El equipo Tsumat, que vende sus productos artísticos en Papantla, Veracruz, resiste los estragos del cambio climático y el auge de productos elaborados industrialmente
Texto: Paola Flores Solis
Mentoría: Zorayda Gallegos
Foto: Cortesía de Gloriella Jiménez
En 2015, tres artesanas de Papantla, Veracruz, decidieron unirse para preservar sus técnicas ancestrales. Formaron un equipo de trabajo al que llamaron Tsumat, que significa “muchacha” en Totonaco y emprendieron la venta de artesanías elaboradas por ellas mismas.
Hoy, ese grupo se encuentra integrado por una decena de mujeres y hombres. Sus miembros trabajan con barro negro, vainilla, café, filigrana de papel, tintes naturales, bambú y jonote (árbol endémico empleado para textiles). También elaboran bordados y muñecas totonacas.
Gloriella Jiménez Hernández, fundadora y coordinadora de Tsumat, explica que el propósito del grupo es compartir su cultura mediante sus artesanías, pero este objetivo se ha visto obstaculizado ante la presencia de productos importados que han llegado a la zona donde venden sus artesanías.
Papantla forma parte del Totonacapan, una amplia región que abarca varios municipios de los estados de Veracruz y Puebla. Es conocido porque aquí se ubica la zona arqueológica del Tajín y cada año se realiza la Cumbre Tajín, festival reconocido en 2012 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) por las buenas prácticas para la conservación de la cultura.
Esta zona distinguida por su cosmovisión totonaca se encuentra amenazada por factores como la pérdida de hablantes de totonaco. El porcentaje de la población hablante disminuyó drásticamente de 12.5 en el 2010 a 0.3 en el 2020, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
En la última década, además se ha hecho presente una nueva amenaza contra esta cultura: la comercialización de productos que se hacen pasar por artesanías.
Los productos artesanales en Veracruz están protegidos por la Ley de Fomento a la Actividad Artesanal que entró en vigor el 12 de febrero de 2020 y que establece que una artesanía es “una obra creada por medio de un trabajo que, con materias primas naturales o industriales, realiza el artesano de forma preponderantemente manual, no equiparable a la producción del sector industrial y que es considerada como una manifestación cultural y tradicional”. Esta ley, además, reconoce a las artesanías como factor indispensable para la conservación de la cultura, el autoempleo y el desarrollo económico sustentable del pueblo veracruzano.
Elizeth Rivera Atzin, artesana y productora de vainilla y café, trabajó en la zona arqueológica del Tajín durante ocho años y asegura que existía un acuerdo que establecía un área designada para vender productos como frutas, tamales y esencia de vainilla artificial. Sin embargo, en una visita que realizó en el año 2019, identificó que esos productos se vendían de manera indiscriminada dentro de la zona y no sólo eso, sino que otros productos se vendían como “artesanías”, aunque en realidad se trataba de artículos importados, elaborados en fábrica.
El problema no es que se comercialicen estos productos, asegura Jimenéz Hernández, sino que los intentan hacer pasar por artesanales: “Cuando tú comercializas, compras y vendes, como por ejemplo la mayor parte de la zona arqueológica comercializa, o sea, vemos que llegan las camionetas, sacan las playeras, las blusas, las faldas, todo ya en una producción en serie… También es válido, o sea, todo es válido mientras seamos veraces, verídicos en lo que nosotros estamos vendiendo”.
Jiménez Hernández explica que el objetivo de la venta de esos productos es meramente comercial. En cambio los de ella y los demás artesanos de la zona se distinguen por derivar de un proceso artesanal que inicia con la extracción local de los materiales como el barro, momento que va acompañado de un agradecimiento a Kiwíkgolo, el señor del monte, a quién como parte de su cosmovisión totonaca le tienen respeto por ser el dueño de la naturaleza y culmina en la manufacturación de artesanías con las técnicas heredadas por sus ancestros.
“Cuando te decimos: mira este lápiz es de Mechita, es porque ella lo hizo, es porque ella tiene el conocimiento de su abuela, de su tía, de su mamá en el bordado, en armado, en ese tipo de técnicas” afirma la artesana.
Dice que el turismo que llega a la zona en busca de artesanías no sabe identificar una pieza auténticamente artesanal. Jiménez Hernández resalta que muchas veces creen que la pieza está hecha ahí sólo porque lleva la leyenda Papantla.
Al auge de los productos comerciales ha contribuido el costo, “la gente siempre se va por lo más económico”, asegura la artesana.
Otro desafío que ha enfrentado el equipo de Tsumat es la pérdida de biodiversidad en la zona, necesaria para la obtención de insumos con los que elaboran las artesanías que venden.
Elizeth Rivera Atzin, productora de café, vainilla y miel melipona, asegura que desde hace 10 años los efectos del cambio climático han afectado los cultivos.
Ella comenzó con esta actividad en 2019, año que recuerda por la sequía que aconteció. Con las vainas de vainilla elabora aretes, pulseras, figuras y rosarios, sin embargo el proceso para obtener las vainas es de más de tres años.
La vainilla, cuyo nombre científico es Vanilla planifolia, es una orquídea que da flores cada dos años. Rivera explicó que con el paso del tiempo han dejado de existir sus polinizadores naturales, por lo que la polinización se lleva a cabo de forma manual, y el fruto crece en nueve meses.
