Los infundios ganan popularidad en América Latina, los crímenes cometidos durante las dictaduras militares o los conflictos internos son negados por políticos y figuras públicas. La derecha arriba al poder negando sus propias fechorías
Por José Ignacio De Alba / X: @ignaciodealba
Las derechas son antidemocráticas, se sabe. Pero también son expertos anestesistas. Últimamente han prosperado visiones que niegan la realidad latinoamericana. Desde Argentina, con Milei haciendo una edición de la historia reciente del país. Hasta Colombia, donde un congresista se burla abiertamente de las madres de desaparecidos.
La reinterpretación de la historia tiene adeptos, como si la realidad pudiera contarse por elección popular. Los hechos son negados, minimizados y hasta justificados. Los efectos de estas campañas son duraderas en la memoria colectiva. Pero también entorpecen la justicia e imposibilitan la reconciliación.
El concepto de negacionismo se forjó en Europa en los tiempos de posguerra. Fue una herramienta para volver a revivir el facismo, sin culpa moral. Las ediciones negacionistas tenían un respaldo pseudocientífico. Autores, como Paul Rassiner, que se presentaron como historiadores publicaron textos para negar el holocausto cometido por los Nazis.
Aún hoy, en Europa y América hay personas que consideran falsas la violencia contra el pueblo judio. Es paradójico, que esa misma línea de conservadurismo, participe ahora del exterminio organizado contra el estado Palesitno.
La modernidad permite ahora editar la realidad en vivo. Para una parte del mundo -aun para las instituciones occidentales- nada parece suceder en Oriente Próximo.
En países del Cono Sur, los regímenes militares de las décadas de 1970 y 1980 dejaron miles de torturados, muertos y desaparecidos. A pesar de la evidencia y los testimonios vivos sobre el tema, hay líderes y personas que restan importancia a lo sucedido. El propio presidente, Javier Milei, pone en duda la cifra de 30 mil desaparecidos que hay en el país. Lo que ha provocado una abierta confrontación contra las Madres de Plaza de Mayo y un sector de la población.
En Centroamérica también hay voces negacionistas, sobre todo militares y políticos que se rehúsan a dar cuenta de su participación en crímenes contra las poblaciones de su propio país. En toda la región hay estructuras intocadas, aún después de procesos democráticos.
Desde hace unas semanas, en Colombia, el congresista Miguel Abraham Polo Polo se ha burlado de madres y ha negado la cifras de los llamados falsos positivos. Las burlas del congresista intentan manipular a la opinión pública sobre lo sucedido contra la población civil.
Lo que esconde esa actitud es la responsabilidad que tiene Álvaro Uribe en las ejecuciones de 6 mil 402 jóvenes de zonas populares, haciéndolos pasar como guerrilleros muertos en combate.
La semana pasada, la Jurisdicción Especial para la Paz publicó por primera vez los nombres de mil 934 víctimas de ejecuciones extrajudiciales por parte de las Fuerzas Armadas, como homenaje a las familias de los llamados falsos positivos.
Sin embargo, el negacionismo sigue permeando en redes sociales y entre líderes opositores al gobierno de Gustavo Petro. La ocultación del pasado no solo se vive a través de discurso públicos, hasta los sistemas educativos rara vez hacen mención de la violencia trazada por los gobiernos autoritarios.
La impunidad es el efecto más obvio de los infundios. Pero el negacionismo logra, también, allanar el camino a políticos de derecha que promueven una concentración de poder desigual, al tiempo que desmantelan el estado de bienestar. La promoción de la antihistoria le da una segunda oportunidad al facismo para gobernar.
Está en los movimientos ciudadanos contrarrestar el negacionismo. Con la defensa del pasado, no solo se arropa a las víctimas, se construyen sociedades más democráticas y se garantiza la no repetición.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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