El 18 de septiembre de 2022 la pareja de Ayyselet intentó asesinarla. Desde ese día, ella exige justicia e intenta nacer de nuevo cada día, por ella, por su hija, por la fuerza de las otras compañeras sobrevivientes. Esta es su historia
Texto y fotos: Daniela Rea
CIUDAD DE MÉXICO. – Hoy es 18 de septiembre del 2024. ¿Cómo nombramos esta fecha, Ayyselet? ¿El aniversario del ataque que sufriste? ¿El aniversario de tu sobrevivencia? ¿La conmemoración? ¿Cómo se le nombra a la fecha, a la memoria de la fecha que se sucede cada año, desde el día que quien era tu pareja intentó matarte a 27 cuchilladas?
“Ahora lo veo como mi renacimiento, después de estar en esa delgada línea entre la vida y el más allá, ahora lo veo como este nuevo renacer. Antes lo veía como… o más bien no me sentía capaz de retomar mi vida”.
Ayyselet, tu nombre que en hebreo significa “aurora de la mañana”. Ayyselet Gutiérrez, que has renacido todos los días, que has tenido que hacer nacer a ese nuevo amanecer cada día desde el 18 de septiembre del 2022.
“Una vez que cobré conciencia de lo que pasó, que los doctores y psicoterapeutas me explicaban lo que mi cuerpo había pasado, los cambios físicos que pasé, todo el movimiento que hubo en mí, los primeros días era de no creer lo que mi cuerpo resistió y no me visualizaba en mi vida otra vez. No sé cómo explicarlo, porque simplemente el hecho de verme al espejo me costó mucho trabajo, me daba mucho miedo verme a mí misma, y verme desfigurada. Verme mal. No sabía cómo me iban a tratar las personas al salir del hospital, y evitaba a toda costa mirarme ante un espejo, rechazaba lo que yo era, me sentía totalmente fea, desfigurada, y por mi mente pasaban pensamientos de no verme de nuevo viva”.
Ayyselet llegó al hospital la madrugada del 19 de septiembre. Estuvo 7 días en terapia intensiva, sin un pronóstico de vida, esperando un milagro. El milagro que esperaban su familia, su madre e hija, y los doctores llegó. Ayyselet se sobrepuso a las heridas en el cuello, pecho, cara, provocadas con un cuchillo de cocina.
Ayyselet recibía ayuda para bañarse en el baño del hospital y cuando ella pudo hacerlo por sí misma, esquivaba al espejo. Hasta que un día se dijo que ya era necesario verse. Se lo dijo a su mamá que la acompañaba. Sintió que ya era necesario hacer ese gesto que para nosotros es tan común, que era tan común para ella misma pues le gustaba su cara, le gustaba arreglarse, maquillarse. Ese gesto de levantar la cabeza y buscarse en el espejo frente a ella. En este caso, levantar la cabeza y tratar de reconocer a quien veía frente a ella, que no la conocía, que no la había visto nunca, ¿quién es esa chica que me mira desde el otro lado? ¿Quién es esa chica que me busca con su mirada, como yo la busco a ella, aunque busco en realidad a otra mujer, a la que fui yo?
“Verme fue un shock muy grande…verme hinchada, con los hilos de las suturas atravesando mi piel, pensaba ¿en qué momento se van a desvanecer las heridas y las cicatrices? Mi ojo estaba muy hinchado. A mí me gustaban mucho mis ojos, ahora estoy aprendiendo de nuevo a amar esta vista, esta mirada mía, porque al perder por completo la visión del ojo derecho el enfoque cambia, cada mirada no es la que conocía, es una mirada nueva, aceptar que ya no voy a ver de esa forma tan bonita o tan expresiva”.
La mirada es lo que vemos y la forma en que nos ven. La mirada propia que pierde un espacio, dimensión, distancia; la mirada ajena que especula, que indaga, que determina.
Cuando Ayyselet salió del hospital se dio cuenta que había perdido su hogar, el departamento donde vivía con su hija, y donde fue atacada la noche del 18 de septiembre, por el padre de su hija. Ellos, los tres, habían vivido ahí como una familia, pero desde hacía dos años Ayyselet se separó del padre de su hija, quien seguía conviviendo con ellas.
Esa noche Ayyselet y él habían salido a una fiesta, la mamá de Ayyselet les esperaba en casa con la nena. Lo que sigue es confuso, ella entra al baño, él la sigue, la ataca, su hija, la hija de ambos, le grita a él que deje de lastimarla, Ayyselet le dice a su hija que pida ayuda, la nena hace ruido, grita, llama la atención de los vecinos hasta que una vecina llega al departamento y llamó a la policía y la policía a la ambulancia y él escapó, salió con las manos ensangrentadas hacia la entrada del edificio, hacia la calle, hacia quién sabe dónde.
