12 agosto, 2024
Adaptarse al cambio climático y combatir sus consecuencias es urgente, pero las comunidades afectadas por la erosión costera en Panamá, Colombia, Puerto Rico, Guatemala y México ven con angustia que eso no ocurre. Por el contrario, la falta de información, la inacción de las autoridades y las decisiones a corto plazo que podrían empeorar el panorama a futuro son la constante
Texto: Michelle Carrere / Mongabay Latam
Fotos: Isabel Mateos; Luis Alberto Ángel Saavedra; Edwin Bercián; Jorge Ramírez Portela
“Ese miedo al futuro que ustedes sienten cuando escuchan sobre el cambio climático, nosotros lo estamos viviendo”, dice Aurea Sánchez Hernández, habitante de la comunidad de El Bosque, en el estado Tabasco, en México, donde el océano se ha tragado más de 500 metros de playa y ha derribado cerca de 70 casas.
Como ella, desde hace tiempo, científicos y líderes alrededor del mundo se esfuerzan por convencer a los tomadores de decisiones y ciudadanos del planeta que la crisis climática no es un problema del futuro. “El cambio climático ya está aquí. Es aterrador y es sólo el principio”, dijo el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres, cuando en julio del año pasado la Organización Meteorológica Mundial (OMM) informó que se estaba viviendo el mes más caluroso jamás registrado. Ni Guterres ni la OMM en ese momento sabían que un nuevo récord se alcanzaría en junio de 2024.
Las olas de calor, las inundaciones y las sequías cada vez más extremas, los incendios forestales y los ciclones tropicales que se intensifican rápidamente, son noticia cada año. El aumento del nivel del mar, otra de las consecuencias de la crisis, amenaza a numerosas comunidades costeras alrededor del mundo.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), tan sólo en 2022 casi 32 millones de nuevos desplazamientos internos ocurrieron por peligros relacionados con el clima. La cifra podría aumentar a 216 millones de personas hacia el 2050 si no se adoptan acciones climáticas específicas.
En la comunidad de Aurea Sánchez Hernández, que fue el hogar de más de 200 personas, hoy sólo quedan 12 familias. En Colombia, miembros de una comunidad indígena wayúu de La Guajira también viven desplazados, lejos de su tierra, porque el mar no deja de avanzar. En Panamá, ya comenzó el traslado a tierra firme de toda la población de una isla que se proyecta quedará sumergida bajo el agua. En Puerto Rico, el aumento en el nivel del mar y el incremento en la fuerza de los ciclones tienen en vilo a todo un municipio. En Guatemala, el océano avanzó una noche y se tragó varias tumbas y féretros del cementerio de Iztapa. Los ataúdes se perdieron entre las corrientes y un olor fétido cubrió la playa durante semanas.
Una alianza periodística de Mongabay Latam con Vorágine, Plaza Pública y el Centro de Periodismo Investigativo de Puerto Rico indagó todos estos casos. Los periodistas viajaron a los sitios impactados, hablaron con sus habitantes, con científicos, autoridades y también con los que partieron, empujados por los embates de las olas y que hoy añoran, en otros pueblos, sus vidas frente al mar. “Nosotros somos lo que ustedes llaman desplazados climáticos”, dicen los que tuvieron que irse.
Junio pasado fue el mes más caluroso registrado en el mundo. Así lo confirmó la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en su último informe donde, además, precisó que, de acuerdo con datos del Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea, la temperatura media global ha sido 1.5 °C superior a la de la era preindustrial durante 12 meses consecutivos.
La información es alarmante. Por primera vez, aunque aún de manera temporal, el planeta supera el umbral establecido en el Acuerdo de París que es, justamente, impedir que la temperatura global aumente por sobre los 1,5 °C, con respecto a los niveles que había antes de que iniciara la revolución industrial. No superar esa brecha es fundamental para evitar que los impactos de la crisis climática se intensifiquen aún más y la Tierra continúe siendo el lugar que conocemos y habitamos hoy.
De hecho, a inicios de este año, la OMM advirtió que el 2023 fue el año más cálido jamás registrado. Según dijo, la temperatura media mundial alcanzó los 1.45 ºC por encima de los niveles preindustriales. Con el correr de los meses, las cifras se incrementaron y a juzgar por los últimos reportes, es posible que el 2024 alcance un nuevo récord.
