Prince Faggot es una meta utopía futurista de la realeza británica que narra la historia ––como el título de la obra lo infiere— de un príncipe marica. Y la familia real está compuesta por personajes nada convencionales en esta tragicomedia en un acto
Por Évolet Aceves / X: @EvoletAceves
La obra teatral Prince Faggot, del dramaturgo y novelista canadiense Jordan Tannahill, es una obra que está causando sensación en Nueva York. Actualmente se extiende, por tercera vez, en el Studio Seaview, teatro de Off Broadway en Manhattan.
Prince Faggot es una meta utopía futurista de la realeza británica que narra la historia ––como el título de la obra lo infiere— de un príncipe marica. Y la familia real está compuesta por personajes nada convencionales en esta tragicomedia.
Me explico con meta utopía futurista: la historia está basada en el año 2032, el reparto está conformado por una reina que en la vida real es una mujer trans (Rachel Crowl), un rey que es un hombre negro (K. Todd Freeman), una princesa que es una mujer trans negra (la actriz cambia dependiendo la temporada, este personaje también interpretará en otras escenas el rol de la servidumbre), el actor David Greenspan interpretará al mayordomo de la casa y a la vez interpretará a otro enorme personaje: la experta en relaciones públicas ––una especie de Anna Wintour, fabulosa, desdeñosa y, naturalmente, muy bien ataviada; a mi parecer, la mejor actuación––, uno de los dos protagonistas: el príncipe, un joven blanco gay (interpretado por John McCrea), quien a su vez introduce a su novio (interpretado por el actor británico de ascendencia hindú, Mihir Kumar) con el resto de su familia, a quien conoció en el colegio.
En la historia se irá desarrollando el crecimiento del príncipe junto a constantes obstáculos con el abuso de drogas, de relaciones de pareja e intrafamiliares.
Es una obra meta teatral porque, si bien sigue un diálogo escrito por el dramaturgo, también está conformado por fragmentos de la vida real de cada uno de los actores. Es decir, los actores involucran parte de sus vidas en momentos específicos de la obra.
Al inicio, por ejemplo, varios de ellos presentan en una proyección una fotografía suya de infantes. Hablan sobre el contexto de esa fotografía, la edad que tenían, y la específica relación de esa imagen con su orientación sexual o su identidad de género, pues cabe resaltar que todo el reparto pertenece a la comunidad LGBTQ+.
Me parece una obra valiosa porque ningún diálogo parece estar desperdiciado. Es una obra en un solo acto y con una duración de dos horas y media, algo rarísimo en nuestros tiempos; y sin embargo el cuerpo no pide descanso. El público está atento, el sanitario puede esperar. Fue chistoso notar a un público queer en su casi totalidad.
No me la esperaba pero hay escenas candentes en más de una ocasión. Una fornicación entre el príncipe y su novio, con cama y todo, en medio del escenario ––obviamente fue una fornicación simulada, aunque muy bien simulada.
El ingenio de esta obra radica en la creatividad en la dramaturgia ––el sentido del humor afloraba de manera constante, aunque también el melodrama estaba presente–– y en el pulcrísimo manejo de la escenografía y la iluminación. A menudo luces tenues, especialmente en aquellas escenas de desnudos, lo cual me fascinó porque esa luz tenue dibuja las siluetas de los musculosos cuerpos de los actores.
La dirección estuvo a cargo de Shayok Misha Chowdhury.
Lo desafortunado de esta obra radica en dos aspectos. Comienzo por la primera, que creo que no depende de la obra sino del teatro, el Studio Seaview. Esa primera fila no debería estar ahí. La primera fila debería estar en donde estaba la tercera, o más bien, el escenario debería estar más abajo. Las primeras dos filas no terminan de apreciar la totalidad del escenario.
El segundo aspecto que no me gustó: de la actriz que interpreta a la princesa negra / la servidumbre, creo que sale sobrando la reiterada cantaleta de sus múltiples intersecciones, que para colmo, como es tan común, terminan recayendo sobre el ballroom. En más de dos ocasiones mencionó rumbo al final “todo este tiempo han estado frente a una princesa, sí, frente a una princesa del ballroom, porque he ganado estos y estos premios en el ballroom… Todo este tiempo han estado frente a una princesa”. Ok, ¿y? Aparte de que en algún momento por ahí se puso a voguear en el escenario. Todo eso me tiró el entusiasmo, la fantasía en la que había permanecido durante las dos últimas horas. Un poco desafortunado y bastante fuera de tono. Los aplausos se vuelven forzados cuando hay una “magistral” demostración en un espacio descontextualizado. Si el propósito era ese panfleto, me hubiera gustado más ver alguno más actualizado, más ad hoc, más útil para los tiempos actuales. Por ejemplo, ¿una actriz trans/travesti, latina, latina, de nacionalidad solamente latina?, por ejemplo.
X: @EvoletAceves
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everaceves5@gmail.com
Évolet Aceves es cuentista, novelista, poetisa, cronista y ensayista. Autora de la novela Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Periodista cultural, fotógrafa con dos exposiciones individuales. Escribe su columna en Pie de Página. Ha vivido y estudiado en Toluca (México), Varsovia (Polonia), Albuquerque (Nuevo México, EEUU) y Nueva York, donde actualmente reside con la beca GSAS otorgada por la Universidad de Nueva York, donde también da clases. Colaboradora en revistas y semanarios: Dominga (Milenio), El Cultural (La Razón), Nexos, Replicante, Este País, entre otros. Su obra ha sido presentada en ferias del libro y universidades de México, Estados Unidos, Polonia y Alemania.
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