Al cortarse el fruto, éste es de color verde. Para lograr su característico color café, las vainas se ponen al sol y se resguardan para que produzcan vainillina, compuesto que le da su aroma y sabor. Después de ese proceso, la vainilla es flexible para la producción de artesanías.
Rivera contó que la floración de la vainilla es durante los meses de marzo y abril, pero este año debido a las altas temperaturas y la escasez de lluvia hubo un desfase y las plantas tuvieron flores hasta mayo. Además el fruto no se formó en la mayoría de las plantas, por lo que será muy poco lo que se recuperará esta temporada, afirma.
Una parte de las vainas se destina a las artesanías, mientras que otra se emplea para la producción de extracto, también amenazado por la industrialización.
Rivera puntualiza que la venta de esencia en centros comerciales suele confundirse o quererse hacer pasar como extracto de vainilla. Sin embargo la calidad es distinta.
El sabor y el aroma de la esencia se debe a una mezcla de químicos y es más económica: se vende el medio litro en 60 pesos, mientras que el medio litro de extracto verdadero cuesta alrededor de 800 debido a todo el proceso que involucra.
El Consejo Totonaco de Organizaciones y Comunidades (COTOOC), es una institución de gobernanza indígena presidido por los abuelos, un grupo de adultos mayores reconocidos como las autoridades tradicionales. Trabajan en la gestión de diversos proyectos comunitarios con comunidades de Veracruz como el Tajín, Gildardo Muñoz, Reforma Escolín, Plan de Hidalgo y Plan de Palmar.
El COTOOC junto con diversas entidades académicas, entre ellas la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), impulsa desde hace seis años el proyecto Katuwan, del que forma parte Tsumat, que tiene como objetivo realizar un diagnóstico integral de la dinámica social y ambiental en la región totonaca.
Los problemas detectados en el marco de Katuwan tienen que ver con procesos de destrucción del ecosistema, pérdida de biodiversidad, deforestación, contaminación de suelo y agua, de acuerdo a Nathalie Chantal Cabirol y Marcelo Rojas Oropeza, académicos de la Facultad de Ciencias que lideran el proyecto. También, señalan, un problema es la “mercantilización del patrimonio cultural por el modelo turístico masivo”.
Miguel Juan León, colaborador del Consejo Totonaco de Comunidades y Organizaciones, asegura que no se puede pensar en la cultura sin pensar en la naturaleza, por eso el término Katuwan refiere al mundo vivo y verde: “Si tenemos una cultura viva por ende tenemos que tener pues la naturaleza verde porque la cultura y la naturaleza están estrechamente relacionados”.
Dentro del proyecto, se acuñó el término biocultural para analizar que hay una erosión cultural porque también tienen una erosión ambiental, explica Juan León: “De manera general, el proyecto Katuwan ha hecho que poco a poco en nuestras pláticas en totonaco con nuestros mayores, con los niños, podamos ir viendo que la realidad está ahorita: el efecto del cambio climático, porque hoy por hoy ciertas plantas que nuestra abuela nos sugería cuando teníamos dolor de estómago por ejemplo, ya desaparecieron o ya no lo encuentras cerca, tienes que caminar mucho”.
Chantal Cabirol y Rojas Oropeza cuentan que recientemente hicieron un taller de memoria sobre las plantas para rastrear las que han ido desapareciendo. “De repente se acuerdan de unas palabras que ya no se usaban y pues nos dimos cuenta que si la especie desaparece, la palabra también desaparece”
Cabirol menciona que desde el nombramiento de la zona de El Tajín como Patrimonio Cultural, el turismo ha aumentado, y aunque eso está bien, la ganancia es para unos cuantos. “Esto está permitiendo esa erosión cultural por la mercantilización de su cosmovisión”.
Para combatir los estragos que ha dejado la industrialización y mercantilización de las artesanías, el equipo de Tsumat tiene un punto de venta en el centro de Papantla y acude con regularidad a ferias y eventos culturales. Además, en colaboración con el proyecto Katuwan, han propuesto y está en proceso la creación de una etiqueta que permita a las personas conocer de dónde viene la artesanía que adquieren y permita un reconocimiento al trabajo que realizan los artesanos.
Además, el COTOOC junto con los académicos de la Facultad de Ciencias han comenzado a tomar acciones, para frenar el cambio climático en la zona mediante el proyecto Katuxawat, que en totonaco significa cultivar vida. Dentro del proyecto se están atendiendo los puntos urgentes que han visto en el diagnóstico de Katuwan, que es la reforestación, se está construyendo un invernadero comunitario, una casa ecológica y se está iniciando también un banco de semillas.
“Cuando uno estudia la cultura, uno se da cuenta que lo que va a comprar tiene por un lado un precio, pero también tiene un significado valioso ¿no?”, concluye Miguel Juan.
*Este trabajo fue realizado sin fines de lucro para la Unidad de Investigaciones Periodísticas (UIP) de la Coordinación de Difusión Cultural UNAM, y publicado originalmente en la plataforma Corriente Alterna. Queda prohibida su reproducción total o parcial sin autorización previa de la UIP. La publicación original la puedes consultar en CORRIENTE ALTERNA.
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