“Las últimas cifras lamentablemente ponen de relieve que superaremos el nivel de 1,5 °C de forma temporal y con una frecuencia cada vez mayor, mensualmente”, dijo la secretaria general de la OMM, Celeste Saulo. La situación es preocupante, aunque Saulo destacó que ello no significa que sea imposible alcanzar la meta propuesta en el Acuerdo de París.
“Perder el objetivo del 1.5 °C implica que se supere ese umbral por un período prolongado y eso no ha ocurrido”, asegura la climatóloga colombiana Paola Arias, profesora de la Escuela Ambiental de la Universidad de Antioquia.
Las altas temperaturas de los últimos meses, explican los expertos, se deben en gran medida a la conjunción de dos factores: el cambio climático, provocado por el incremento de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera que provocan la retención de calor, y un episodio de El Niño. “Los últimos tres años, entre 2020 y 2023, habíamos estado en condiciones de La Niña”, que corresponde a la fase fría del fenómeno climático natural conocido como El Niño-Oscilación del Sur. “El Niño —que corresponde a la fase cálida de ese fenómeno— llegó para 2023-2024. Eso es algo que ha tenido mucho que ver con las altas temperaturas”, explica Arias.
Debido a que gran parte de ese calor —el 90%— es absorbido por los océanos, una de las consecuencias que ha traído el aumento de la temperatura es, precisamente, el calentamiento del mar. Eso ha provocado, entre otras cosas, un aumento en su nivel global.
De hecho, según la OMM, el nivel del océano alcanzó en 2023 un máximo histórico. El organismo precisa que en la primera década del registro por satélite —entre 1993 y 2002— la tasa de aumento del nivel del mar era de 2.13 mm anuales. Esa tasa, en los últimos 10 años —entre 2014 y 2023—, pasó a ser de 4.77 mm anuales.
Detrás de este fenómeno hay principalmente dos razones, asegura Carlos del Castillo, jefe del Laboratorio de Ecología Oceánica del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la Nasa: por un lado, las elevadas temperaturas están derritiendo el hielo sobre la tierra, añadiendo más agua al océano; por otro, “cuando el agua se calienta, se expande y ocupa más volumen”, explica el científico.
Según la Nasa, desde 1880, el nivel del mar global ha aumentado 20 centímetros lo que “no es poco, es bastante”, dice del Castillo. Además, para el 2 mil 100, se proyecta que aumente entre 30 y 122 centímetros más. “Cuando ya estamos hablando de 30 centímetros, eso se transporta tierra adentro significativamente. Cuando uno derrama un vaso de agua, el agua no se queda derramada ahí, en el mismo sitio, sino que se expande, ese es el problema”, explica el experto.
Monitorear el aumento en el nivel del mar no es tarea fácil, sobre todo porque no ocurre de manera homogénea a lo largo y ancho de todo el globo. “El océano es sumamente complejo”, dice del Castillo, entre otras cosas porque no es un elemento estático. “La Tierra gira sobre su eje y eso mueve agua de un lugar a otro”.
Para observar el aumento del nivel del mar, la Nasa ha elaborado diferentes herramientas que, además, permiten a la población no científica hacer seguimiento de la situación. En una de ellas, un mapa muestra puntos azules distribuidos en todo el mundo. Cada uno de esos puntos corresponde a estaciones de monitoreo que los científicos han instalado. Al pinchar sobre ellos, la herramienta arroja los milímetros que, en promedio, aumenta anualmente el océano en ese lugar.
En Luisiana, Estados Unidos, cerca de la desembocadura del río Misisipi, el aumento del nivel del mar supera los ocho milímetros al año, muy por encima del promedio mundial. El jefe del laboratorio de ecología oceánica de la Nasa asegura que, en ese caso puntual, se trata de una combinación del aumento en el nivel del mar con el hundimiento del terreno debido, en gran parte, a que el río Misisipi está canalizado. “Cuando los ríos se canalizan, se eliminan las inundaciones estacionales que normalmente ocurren cuando llueve mucho. Esas inundaciones depositan sedimentos sobre el terreno que le añaden altura a la tierra, por lo que eliminarlas contribuye a que el terreno se vaya hundiendo”, explica el experto.
