefri – Lectura Fresca, comenzó esta historia en Guasave, Sinaloa, donde los refrigeradores tirados en caminos rurales parecían parte del paisaje.
“Los veía ahí, abandonados, y pensaba: ¿por qué no convertir uno en biblioteca libre? Si ya estaba ahí, muerto, ¿por qué no darle una segunda vida para ofrecer algo vivo: lectura?”
Así nació BiblioRefri: un proyecto autosustentable que funciona con donaciones, colaboración comunitaria, artistas que intervienen las superficies y vecinos que adoptan el mantenimiento. No hay compras ni patrocinios millonarios: solo voluntad, creatividad y trabajo colectivo.
En algún punto de la conversación surge la comparación inevitable con Little Free Library, el proyecto estadounidense y canadiense que instaló pequeñas casitas de madera para intercambiar libros.
“Sí, claro que lo conozco”, dice Laura con serenidad. “Es un proyecto hermoso. Pero lo nuestro es distinto. Es mexicano. Nació en comunidades rurales, en condiciones adversas. Y ahora está en ocho países de Latinoamérica. No copiamos la idea: adaptamos una necesidad a nuestro contexto, nuestra realidad y nuestros recursos.”
La diferencia es nítida: aquí no se construyen casitas nuevas; aquí se rescatan objetos destinados al abandono, se intervienen con arte local y se convierten en bibliotecas libres que representan identidad, territorio y creatividad colectiva.
Hablar de Sinaloa implica reconocer un entorno complejo.
Ahí, los jóvenes crecen en un estado donde la violencia no es una noticia aislada, sino una presencia cotidiana: retenes, desapariciones, reclutamiento forzado, conflictos entre grupos criminales, normalización del miedo y la desconfianza.
“Muchos chavos sienten que tienen pocas opciones”, dice Laura. “Que su destino está marcado por lo que pasa alrededor. Y eso duele… duele mucho.”
Cuando lo dice, su voz cambia. Se humedece.
Y entonces, sí, aparece el llanto que se había mantenido escondido.
“Perdón… pero cuando hablo de ellos me gana la emoción. Yo sé lo que están viviendo. Y cuando veo que un libro los toca, que los saca por un rato de la violencia, que les abre una ventana hacia un mundo posible… es imposible no llorar.”
Respira hondo. Recupera la sonrisa.
“Los jóvenes de Sinaloa tienen un corazón enorme. Solo necesitan oportunidades.”
Uno de los momentos más memorables del proyecto ocurrió cuando los dibujos de unos niños de una escuela rural —que habían intervenido un BiblioRefri— fueron expuestos en Nueva York.
“Cuando les enseñé las fotos, no sabían si reír o llorar. ‘¿Mis dibujos allá?’, me decían. Imagínate lo que eso significa para un niño que vive rodeado de violencia o pobreza: descubrir que lo que hace tiene valor, y que puede viajar más lejos que él.”
Ese es el tipo de transformación que Laura insiste en nombrar: la posibilidad de imaginar otra vida.
El proyecto creció tanto que hoy cada BiblioRefri tiene un micrositio donde se registran donaciones e intercambios. Una plataforma que permite saber qué se lee en Guasave, qué piden los niños de Bogotá o qué géneros circulan más en Chile.
Pero el sueño de Laura va más allá de la tecnología.
“Quiero una red mundial de bibliotecas libres hechas con refrigeradores reutilizados. Una en cada comunidad marginada, en cada colonia, en cada escuela sin recursos. Que abrir una puerta —una simple puerta de refri— sea una invitación a entrar a otro mundo.”
Miro el BiblioRefri a su lado: colorido, vivo, lleno de historias. Pienso que quizá la verdadera metáfora es esa: un objeto pensado para guardar frío, convertido en un refugio cálido contra la violencia y el miedo.
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