Hoy, dos años después, Julio “N” sigue prófugo.
Cuando Ayyselet fue trasladada al hospital, alcanzó a identificar a su agresor, pero no había autoridad ministerial -como marca la ley- que permitiera a Ayyselet poner una denuncia, tomarle su declaración. Posteriormente las autoridades de Venustiano Carranza abrieron una carpeta por lesiones (27 cuchilladas en su pecho, cara y brazos), hasta que Ayyselet logró que se reclasificara a “tentativa de feminicidio”. A los 5 días del ataque se emitió una orden de captura pero Julio “N” ya había huido.
Ayyselet carga unas lonas con la cara de su agresor que ella misma mandó a hacer, unas lonas donde se ve la cara del agresor con los ojos perforados, simulando las bandas negras que se ponen a los acusados para el “anonimato”, pero no sentenciados, de un crimen. Ayyselet reclama a la Fiscalía que no haya emitido unas fichas con recompensa para su captura. “Se les protege más a ellos que a nosotras las víctimas. ¿Por qué tenemos que esperar? ¿Esperar a que? Nuestros agresores están libres y eso es un feminicidio anunciado. ¿Esperar a que ahora si nos maten para que se haga público su rostro? ¿Esperar hasta ese momento para que se gire orden con recompensa? ¿A eso nos tenemos que esperar las sobrevivientes?”.
A mediados de octubre del 2022 Ayyselet dejó el hospital y comenzó la reconstrucción de su vida emocional, social, laboral. Por la agresión perdió la visibilidad en un ojo y la movilidad en una mano, además de que parte de su cuello, mejillas y lengua tuvieron que ser reconstruidas. “Fue muy difícil aceptar los cambios que hubo en mi cuerpo, adaptarme a mi discapacidad, reconocerme como una persona con discapacidad por la agresión. No sabía si me veían con lástima, con amor…empezó la lucha sentimental, había veces que me tiraba a llorar a escondidas de mi familia porque ya no quería que me vieran en ese término de mal”.
Ayyselet tiene un comercio ambulante, vende artículos de regalo. Tiene un puesto tubular que coloca afuera de un mercado en la alcaldía Iztacalco, de jueves a viernes lo pone de 5 de la tarde a 10 de la noche; los sábados y domingos de 11 de la mañana a 10:30 de la noche. En el puesto a su hija que ya tiene 10 años, le acondiciona un espacio para que pueda descansar, jugar, hacer la tarea. Sus jornadas diarias se llenan del trabajo, de atender a su hija y de dar seguimiento al proceso judicial y las secuelas de la agresión: tiene que ir a consultas médicas, a terapias psicológicas (sobre todo para su hija que presenció la agresión de su propio padre a su madre).
“Mi hija está físicamente bien, pero estamos trabajando con la pérdida. Tiene mucho miedo de perderme, se me viene abajo a veces. No hay continuidad en las terapias que recibe y que le hacen falta para acomodar lo que sucedió Porque Julio “N” para mí es mi agresor, pero para ella él era, es su papá. Y sigue habiendo sentimientos muy contradictorios. Quiero que ella aprenda a separar y que entienda que lo que él hizo no tiene nada que ver con ella como hija”.
Además de la demanda de justicia, Ayyselet habla de la importancia de apoyos para sostener sus vidas. Actualmente ella está peleando para ser reconocida como una persona con discapacidad y poder recibir un subsidio del gobierno. Reclama que para las sobrevivientes sólo hay apoyos temporales, de 3, 6 meses, pero no responden a sus necesidades.
Ayyselet está cansada de que a las sobrevivientes se les exija “agradecer” que están vivas, “como si ese fuera nuestro mayor premio, pero sobrevivir no nos garantiza una vida normal, una vida libre”.
A dos años de la agresión que recibió por parte de Julio “N”, de esa tentativa de feminicidio, Ayyselet intenta nacer de nuevo cada día. Lo hace por ella, por su hija, por la fuerza de las otras compañeras sobrevivientes.
“Hoy me enuncio como Ayyselet, una mujer que tiene vida, que tiene muchas ganas de que sus sueños, anhelos se vuelvan realidad. Mi sueño es tener una casita para mi y mi hija, un negocio con su local fijo para que no tenga que sufrir por frío, lluvia, calor o inundaciones, mi sueño es tener la posibilidad de seguir construyendo poco a poco una vida para mí y mi hija”.
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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