Del Castillo no conoce ningún caso en América Latina donde la cifra sea tan alta como en Luisiana, sin embargo, eso no quiere decir que no exista. El problema, precisa, es que como se ve en los mapas de la Nasa, en América del Sur hay apenas siete estaciones de monitoreo, mientras que en América del Norte hay más de 70. “Es trágico”, dice, porque sin información “no se pueden tomar medidas y establecer políticas públicas adecuadas”.
En Guatemala, proyecciones globales de Climate Central —una organización que reúne a científicos que investigan e informan sobre los efectos y las soluciones del cambio climático— indican que para el año 2100, las áreas que rodean el Lago de Izabal y las costas del Pacífico quedarán totalmente cubiertas por agua. Una de esas zonas costeras es Iztapa, donde el océano avanzó una noche de mayo del año pasado sobre el cementerio del pueblo y dañó estructuras, lápidas, cruces y tumbas completas.
Sin embargo, saber qué está pasando exactamente en Guatemala requiere de mucha más información. “El problema es que no nos hemos dado a la tarea de medir en el territorio ese incremento (del nivel del agua). Ahora solo nos estamos basando en proyecciones globales que nos dicen, con datos de otras partes del mundo, cómo se proyecta el incremento del nivel del mar”, explica Pilar Velásquez, bióloga especialista en investigación y manejo de ecosistemas marinos costeros y adaptación al cambio climático.
Lo que sí se sabe es que hay varias “acciones locales”, como las llama el doctor en Ciencias y Tecnologías Marinas e investigador del Instituto de Ingeniería de la UNAM, Alec Torres Freyermuth, que propician la aceleración de la erosión. Entre ellas están la destrucción y deforestación de las dunas costeras por la construcción de carreteras, de viviendas o de puertos que funcionan como diques y retienen la arena que en forma natural debería llegar a otro sitio.
En diferentes países de Latinoamérica hay personas que han debido desplazarse de sus comunidades debido a la erosión costera. En algunos de esos casos, los expertos señalan obras de infraestructura que han provocado sinergia con el aumento del nivel del mar, acelerando e intensificando sus impactos.
Así pasó en Colombia, cuando siete espolones de más de 100 metros de largo se instalaron frente a Riohacha, la capital del departamento de La Guajira, en 2007. La obra logró frenar el avance del mar justo frente a las playas donde se levantó, pero redirigió la fuerza del oleaje hacia las comunidades costeras ubicadas al suroeste. “Mejoraron un problema para la ciudad pero lo empeoraron para los pobres del campo”, dice Clarena Fonseca Uriana, indígena wayúu, líder de la comunidad Twuliá, desde donde cinco familias han debido desplazarse. El mar se ha tragado árboles, casas y lanchas.
Es por eso que en Puerto Rico, la solución de construir dos rompeolas para evitar que algunos barrios del municipio de Arecibo desaparezcan bajo el mar, genera preocupación.
La geóloga Maritza Barreto Orta, quien lleva más de 25 años estudiando las playas en Puerto Rico, sostiene que la erosión costera que mantiene en jaque a Barrio Obrero, en Arecibo, se debe al desvío del oleaje que provocó la construcción de un muelle con paredes de piedra en el siglo pasado, y que se ha complicado con la crisis climática que ha recrudecido en décadas recientes.
Un análisis de imágenes satelitales muestra que en la comunidad mexicana El Bosque, en Tabasco, el territorio ha experimentado un continuo retroceso en la línea de costa desde, al menos, el año 2015.
Cientos de personas han debido abandonar sus hogares. “Deme una buena noticia, dígame que con un muro o con alguna obra nosotros podemos salvar a la comunidad”, le dijo Guadalupe Cobos, una de las pocas personas que todavía resiste los embates del mar en el Bosque, a Lilia Gama, investigadora de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. “Fue triste decirles que no había manera de salvar a la comunidad”, contó Gama. “Estas estructuras, con el tiempo, resultan ser más perjudiciales y aumentan la erosión costera”, explica el doctor Alec Torres, doctor en Ciencias y Tecnologías Marinas e investigador del Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
La Organización Internacional para las Migraciones advierte que los desplazamientos debido a la elevación del nivel del mar no sólo se deben a la pérdida de viviendas, sino a problemas de seguridad alimentaria. Y es que la intrusión de agua salada en los territorios puede también afectar a las fuentes de agua dulce y la producción de alimentos en tierra.
