La cinta nos permite reflexionar sobre el enfoque que tiene la docencia religiosa en este espacio. Aquí se retrata esta hipocresía, principalmente, por parte de los altos rangos, que predican valores que pretenden cumplir aunque no lo hagan.
Texto: Andi Sarmiento
Foto: Tomada del Trailer
CIUDAD DE MÉXICO.- La cinta mexicana del director Luis Urquiza es una historia basada en hechos reales, específicamente en el caso de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, donde se encubrió una gran cantidad de abuso infantil.
Es el relato de una escuela para sacerdotes a la cual ingresa Julián. Ahí, podemos observar el funcionamiento interno de la institución pero este no desde la perspectiva de las autoridades sino desde las vivencias de los chicos. Desde su llegada, Julián debe enfrentarse a las agresiones de sus compañeros mayores y también, a los ideales que proclama su escuela, los cuales defienden estas violencias.
La cinta nos permite reflexionar sobre el enfoque que tiene la docencia religiosa en este espacio. Se educa a los niños bajo la mentalidad de que como hombres deben seguir cierto tipo de conductas, que para conseguir un puesto respetable deben conseguir al pie de la letra los Mandamientos de Dios. Pero hay que preguntarnos si es realmente lo que predica Dios o es más bien la interpretación de una institución que utiliza su imagen para manipular y ganar poder.
Es así como la primera enseñanza que reciben los jóvenes en el seminario es que el mayor pecado que pueden cometer, es el de cuestionar a un superior; siendo este el primer paso para alcanzar la suma obediencia, siendo esta la vía que ocupan para tener control sobre los chicos.
Durante siglos la Iglesia ha sido de las principales influencias en la educación exclamando que hay una única forma de vida correcta. Sin embargo, es irreal pensar que como sociedad podemos aspirar a este modelo, porque se basa en la prohibición de muchas conductas naturales humanas.
Son normales los deseos sexuales, sobre todo en la edad de desarrollo y autodescubrimiento en la que se encuentran los chicos y de hecho, ignorar la existencia de estos pensamientos puede no solo incrementarlos sino modificar la manera en que estos se desenlazan. Por ejemplo, en la película vemos cómo se sexualiza a las monjas justamente porque estos impulsos no se trabajan ni se discuten, al contrario, se evaden y se sancionan sin explicar realmente el por qué, demostrando igualmente la inutilidad de los castigos.
No sirve de nada juzgar las conductas si no se trabaja su raíz; se ha demostrado que los castigos no modifican el comportamiento, únicamente logran que este se ejerza a escondidas o bien, que exista la libertad de hacerlo con tal de después confesarse.
La culpa nos ayuda a tomar conciencia de nuestras acciones, pero no sirve de nada si no hacemos algo al respecto. Asimismo, el arrepentimiento debe surgir de la reflexión personal, no de la imposición.
Pedir perdón puede ser una forma de reconocer un error y validar la herida de quien le hicimos algún daño, pero este sentido se pierde cuando se queda solo en eso. Disculparse para seguir haciendo lo mismo, es lo mismo que no decir nada desde un inicio; deslindándose así de la responsabilidad. En este caso, se le pide perdón a Dios y el único testigo puede ser un sacerdote, pues se prioriza la opinión divina antes que la de la persona involucrada. Es una estrategia para quitarse la carga moral individual pero no de saldar los daños.
Aquí se retrata esta hipocresía, principalmente, por parte de los altos rangos, que predican valores que pretenden cumplir aunque no lo hagan. Aparte, castigando a los jóvenes por acciones que ellos mismos realizan.
Conforme avanza la historia, vemos cómo el protagonista va asimilando estas lógicas y va generando una enorme admiración hacia el Padre Ángel de la Cruz, dirigente máximo y fundador de la institución, con quien Julián desarrolla una relación cada vez más íntima. Se convierte en un confidente para el Padre, sirve como un canal para que el hombre tenga mayor conocimiento sobre los actos de los jóvenes.
Sin cuestionar, accede a renunciar a sus orígenes y a parte de su personalidad, asumiendo incluso un nuevo nombre y modificando su estilo de vida en torno a los mandatos que ha aprendido.
Este cambio se siente genuino, pues ya no actúa solo porque le dicen que así debe ser sino porque estas son sus verdaderas convicciones. Esto implica más poder para el Padre, pues tiene un nuevo respaldo para justificar sus agresiones, que ni siquiera son vistas como tal; vemos que es un hombre incuestionable y no porque él lo imponga, más bien porque sus seguidores tienen toda su fe en él, sin discernir lo que está bien o mal.
Finalmente, se culmina la obra cuando Julián alcanza la perfecta obediencia, o visto de otra forma, la manipulación absoluta.
Aquí entendemos por qué los otros curas no dicen nada y defienden fielmente al Padre, pues la educación religiosa que reciben no está solo enfocada al tema espiritual; más bien, aprovecha para inculcar una mentalidad que justifica con esta espiritualidad el actuar de Ángel de la Cruz.
Dentro de la institución se tejen redes diseñadas para encubrir las violencias. Inicia con el mandato base de no cuestionar a los superiores para que después esto no se sienta como una regla sino como parte de un estilo de vida. Lo que el Padre hace es criar jóvenes para que repliquen su actuar; si estos tienen las mismas convicciones entonces no van a refutarlo.
Es por ello que el seminario implica enajenarlos del mundo externo, porque si en un inicio algún externo presenciara estos actos sería más difícil convencer a los chicos.
Asimismo, aquí entra el importante papel de las familias, otro factor que también influye en el poder que consigue la institución.
Quienes mandan a los niños a este seminario es porque también son fieles creyentes, por lo que ven como un honor que sus hijos estén ahí. Pero no son conscientes de lo que ocurre allí dentro y la información que reciben es tergiversada por los dirigentes del lugar, en los que ellos creen. Esto, sumado con sus creencias religiosas personales, crea el sistema perfecto para que el Padre superior haga lo que quiera sin oposición alguna y le quita a los jóvenes cualquier oportunidad para poder salir de ahí, por lo que no les queda más que asimilarlo como su realidad.
El problema no está en la creencia que decida tener cada quien, sino en aprovecharse de esta fé para utilizarla a conveniencia propia.
Hay que tener cuidado para no caer en el fanatismo. La diversidad religiosa nos da pie a que cada quien elija en qué creer y esta espiritualidad a muchos les da cierto sentido a su vida. Esto queda ahí, en lo personal, en lo que cada uno decida cómo influye en sus ideales de su vida cotidiana, pero eso no va de la mano con las instituciones. Lo que se ha hecho ha sido justamente adueñarse de las convicciones de la gente para predicar un discurso que solo le beneficia a un sector con mucho poder, dando a entender que creer en un Dios significa directamente creer en la Iglesia como sistema. Las creencias no pueden ser comercializadas ni mucho menos impuestas, pues cada quien las vive a su manera.
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