La vida en Estados Unidos está regida por principios plásticos que aluden tanto a la cultura pop como a la plasticidad en función del dinero. Las vidas de sus habitantes son tan reemplazables como una botella de Dr. Pepper
Por Évolet Aceves / @EvoletAceves
Recuerdo que desde que llegué a vivir a los Estados Unidos, en el otoño de 2022, me sorprendió ver la manera en que la vida se conducía aquí. Todo me resultaba propio de un videojuego. En cada esquina veía cómo los automóviles se paraban desde que aparecía la primera luz amarilla del semáforo, y en cuanto aparecía la luz verde comenzaban lentamente a avanzar, y en donde no había semáforos, aún si no había transeúntes a la vista y fuera de madrugada, los conductores frenaban por unos segundos, por si de repente salía de alguna coladera algún transeúnte.
Este tipo de, literalmente, conducirse por las calles, me parecía algo así como un Grand Theft Auto en vivo y a todo color, que de pronto a mi cerebro mexicano le resultaba gracioso, pero en el fondo también un tanto terrorífico.
Me imaginaba cómo esas escenas que veía de frente serían vistas desde arriba. Escenas sumamente mecánicas, como las fórmulas con que se programan las computadoras. Me daba a veces la impresión de que quienes estaban dentro del automóvil no eran personas sino robots. Y cuando fui a San Francisco me impactó aún más ver estos autos tan de moda sin conductor, robotizados, que casi me hacen persignarme la primera vez que vi uno.
En las filas, por ejemplo, del aeropuerto, veía cómo la gente gustaba de recorrer toda una cola invisible, medio aeropuerto, así no hubiera ni un alma en frente de ellos, hasta llegar con el oficial que revisa la identificación oficial del pasajero, pero esto es aplicable a todas las filas, las del banco, las de restaurantes y cafés; siendo que en México aquello de las colas lo resolvemos, digamos, con mayor eficiencia…
La vida en los Estados Unidos está regida bajo ciertos principios a los que llamo plásticos. Estos principios plásticos aluden tanto a la cultura pop tan reverenciada y difundida por Andy Warhol, Roy Liechtenstein o Truman Capote, por mencionar a algunos artistas, como también a la plasticidad que la vida puede tener en función del dinero, convirtiendo a las vidas de sus habitantes tan reemplazables como una botella de Dr. Pepper o una bolsa de plástico del supermercado.
Esta plasticidad se alinea con la mecánica de la que hablaba al inicio. La sociedad estadounidense es mecánica y, a su manera, funcional —que funcional no significa sana, cabe mencionar—, tan así que los principios plásticos me han parecido cada vez más identificables y pareciera que, a mayor tamaño de población en una ciudad estadounidense, mayor rigidez hay en estos principios, que son la precisión, la productividad, el perfeccionismo —tan plástico el asunto que los tres empiezan con “p”—, y se podrían ir agregando más, como la puntualidad que es la precisión del tiempo, ¡hasta el abstracto tiempo tiene un régimen riguroso!
Estos principios son producto del capitalismo y del consumismo. En Estados Unidos si no se es productivo se es menos. Oh y no hay tiempo para las equivocaciones, si se atraviesa un imprevisto, el resto del día se retrasa, se quiebra, el imprevisto se sigue como hilo de media. La vida aquí gira en torno a la productividad, hasta la recreación tiene un ritmo delimitado, un tiempo marcado. Todo en Estados Unidos gira en torno a la precisión del tiempo. Todos entran y salen de sus trabajos en el minuto preciso, o’clock, ni un segundo más porque se hace tarde para la actividad que viene.
Pienso en que los cerebros estadounidenses tienen una serie de alarmas programadas de tal manera que la programación del día se ve algo así como: hora de despertar – ir al baño – tomar café –vestirse – salir hacia el metro – tomar el metro – llegar al trabajo – saludar a compañeros – comenzar a trabajar – hora del lunch – continuar trabajando – despedirse de compañeros – salir del trabajo – ir al gimnasio – tomar el metro – cenar – ir al baño – lavarse los dientes – hacer el amor – dar las buenas noches – dormir, y así sucesivamente. ¿O será que sólo yo lo percibo así?
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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