Pero, además, los alimentos que el propio mar provee también pueden verse afectados. “Muchos organismos dependen de la profundidad del mar. Si estás aumentando la profundidad, estás cambiando el ecosistema de esos organismos y como consecuencia puede haber un efecto negativo en ellos”, explica del Castillo.
Sumado a eso, agrega el experto, el aumento del nivel del mar viene asociado con una mayor temperatura y acidez del agua, y una mayor intensidad de las marejadas. Los arrecifes de coral, por ejemplo, que son hábitat de una enorme cantidad de especies que a su vez proveen de alimento a muchas comunidades costeras, son particularmente susceptibles a todos estos impactos.
“Cuando tú combinas todas estas cosas que tienen la misma causa, que es el cambio climático, el resultado es que definitivamente los ecosistemas se pueden degradar y se están degradando. No es un problema aislado, son varias cosas al mismo tiempo, aunque la causa es esencialmente la misma”.
Por otra parte, los científicos aseguran que aún si dejáramos de emitir hoy mismo gases de efecto invernadero, el calentamiento continuará dándose por miles de años y por ende el nivel del mar seguirá subiendo. La razón, explica Arias, es que “una molécula de dióxido de carbono permanece en la atmósfera por el orden de un siglo”, así que “hay una inercia en el sistema”.
Es por eso que hoy los esfuerzos no sólo deben estar destinados a mitigar el cambio climático, sino también a adaptarse a las nuevas condiciones.
“Tenemos que incrementar nuestras capacidades para convivir con la nueva realidad climática, fortalecer a las comunidades para que sean más resilientes y que puedan enfrentar estas nuevas realidades”, dijo Rodney Martínez, representante de la OMM para Norteamérica, Centroamérica y el Caribe. “No podemos sentarnos a esperar que los impactos nos den un baño de realidad. Hay que diseñar políticas públicas que permitan la gestión de recursos para que los gobiernos municipales, las organizaciones comunales y actores locales se involucren y sean parte de la solución”.
Según la OMM, en 2023 el aumento de capacidad de energía renovable se disparó casi un 50% respecto a 2022, ascendiendo a un total de 510 gigavatios (GW), “lo que representa el mayor ritmo observado en las dos últimas décadas”.
También existen ejemplos concretos exitosos de adaptación. En América Latina son numerosas las iniciativas en las que comunidades se han organizado para restaurar los ecosistemas y de esa manera aumentar su resiliencia a los eventos climáticos extremos.
No obstante, a pesar de estas acciones, los retos que tiene América Latina en adaptación son enormes. Bien lo saben los habitantes de El Bosque, que llevan más de cinco años librando una lucha para conseguir ser reubicados o Clarena Fonseca, la líder wayúu que se ha encargado de medir ella misma, con una cinta amarilla, la erosión costera en su comunidad, para reunir información que movilice a las autoridades.
Pero hay algo más que es fundamental, aseguran los expertos. Las decisiones que se adopten para enfrentar la crisis en un espacio puntual no pueden hacerse a costa de la destrucción de otro lugar. “Muchas veces estas estrategias se plantean con una visión muy corta, de hacer algo en lo inmediato, pero sin considerar realmente lo que eso implica”, dice Arias.
La decisión en Panamá, por ejemplo, de tumbar el bosque de un área protegida para reubicar a 300 familias impactadas por el aumento del nivel del mar, preocupa a los especialistas. Para Raisa Banfield, presidenta de la organización ecologista Panamá Sostenible, las soluciones no consisten en “tapar un error con otro error”.
Este trabajo fue publicado inicialmente en MONGABAY LATAM, y es parte de una alianza periodística entre Mongabay Latam, Vorágine, Plaza Pública y el Centro de Periodismo Investigativo. Aquí puedes consultar la versión original.
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